En recientes fechas, en nuestra ciudad,
se estrenó la película del director surcoreano Bong Joon-ho “Parásitos”. En
dicho filme se nos presenta la triste realidad de la marginación y la segregación
social desde la perspectiva del humor negro y ácido así como del drama.
Entre sus últimas declaraciones, el
director hizo una mención sobre cómo se suscitan la lucha entre las clases
sociales, y cómo incluso el olor de las personas determina una condición social
o clase. Sin duda, Bong Joon-ho nos ha ofrecido un punto de vista realmente
interesante para abordar los estudios sobre la desigualdad e identidad social,
ya que en varias escenas, es el “olor” lo que viene a determinar o a marcar la
idea de estatus social.
De acuerdo a la teoría antropológica,
enfocada en el estudio de los sentidos y la sensibilidad, se considera que el
medio esta configurado no sólo con las características naturales del ambiente,
sino también con las modificaciones que el hombre ha producido en ese medio,
así como la cultura misma. Entendemos por lo anterior, que los sentidos nos
permiten conectarnos al mundo y cada uno da un matiz o aspecto del conglomerado
de la realidad, es decir, que cada sentido interpreta la realidad a su “modo”.
El hombre, de acuerdo a sus
necesidades, posibilidades e intereses, adapta y toma el mundo (entorno) a “su
manera” y es debido a lo anterior que cada contexto social, temporal, cultural,
etc., es totalmente diferente a los demás, incluso entre los individuos que
pertenecen a un mismo grupo social. Ante este panorama, se puede mencionar que
los sentidos permiten al ser humano desarrollar ciertas habilidades o
características sociales, que le harán tener una identidad o al menos un aspecto
que facilite su identificación con relación a los “otros”.
El olfato es el sentido que nos vincula
al entorno, integrando a nuestro cuerpo aquello que no podemos ver ni palpar,
sino únicamente percibir olores de elementos y artículos, de la vegetación,
animales, de la comida, del entorno urbano, de todo aquello presente en
nuestras actividades diarias y cotidianas. Es por eso que en cierta manera
podemos referir que existen “olores” que nos identifican: el del hogar, el de
la calle, el de los padres, el de la iglesia, el de los hijos, el de la
humedad, etc.
Sin duda alguna la condición social
igualmente influye en la generación de “olores personales” o colectivos, ya que
la capacidad adquisitiva determina directamente lo que compramos y consumimos
sobre nosotros mismo así como nuestros usos y costumbres: la calidad de los
jabones corporales, del detergente y suavizantes. El olor que se impregna por
nuestras actividades diarias como el aroma del café, el olor a tabaco o el de
las emisiones de los carros y autobuses.
Aromas característicos de estilos de
vida, son por ejemplo lo que portan las personas que vienen y son de
comunidades y acostumbran cocinar con leña, dejando esa marca aromática manifiesta
sobre su ropa, su cabello y su cuerpo y que los hace fácilmente identificables
cuando los olemos. Les sentimos ese “olor a pueblo” de esa leña consumida por
el fuego que se trasforma en humo adherido a las personas y recordándonos la
vida del campo y de la comunidad. Y qué decir del trabajador urbano, que día a
día cruza por las calles, atravesándose entre autobuses y automóviles,
llevándose consigo el olor de esas emisiones de gases de los vehículos.
Por otro lado la gente con poder
adquisitivo, que puede invertir en perfumes y fragancias “de lujo” para tener
un aroma refinado, exquisito, aroma que se conserva porque ellos viajan
diariamente dentro de su automóvil, con el aire acondicionado, minimizando la
presencia del sudor, lo cual permite conservar la esencia original del perfume
y cuando se presentan ante los demás impactan por el la fragancia que emanan.
Cabe destacar también a las personas dedicadas a la actividad física, que consagran
varias horas al día a los gimnasios, o aquellos trabajadores cuya labor se
desarrolla al aire libre, bajo el sol, a temperaturas que les hace sudar.
Más ejemplos podríamos citar, como la
del trabajador de los talleres mecánicos que se impregna con olor a aceites,
solventes y combustible, o la persona que labora en restaurantes y/o cocina y
su aroma está saturado de aceites, especies así como del gas emanado de la
combustión en la estufa.
La antropología de los sentidos puede
permitir día a día, identificar no solamente diferentes fragancias, aromas,
olores y hedores de la cotidianidad, sino también reconocer a una persona a la
distancia por el tipo de su perfume, a recordar a alguna familiar por algún
detalle con cierto aroma que llevaba sobre el mismo o en su habitación. Nos
abre la posibilidad de imaginar cómo estuvo el día de una persona: si estuvo
fumando, si tomo café o té, incluso si estuvo con alguien más y se combinaron
sus aromas.
Si bien nuestros sentidos se han ido atrofiando con relación al de nuestros antepasados, no podemos negar que el desarrollo de nuestra mente humana nos permitió que las habilidades sirvan para identificar individuos, momentos, lugares, y tome otro sentido, uno más sistemático, el cual nos permite leer e identificar a la persona, su grupo o condición social, y ¿por qué no? su edad, estado de ánimo, sus hábitos de higiene y muchas cosas interesantes más.
También te puede interesar: Ser gay y “geek”, una lucha de inclusión desde otras fronteras