Desde
inicios de 1921, Elvia Carrillo Puerto y Rosa Torres, su principal
colaboradora, recorrieron toda la geografía yucateca en la ingente tarea de
fundar Ligas Feministas. Lo lograron, según la estadística del Partido
Socialista del Sureste, en 65 localidades, menos de la tercera parte de los
pueblos de la entidad. El dato en sí nos habla de las dificultades y
resistencias que despertó la labor, así como de la fortaleza de los esfuerzos
de estas extraordinarias mujeres. En prácticamente todas las localidades, los hermanos
socialistas en realidad tildaban a las activistas de viejas locas, e
impidieron de todos los modos posibles el avance del feminismo yucateco.
Dos
de los líderes más influyentes del Partido, Edmundo Bolio y Bartolomé García
Correa, se opusieron contundentemente a Elvia, y lograron, con su liderazgo en
la organización y sus diputados afines, bloquear la iniciativa de concesión de
derechos políticos plenos a la mujer, pese a tener ésta el aval del gobernador.
Al ser detenido el último intento, a mediados de 1923, Felipe se vio obligado a
dar una orden terminante: serían candidatas a diputadas tres mujeres, y así se
aceptaría por mandato del Presidente de la Liga Central y del Partido
Socialista del Sureste. Nadie se atrevió a discutir la instrucción, y así
fueron electas al Congreso del Estado la propia Elvia, Raquel Dzib y Beatriz
Peniche. Debían tomar posesión de sus curules en enero de 1924. Tres semanas
antes, la traición y la infidencia derrocaron a Felipe, iniciándose así un
trágico drama que culminaría con el asesinato del mártir del proletariado
nacional.
¿Por
qué Felipe tuvo que recurrir a su liderazgo político para auténticamente
imponer a las diputadas feministas, en vez de impulsar el cambio legal? Otro
enigma. Nuestra hipótesis es que la oposición a la medida era muy fuerte en la
Cámara de Diputados, y el argumento de recurrir a consultas a la Suprema Corte
de Justicia demoraría el proceso, y probablemente no tendría éxito ni en el
corto ni en el mediano plazo. La consulta seguramente se hubiera quedado
congelada, o incluso hubiera sido negado el derecho ante la ambigüedad
constitucional. Recordemos que esos derechos demoraron aún otros 30 años en ser
absolutamente reconocidos en el país.
¿Por
qué la oposición de los hermanos socialistas? Preciso es identificar el
contexto: Yucatán era -como lo sigue siendo- una de las entidades más
conservadoras en cuanto al rol de la mujer. El patriarcado traído por los
españoles en el siglo XVI, bajo la perspectiva cristiana de aquellos tiempos, se
montó encima del patriarcado que caracterizaba a la sociedad maya
mesoamericana, dando por resultado una sociedad que reducía la labor de la
mujer a las obligaciones hogareñas y al acompañamiento del hombre dominante. La
labor precursora de las maestras del siglo XIX, las acciones afirmativas e
ideológicamente progresistas de Alvarado en los primeros años revolucionarios,
la sorprendente y radical actuación de la propia Elvia, habían logrado pequeños
avances, minúsculos espacios, alzar algunas voces y disminuir algunos
obstáculos, pero de ningún modo habían logrado siquiera tambalear los cimientos
de aquel abrumador patriarcado.
Los hermanos
socialistas, tanto los del campo como los de la ciudad, tanto los
campesinos pobres como los profesionistas de clase media, eran tan machistas
como los políticos reaccionarios, como los curas de sotana, los hacendados que
hacían uso del derecho de pernada, o los comerciantes que dominaban la vida
económica de las poblaciones yucatecas. ¿De dónde podía provenir la aceptación
a la reivindicación de la mujer? ¿De esos hombres machistas, hijos y nietos de
otros hombres machistas? No fue así, lo sabemos perfectamente.
Felipe
era el partidario casi solitario de la causa feminista. Era prácticamente el
único aliado del activismo de su hermana. Su historia personal denota la
sinceridad de su proceder en el tema. Mucho se ha escrito, más bien en términos
banales, de la relación de Felipe con la célebre socialista norteamericana Alma
Reed. Pero poco o nada se ha escrito de su camaradería, del hecho de que
compartían elementos ideológicos y sociales, de que ambos estaban en la misma
tesitura en el tema de los derechos de la mujer. La historia del hombre maduro
y la bella jovencita de la inmortal Peregrina nos sigue provocando,
además de nostálgicas emociones de evocación del terruño -es la melodía
yucateca más universal-, sentidas lágrimas por su romanticismo. Pero Alma y
Felipe no sólo fueron dos amantes apasionados-algo que, por supuesto, no es
poca cosa-, sino camaradas profundamente vinculados por la lucha
revolucionaria. Su epistolario, publicado hace muy pocos años, nos confirma esa
apasionante realidad: junto a las palabras de un profundo erotismo, los temas
políticos se entretejían con igual fuerza e interés. Y hay significativas
evidencias de que Elvia no era sólo una simpática cuñada para Alma, sino una
compañera de primer orden, una camarada con quien compartía visiones e ideales.
Tras
el asesinato de Felipe, Elvia tuvo que vivir a salto de mata para no morir…
pero lo peor ocurrió tras la restauración: los hermanos socialistas le
permitieron sentarse en su curul sólo el tiempo suficiente para elegir al
gobernador interino, José María Iturralde Traconis, para luego desconocerla y
obligarla al exilio. Graciosamente le fue concedido un pequeño puesto en una
pequeña oficina federal en la Ciudad de México, donde la extraordinaria líder
del feminismo yucateco se quedó a residir hasta el fin de sus días.
Los hermanos
socialistas jamás permitieron que el feminismo levantara cabeza en Yucatán.
Cuando en la década de 1930, Felipa Poot, otra mujer extraordinaria, emergió
como líder de la comunidad de Kinchil, fue asesinada a tiros en uno más de los
crímenes políticos sin resolver en nuestro Estado. La memoria popular, que casi
nunca se equivoca, señala como autor intelectual del proditorio hecho ni más ni
menos que a Gualberto Carrillo Puerto, hermano menor de Elvia y de Felipe, uno
de esos hermanos socialistas que se encargaron de enterrar la labor del
socialismo carrillista.