A la ciudad de Guayaquil arribó el cubano Francisco Xavier Calderón, al parecer cuando el siglo XVIII expiraba, la fecha exacta aún es desconocida por los historiadores. Había nacido en La Habana el 3 de diciembre de 1770. Era hijo del español José Calderón, natural de Santur, provincia de Navarra y de la habanera María Ignacia Díaz Núñez.
A pesar de su juventud, venía a
desempeñar un alto cargo en la burocracia colonial, el de Ministro Contador de
las Reales Cajas y Tesorero Oficial. Buen partido era para las jóvenes
casaderas de Guayaquil. Muchas debieron fijar sus ojos en el apuesto funcionario.
Pero sólo una de ellas llamaba su atención. Se llamaba Manuela de Jesús. En
verdad él casi le doblaba la edad, pues ella había nacido el 8 de junio de
1784. La atracción recíproca creció durante sus visitas a Francisco Ventura de
Garaycoa y Romay, Capitán de Maestranza
del Astillero y Factor de la Real Renta del Tabaco, natural de La Coruña, en
Galicia, quien aceptó la relación amorosa.
El suegro era una de las personalidades
más influyentes de Guayaquil, dado el desempeño de importantes cargos: Capitán
de milicias, Alcalde ordinario, Procurador General, Maestre de Campo, casado
con María Paula Eufemia de Llaguno procrearon 21 hijos.
Cuenca
En 1800, Francisco fue nombrado
Tesorero Real de las Cajas de Cuenca. Antes de partir contrajo nupcias con
Manuela, en el mes de marzo. Ella quedó embarazada al poco tiempo y el 6 de
enero de 1801 nacía Mercedes, la primogénita, bautizada en la Iglesia Matriz de
Guayaquil, ciudad donde vio la luz primera.
Para realizar el largo viaje en mulo,
por caminos casi intransitables, debían vencer unos 200 kilómetros de
distancia, o quizás más debido a lo abrupto del terreno. Por este motivo
esperaron que la niña estuviera fuerte. En 1802
el matrimonio se reunió Cuenca,
ciudad fundada el 12 de abril de 1557 por el capitán Gil Ramírez
Dávalos, quien cumplía órdenes del virrey español Andrés Hurtado de
Mendoza, como este era natural de la
ciudad de Cuenca, en España, así quedó nombrado el nuevo poblado.
Se hospedaron en una amplia casa que
pertenecía a Margarita Torres, mujer de Francisco Paulino Ordóñez. El inmueble
estaba ubicado de la Calle Real (hoy Bolívar), en la esquina opuesta al templo
de San Agustín (que después fue reemplazado con el de San Alfonso)
El nuevo año de 1806 comienza feliz
para Francisco y Manuela, el 6 de enero nace una robusta hija Baltazara Josefa.
Al día siguiente las familias cuencanas felicitan al matrimonio que acude a la
Catedral para bautizar a la niña, oficio que realiza el doctor Mariano Isidro
Crespo, cura rector del templo. El padrino doctor Manuel Días de Avecillas, y
testigos Pedro Heredia y Domingo Bustos.
El ambiente político que encontró
Francisco en Cuenca era favorable a la independencia de España. Todavía los
vecinos de la ciudad recordaban los sucesos del 25 de marzo de 1795 cuando en diferentes lugares aparecieron letreros alegóricos a la
libertad. Entre los sospechosos
detenidos por las autoridades estaban Paulino Ordóñez, Fernando Salazar
y Piedra y Joaquín Tobar. Como ya hemos dicho en la vivienda de la esposa del
primero de ellos se hospedó el cubano con su familia.
Acerca de la incorporación de Francisco
al movimiento independentista ha relatado Rodolfo Pérez Pimentel, cronista
vitalicio de Guayaquil:
“Cuando
iba a estallar la revolución del 10 de Agosto en Quito…el Capitán Juan Salinas,
comprometió secretamente en Quito al Sargento Mayor Mariano Pozo, riobambeño de
36 años de edad, para que propagara las ideas independentistas en Cuenca,
ciudad a la que tenía que viajar con una escolta de catorce soldados a su mando,
a relevar a los que estaban en esa urbe. El 8 de Agosto arribaron a Cuenca y
según parece el Sargento Pozo conversó con Calderón, noticiándole de los
aprestos revolucionarios, que solo se conocieron días después cuando el posta
Blas Santos llevó la nueva al interventor de la Renta de Correos Joaquín Tovar,
regándose la novedad en toda la ciudad.
Una carta enviada a Pozo desde Quito fue requisada por José
Neyra y Vélez, que la entregó al Gobernador Melchor Aymerich, quien pidió a
García-Calderón que le cediera los caudales públicos a su cargo, con el pretexto de levantar tropas e iniciar la
marcha sobre Quito, pero como no presentó las respectivas libranzas legales,
éste se negó”.
La actitud del cubano eran en extremo
audaz y podía constarle la vida, no sólo el cargo público que desempeñaba. Los
hechos sucedieron con velocidad vertiginosa. El 24 de agosto había invitado a
almorzar con su familia al Alcalde de
Cabildo Fernando Guerrero de Salazar y Piedra, y de pronto irrumpió el Teniente
de Milicias Manuel Rodríguez y Villagómez. Los detuvo y los trasladó al Cuartel
donde permanecieron hasta el 5 de septiembre, día en que fueron remitidos a
Guayaquil.
Como represalia, además, le fueron
confiscadas sus propiedades. Dejaban en la miseria a Manuela y a sus pequeños
hijos. Recibió maltratos en Guayaquil por órdenes del cruel Bartolomé Cucalón.
El ensañamiento no concluyó en esta ciudad. A pie, junto a otros insurrectos,
fue trasladado a Quito, donde el calvario continuó. Gracias a la intervención
de amigos influyentes logró la libertad. Ya no habría marcha atrás. Buscó a las
huestes independentistas y se incorporó a ellas.
Francisco Calderón encontró en Quito a
las fuerzas revolucionarias divididas. Un partido sólo acataba órdenes del
Marqués de Selva Alegre y de su hijo, y el otro las del Marqués de Villa
Orellana. Calderón pertenecía a este último partido, y era, como ha expresado
el historiador Camilo Destruge, el brazo derecho del líder de la facción.
Las
rivalidades y enconos llegaron a tal extremo con motivo del primer Congreso
Constituyente, que se reunió en Quito el 1ro de enero de 1812, que los ocho
diputados de la minoría vencida, se trasladaron a Latacunga el 24 de Febrero, y
reunidos allí comenzaron a dictar decretos y disposiciones, como si
constituyeran un cuerpo soberano .En tanto, Calderón estaba acampado en Alausí,
al mando de una pequeña tropa. Recibió la orden de que incorporase a sus
hombres a quienes quedaban en Guaranda, luego de la retirada de Arredondo, y se
presentara a toda prisa en Quito. Para cumplir el mandato del partido
sanchista, así denominaban a los seguidores del Marqués de Villa Orellana,
dictó una proclama dirigida a los montufaristas que comenzaba así:
“Quiteños
¡albricias! El día de vuestra libertad se acerca. La estatua gigantesca del
despotismo va a desaparecer precipitada. Las cadenas que habéis arrastrado ya
se rompen…”
Sanchistas y montufaristas llegaron a
un acuerdo transitorio, pues el rencor en apariencias sofocado, reverdecería
con funestas consecuencias más tarde. Calderón al frente ya de un reforzado
contingente entró en Quito, donde el ejército republicano fue reorganizado
y al cubano lo designaron su Comandante
en Jefe.
Desde el punto de vista estratégico
resultaba de primer orden marchar a Cuenca y desalojar de allí a los españoles.
La partida no se postergó y al frente de las huestes libertadoras integradas
por 1500 combatientes marchaba Calderón. Salieron de Quito el primero de abril
de 1812. En el trayecto entre Lacatunga y Ambato sumaron 600 soldados. Y en
Riobamba y Guaranda completaron, con
nuevos ingresos, la columna llegó a tres mil hombres. En Achupallas,
Calderón dividió en tres columnas a su
ejército. Una bajo su mando directo, otra dirigida por el teniente coronel
Feliciano Checa y la restante por el Sargento Mayor Manuel Aguilar. El primer
encuentro con los realistas ocurrió en Paredones, donde desde una montaña
recibieron el fuego artillero. Sin embargo, cuando vieron que los insurrectos
avanzaban resueltamente los defensores de la Corona se retiraron, sin causar
significativas bajas.
La columna libertadora siguió hasta
Culebrillas. Allí acamparon. Aprovecharon el descansado para interrogar a los
prisioneros del combate anterior e informarse de la situación del enemigo en el
poblado de Biblián. Decido a tomarlo ordenó Calderón proseguir la marcha,
amenazada constantemente por grupos de indios, armados con piedras y palos que
aparecían y desaparecían en la cima de las montañas. Quiso presentarles batalla, pero sus
capitanes se negaron, aludiendo a que los caminos estaban muy lodosos. Cometió
el error de aceptar la actitud de sus subordinados y continuaron avanzando
hasta Bibián, donde acamparon tres días.
El 24 de junio logró las primeras
victorias; sin embargo, la desunión brotó de su estado mayor. Algunos oficiales
no estaban de acuerdo con la férrea disciplina que estableció el cubano y lo
destituyeron de la jefatura del Ejército Libertador. Acató la resolución y
partió en calidad de comandante de las fuerzas del Norte en Ibarra. Con
seiscientos hombres reinició los combates por la independencia de Ecuador y, en
Pasto, cuando pretendía expulsar a los realistas que dirigía el coronel Juan
Sámano, fue derrotado y cayó en poder del enemigo que, sin perder tiempo, lo
fusiló aquel 1ro de diciembre de 1812.
Luego de este infausto suceso, la
familia quedó en la pobreza. Entre los pocos bienes del Coronel Calderón que le
fueron embargados, estaba un hato en Sancay, sus muebles, hasta los vestidos y
todo fue rematado en provecho del erario. Su hijo Abdon siguió el ejemplo para
convertirse en el “niño héroe” de la batalla de Pichincha.