La Revolución Mexicana, cuyo 110
aniversario conmemoraremos el próximo 20 de noviembre, marcó para siempre la
historia de México, y se convirtió por los ecos de su trascendencia, en un
símbolo de rebeldía para el resto de lo que José Martí llamó Nuestra América.
Aquel levantamiento armado liderado por
Francisco Madero, que más tarde se convertiría en una guerra civil, tuvo su
origen en el descontento del pueblo mexicano por años de injusticia social. Sin
embargo, ese despertar de la conciencia no se quedó solo en el intento, sino
que tomó cuerpo como parte de las transformaciones políticas y sociales que
tuvieron lugar en años posteriores.
La Revolución Mexicana de 1910 fijó un antes y un después en el imaginario latinoamericano. Su estela de cambios en lo agrario, legal, cultural y educativo, la ubican entre las principales revoluciones ocurridas en el mundo durante el siglo XX.
Fueron muchos los mexicanos y mexicanas
ilustres que se destacaron en esa larga contienda. Pero baste mencionar a dos
que tienen para Cuba un especial significado: Emiliano Zapata y Pancho Villa,
generales del sur y del norte respectivamente, hombres de pueblo que se
convirtieron en nítidos emblemas de resistencia del movimiento revolucionario.
La Sociedad Cubano-Mexicana de
Relaciones Culturales recuerda con admiración el 110 aniversario de este gran acontecimiento
y se hace eco de los años de relaciones, diálogos, influencias y confluencias
que han caracterizado las profundas relaciones histórico-culturales entre
México y Cuba.
¡Viva la Revolución Mexicana!
Miguel Barnet
Presidente
SOCIEDAD CUBANO-MEXICANA DE RELACIONES CULTURALES.
En Cuba sólo
basta la llegada de un niño a la vida para que en pocos minutos ese pequeñísimo
cuerpo reciba de forma gratuita su
primera inmunización vacunal. Se convierte este
acto en un primer paso de amor que busca el crecimiento y desarrollo sano del infante y a la vez, la
forma de no opacar jamás una tierna sonrisa a causa de retorcidos gérmenes o de
enfermedades que antaño no tenían cura.
Desde las más
tempranas edades inicia entonces un recorrido tan humano como necesario que es
únicamente fruto de la progresión y el ascenso científico y biotecnológico de
la Isla. Un total de doce vacunas son
puestas a disposición del pueblo en
consultorios, hogares o en recónditas serranías durante las etapas de niñez,
adolescencia y juventud.
Con naturalidad
se asumen por la Isla verdaderas campañas de
inmunización masiva que sólo persiguen la recompensa de una palabra agradecida o aquel gesto venido de la
sencillez.
Cientos, miles
de dosis vacunales son producidas cada año en los laboratorios cubanos, mientras
otro grupo llega a la Isla gracias al esfuerzo del sistema de salud para
garantizar la inmunización de millones.
A simple vista
pareciera una obra colosal y ciertamente lo
es. Quizás no existe otra nación en el mundo que exhiba en términos
médicos, preventivos y con tan pocos recursos, los resultados incuestionables que muestra Cuba.
Hablar por ejemplo de la poliomielitis,
el paludismo, sarampión, rubéola o la
desnutrición infantil es cosa -desde hace varios años- del pasado.
Para beneplácito
de todos, esa hidalga lista ha ido creciendo hasta superar en la actualidad la
decena de enfermedades erradicadas
dentro del país. Sin dudas estos categóricos datos, muchas veces pasados por
alto o minimizados ante la vorágine diaria, son el reflejo de una voluntad
política e institucional que ha logrado desde la ciencia hacer más placentera y duradera la vida.
Por eso hoy, cuando todos en el mundo hablan
sobre vacunas y de respuestas biotecnológicas para la presente coyuntura sanitaria,
en Cuba se erige como bálsamo tranquilizante un pensamiento optimista que
descansa en los prometedores estudios a
candidatos vacunales nacidos bajo la absoluta soberanía.
Un total de
cuatro fármacos: Soberana 1, Soberana 2, Abdala
y Mambisa guían las esperanzas de millones en ese firme propósito de asestarle un contundente nocaut
al Covid-19. Y aunque no se puede ser víctimas del exceso de confianza, como
lamentablemente ha pasado en los últimos meses, sí sobrecoge el sano orgullo por
sentir más cerca un producto auténtico
salido del noble ingenio.
Lo cierto es que
a Cuba le resultaba imposible entrar al dispar e injusto juego del monopolio
capitalista que domina la industria farmacéutica. Sin embargo, no debía por eso
quedarse inmóvil frente al gigantesco reto que representa el nuevo coronavirus. Fue entonces cuando
recurrió a la autosuficiencia científica
en los tiempos de crisis y otra vez,
ante los ojos incrédulos de muchos, va acertando en su apuesta por la salud y
el mejoramiento humano.
Quizás haya
quienes anhelan sentir con prontitud en su cuerpo los alentadores resultados que
se preconizan en la prensa. Mas todo lleva su justo tiempo. Primero se deben
cumplir las etapas mínimas de pruebas para ajustar dosis, medir efectividad y lo más importante: probar su
seguridad.
A las puertas de
que dos de los candidatos vacunales pasen
a la decisoria fase tres en el mes de marzo, los laboratorios en la Isla alistan su maquinaria
industria para producir a gran escala un importante número de dosis que pudieran estar rondando las cien millones.
Esta alta producción también responde a
los intereses de países como Irán y
México que han solicitado incorporarse en la fase final de estudios clínicos de la candidata
Soberana 2.
Mientras tanto,
en Cuba y Latinoamérica se espera con expectación el alistamiento de las
vacunas, esas que ya avanzan con el compromiso de esperanzarlo todo para llegar
más temprano que tarde como un producto seguro y plenamente soberano.
Desde los tiempos de Simón Bolívar la historia de
América Latina ha estado signada por las revoluciones. En 1791 estalló la
revolución haitiana que condujo a la liberación de los esclavos y la
independencia, abriendo el ciclo de las luchas emancipadoras latinoamericanas.
Durante las últimas dos centurias otros procesos revolucionarios provocaron
inesperados giros en la historia, como analizamos en el libro Tres revoluciones que estremecieron
el Continente en el Siglo XX(2020),
elaborado con mis colegas de México y Colombia, Alejo
Maldonado y Roberto González Arana. Si bien la historia no puede reducirse a las revoluciones, sin duda
estos procesos, triunfantes, fracasados o incompletos, constituyeron momentos
cruciales y decisivos que han determinado en gran medida el derrotero
latinoamericano.
Aunque ya en la antigüedad Aristóteles se interesó por
el tema de las revoluciones, el concepto moderno llegó a las ciencias sociales
procedente de la Física y la Astronomía. Su origen se relaciona con la obra de
Nicolás Copérnico De revolutionibus
orbium coelestium (1543), en alusión al movimiento circular de los cuerpos
celestes. Pero fue en Inglaterra, durante el siglo XVI, que el término fue
empleado para calificar un cambio político radical, después de que fue
clausurado el parlamento por Cromwell.
Durante el siglo XVIII, filósofos ilustrados,
impactados por la revolución francesa, se valieron del concepto con sentido de
progreso, que aún conserva, aplicado al movimiento de las masas populares, un
golpe de estado o un viraje brusco en la política. En Francia, historiadores como
Thierry, Guizot y Mignet, explicaron la revolución por las luchas de clases.
Bajo esa impronta aparecieron las primeras historias de la independencia de los
países latinoamericanos, como la Historia
de la Revolución de Nueva España (1813), del sacerdote mexicano Servando
Teresa de Mier y Bosquejo de la
Revolución de la América española(1817),
del venezolano Manuel Palacio Fajardo.
Después se agregaron adjetivos a la palabra revolución:
política, social, filosófica, industrial y otras. En 1844, Carlos Marx
escribió: “Cada revolución derroca al
antiguo poder, y por eso tiene carácter político. Cada revolución destruye una
vieja sociedad, y por ese motivo es social”, llegando a considerarla como
la locomotora de la historia. Fue Walter Benjamín, parafraseando a Marx, quien
advirtió con cierta ironía: “Pero tal vez
las cosas sean diferentes…y las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese
tren, jala el freno de emergencia.” Por su parte, Lenin, para
precisar el concepto marxista de revolución burguesa, aclaró que debía
entenderse de dos maneras: en el plano teórico o en la
práctica histórica mundial.
Aplicada a la historia de
América Latina, la idea leninista de un ciclo revolucionario permite considerar
a la lucha independentista (1790-1826), así como las reformas liberales que le
sucedieron en casi todas partes desde mediados de esa centuria, incluyendo las
que ocurrieron después, entre ellas la revolución mexicana de 1910, como
diferentes oleadas dirigidas contra el viejo orden precapitalista y las
injusticias socio-políticas. A los violentos procesos revolucionarios que
sacudieron la América Latina desde el siglo XIX solo les fue posible alcanzar
entonces las metas parciales para las cuales cada país ya estaba maduro, esto
es, un determinado escalón en su desarrollo, como parte de un cambio de larga
duración que permitiera la sustitución de la formación económico social caduca
por una nueva.
Las oleadas revolucionarias
del siglo XX adquirieron también un carácter antimperialista e incluso
socialista, como consecuencia de las derrotas anteriores de las alternativas
más democráticas, que habían dado por resultado el predominio en toda América
Latina de un capitalismo deforme y dependiente. Pero todas las revoluciones
surgieron de una profunda crisis nacional y una en crispada agitación social,
tal como escribió José Martí cuando organizaba la guerra de independencia
cubana de 1895: “Las revoluciones
son como el café: han de hacerse con agua hirviendo.”
Cinco siglos se cumplen este
año de la prolongada resistencia de Tenochtitlan al asalto de las huestes de
Hernán Cortés, que en abril de 1521 pusieron sitio a la ciudad con el apoyo de
miles de guerreros tlaxcaltecas aliados de los españoles. La
destrucción de los canales de agua que abastecían la capital azteca y la falta
de alimentos sellaron la suerte de los defensores, vencidos por la sed, el
hambre y las epidemias, algunas de ellas, como la viruela y la sífilis,
desconocidas en América y traídas por los conquistadores. La heroica lucha de
sus habitantes, dirigidos por Cuitláhuac-Moctezuma había muerto tratando de
calmar la sublevación de su pueblo-, y después por el legendario Cuauhtémoc, se
prolongó hasta el 13 de agosto de 1521.
El primer
testimonio de la caída de Tenochtitlan procede de las extensas Cartas de Relación del propio Hernán
Cortés, dirigidas a la Corona. Son cinco, escritas desde 1519, aunque la inicial
nunca se encontró y sólo se conoce por el resumen incluido en la obra
Segunda parte de la crónica general de las Indias que trata de la conquista de
México (1552) de Francisco López de Gómara. Se trata de la misiva que
envió Cortés a Carlos V, junto con regalos entregados por Moctezuma, cuando marchaba hacia el altiplano
central de México, en la que prometía un nuevo reino “con título y no menos mérito que el de Alemania, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee”.
Las
cuatro cartas se conservan en la Biblioteca Imperial de Viena. Tres se
publicaron por primera vez en Sevilla (1522-1523) y Toledo (1525) y fueron muy
difundidas, mientras la última estuvo inédita hasta 1842. En la segunda de
ellas, fechada el 30 de octubre de 1520, Cortés relata el sometimiento del
cacique de Zempoala y su alianza con los tlaxcaltecas, el avance hacia el
territorio azteca y el encuentro con Moctezuma, incluyendo la tremenda
impresión de los europeos al llegar a la espectacular Tenochtitlan, que
denomina Temixtitan. El conquistador la describe con amplias calles que por un
lado dan al agua, por donde andan canoas, y que es “tan grande y de tanta admiración, que…es casi increíble, porque es
muy mayor que Granada y muy más fuerte, y de tan buenos edificios y de muy
mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó, y muy mejor abastecida
de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescados de los
ríos, y de otros legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta
ciudad un mercado en que cotidianamente, todos los días, hay en él de treinta
mil ánimas arriba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay
por la ciudad en partes.”
Es en la tercera de las Cartas de Relación, fechada el 15 de mayo de 1522, donde Cortés narra, en un lenguaje más agresivo y crudo que en la anterior misiva, los acontecimientos de la rebelión azteca, que obligó a los conquistadores a huir de Tenochtitlan el 30 de junio de 1520 (la “Noche Triste”), hasta la ocupación de la urbe y la captura, el 13 de agosto del año siguiente, de Cuauhtémoc: “Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaba pelear … un capitán de un bergantín, … llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucín … señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual, como le hice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase”.
Cortés
mantuvo en cautiverio a Cuauhtémoc durante cuatro años, para asegurar la
colaboración de los mexicas, aunque lo sometió a crueles torturas, quemándole
los pies y las manos. En 1525, como relata el propio conquistador español en su
quinta Carta de Relación a Carlos V,
lo llevó, junto a cientos de indígenas, en su expedición a las Hibueras (Honduras).
Durante la travesía ordenó su ejecución, acontecimiento que se conmemora como duelo
oficial en México cada 28 de febrero. En el lugar de la capital
mexicana donde Cuauhtémoc fue apresado por los invasores europeos, en las inmediaciones del
actual mercado de Tepito, hay una placa en un muro de la iglesia de la
Concepción con este texto: “Tequipeuhcan. Aquí fue hecho prisionero el
Emperador Cuauhtemotzin la tarde del 13 de agosto de 1521”.