En marzo de 1892
José Martí escribió que “Para todas las
penas, la amistad es remedio seguro.”
A más de un siglo de haber publicado esa aserción, llena de emotividad y simpatía,
se puede decir que guarda vigencia plena, puesto que la confianza ofrecida por
la amistad, cuya órbita incluye alegrías y desdichas, fue una de las luces que
alumbró los caminos que Martí recorrió a lo largo de la vida. Y es que siendo joven
fue delineando su inquebrantable confianza en los amigos, como lo hizo saber el
12 de octubre de 1875, cuando escribió en la Ciudad de México: “La amistad es el crisol de la vida,”
aforismo que de algún modo presagiaba la importancia que tuvo para él haber conocido
al ilustre mexicano Manuel Mercado, quien será su amigo y confidente hasta el
final de sus días. Basta recordar que el 18 de mayo de 1895 José Martí comenzó
a escribir una carta a Mercado, que quedó inconclusa al producirse su muerte al
día siguiente y que por los conceptos de su contenido se considera su testamento
político. Si la lectura de esa carta destaca por el profundo ideario que expuso
Martí para ese momento inicial de la guerra de independencia y para el futuro
de su país-y de nuestra América-surge una pregunta: ¿por qué escogió como
destinatario al amigo del alma Manuel Mercado y no a los dirigentes de la
revolución que encabezaba el propio Apóstol cubano?
Sin sombra de dudas, el valor martiano de la
amistad, como raíz de muchas y múltiples relaciones que dan sentido a la vida,
integran parte del corpus ético contenido en su obra, y pone en relieve el alto
valor que concede a este tejido de vínculos afectivos que lo llevaron a escribir:
“Amigo es como ser de nuestro ser, como
continuación de sí mismo.” Este enunciado, profundo y sensible, lo expuso
en su drama Adúltera, obra que
comenzó a escribir en Madrid a los 19 años y concluyó en Zaragoza en 1874,
durante su primer destierro de Cuba. Siendo Adultera una aportación poética fundamental, considerada como una de las
fuentes más trascendentes para introducirnos al sentido de la vida en el
pensamiento de José Martí, es al mismo tiempo antesala para comprender un
enfoque de la amistad todavía más profundo, en medio de su vida sacudida por
los destierros que desde muy joven padeció y la lucha por la emancipación de
Cuba. En ese ambiente, digamos, enteramente desfavorable, deja ver su confianza
absoluta en los amigos al señalar: “… y
no está de más en el mundo tan lleno de maldad, buscarse un amigo”.
Por las convulsiones que llenaban de traiciones y perversidad el mundo
que Martí procuraba transformar, hasta su muerte en combate el 19 de mayo de
1895, mucho antes de iniciarse la revolución que encabezó, señalaba: “Hay que salir en amistad al encuentro de
los ejércitos amenazantes.” Pero el Apóstol Martí también advirtió la
existencia de lo que llamó Amistad
Funesta, título que dio a su única novela, donde las bajas pasiones
simulando querencias, relacionadas con Lucía Jerez, subrayan el uso infame que
se hace a nombre de la amistad. No obstante, en una carta a Gonzalo de Quesada
de febrero de 1895, José Martí declara su fe casi ciega en la amistad,
confianza que lo condujo a escribir en sus Versos
Sencillos, las líneas de todos conocidas:
Cultivo una rosa
blanca,
En junio como en enero
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca
Y para el cruel que
arranca
El corazón con que vivo
Cardo ni ortiga cultivo
Cultivo una rosa blanca.
En su carta a Gonzalo de Quesada, Martí coronaba la trayectoria de su
ideal de amistad iniciada en España y México hacia 1874 y 1875, como valor
ético inaplazable del ser humano, al subrayar: “…de la amistad impalpable es la fuerza, y contra el mundo sutil del
desamor… hay que ir levantando fortalezas de cariño…” Por estas razones he
llegado a la conclusión que el regocijo de
una amistad no tiene altibajos, sencillamente es tolerante y humilde.