En
la conferencia de este jueves 8 de abril, las autoridades de salud de nuestro
país dieron a conocer que diariamente se están alcanzando nuevos registros
máximos de personas vacunadas, llegándose en el corte de la tarde de dicho día
a la robusta cantidad de 10 millones seiscientas mil vacunados, con al menos la
primera dosis. Unas pocas horas antes, el Ministerio de Salud de Francia anunció,
con bombo y platillo, que el país había superado la cifra de 10 millones de
dosis aplicadas. La contemporaneidad de ambas noticias me llevó a reflexionar
sobre cómo realmente está ocurriendo este trágico proceso, que ya es el desastre
sanitario más grande en un siglo y, por sus repercusiones económicas y
sociales, probablemente el más devastador de la modernidad.
¿Qué
significa que países tan distintos como México y Francia lleven prácticamente
la misma cantidad de vacunados en este momento? ¿Son comparables los sistemas
de salud de estas naciones? ¿La fortaleza económica de cada una? Veamos: de
acuerdo con datos oficiales, el sistema hospitalario francés tiene una
infraestructura ¡seis veces superior! a la de nuestro país; en cuanto a
personal de salud, Francia tiene el triple de profesionistas que México. En
cuanto a poder económico, el PIB francés es también el triple que el PIB
mexicano. Entonces, si nos situamos, digamos en enero de 2020, cuando la
amenaza del COVID-19 estaba a punto de hacerse realidad, Francia estaba
muchísimo más preparada que México para enfrentar el embate.
¿Qué
es lo que ha ocurrido después de 15 meses de incesante emergencia sanitaria? En
Francia se han lamentado, en números redondos, cien mil defunciones; México
rebasó hace unos días la cifra de 200 mil. Considerando las diferencias de
población, la mortalidad es prácticamente la misma. Y retornando al tema de la
vacunación, la igualdad en cifras absolutas de inmunizados significa, por
supuesto, que Francia lleva un porcentaje mayor, pero también, considerando
todo el contexto, que México, con un esfuerzo titánico, se mantiene entre los
países con mayor avance en el tema, cuyos beneficios ya están saltando a la
vista, lenta pero indudablemente.
Para
nadie es un secreto que el sistema de salud mexicano es de los elementos que
más ha sufrido el abandono de los cuarenta años de neoliberalismo, que incluye
todas las presidencias desde Miguel de la Madrid Hurtado hasta Enrique Peña
Nieto, y, por supuesto, a los hoy vociferantes Vicente Fox y Felipe Calderón.
Desde este mismo espacio hemos señalado que en aquellos años de cruel
neoliberalismo, las escuelas públicas de Medicina y Enfermería también fueron
golpeadas, reduciéndose sus cupos con el argumento de mejorar la calidad,
permitiéndose, en cambio, la proliferación de instituciones privadas, muchas de
ellas a costos impagables para las mayorías, y muchas de ellas, precisamente,
con muy escasa de calidad.
Pero
lo cierto es que ese sistema golpeado, vilipendiado, descuidado, afectado en la
preparación de sus recursos humanos, está dando una formidable respuesta a la
temible embestida del virus, manteniendo al país en un desempeño promedio
respecto de las naciones de Primer Mundo, pese a contar con muchos menos
recursos, muchos menos estímulos y una infraestructura de mucho menor calidad. Y
no es un logro de la 4T, ni siquiera de las autoridades sanitarias del país.
Desde nuestro gobierno, igual que en el resto del mundo al tratarse de una
enfermedad desconocida, se han logrado grandes aciertos y cometido yerros
garrafales. AMLO y sus funcionarios exponen cotidianamente los primeros; sus
rivales políticos, muchas veces mordiéndose la lengua pues ellos
provocaron en gran medida las deficiencias sistémicas que padecemos, se
encargan de propagar los segundos, la mayoría de las veces con exageración. En
la política, tristemente, la mezquindad, el cinismo y la hipocresía son los
signos del actuar.
El
que México esté dando una respuesta a la par de los países más desarrollados
pese a sus terribles limitaciones es un logro de miles de médicas y médicos,
enfermeras y enfermeros, camilleros, intendentes, administrativos, etc. Sabemos
que de todo hay en la viña del señor, pero entre ese todo, destacan esas
mujeres y esos hombres íntegros y comprometidos, que salen de sus casas y del
cobijo de sus familias para incorporarse a sus servicios hospitalarios sin
saber si al regresar, tras convivir diariamente con la muerte en la forma del
letal virus, seguirán sanos. Andrés Manuel, el Dr. Alcocer, el Dr. López-Gatell
tienen sus éxitos, sus fracasos y su responsabilidad, pero la batalla la están
dando, de manera digna, ejemplar y heroica esos miles que van cada día del refugio
de sus hogares al durísimo campo de batalla.
La
pandemia seguirá por varios años más; la vacunación nos da esperanzas, nos
permite sonreír y tener un poco más de confianza, pero aún son demasiados los
enigmas ante esta mortal enfermedad. ¿Cuánto tiempo durará la inmunidad? ¿De qué
variedades nos protege? ¿Realmente que tan graves son sus efectos secundarios a
mediano plazo, a largo plazo? ¿Se requerirán nuevas inmunizaciones en el
porvenir? No lo sabemos y nadie en estos momentos tiene respuestas a estos
cuestionamientos. Pero la esperanza ya habita entre nosotros, algo vital, pues
aún viviremos en condiciones de emergencia sanitaria por mucho tiempo más.
En
lo personal, como historiador, al principio de la pandemia acallé en cierta
medida mis temores analizando las pandemias anteriores de las que tenemos
suficientes evidencias, como la del cólera, que azotó el mundo en el siglo XIX,
y la de la influenza, que atacó en las primeras décadas del siglo XX. Ahora que
ya tenemos algunos conocimientos sobre el comportamiento de esta nueva
pandemia, ahora que ya tenemos vacuna, me brinda certeza el saber que, a pesar
de los pesares, nuestro magnífico personal de salud está dando una batalla
ejemplar, inolvidable, que merecerá, además de esos fugaces homenajes que duran
apenas su transcurso, un dedicado registro historiográfico. Y un profundo, muy
profundo agradecimiento.