La política en Yucatán
Introspección histórica: en busca de los orígenes locales de la Revolución Mexicana
Publicado
hace 3 añosen
Desentrañar los orígenes de la Revolución Mexicana en Yucatán sigue siendo una asignatura pendiente. Si bien en los últimos años se ha avanzado de manera importante en la documentación y análisis de algunos de los movimientos populares iniciales, e incluso se ha revivido el antiguo debate sobre la rebelión de Valladolid de junio de 1910 como “Primera Chispa”, continúan siendo nebulosos los tiempos prístinos del movimiento social que derrocó al Estado Porfirista y estableció una nueva época en la historia de nuestro país. Iniciamos hoy una serie de introspecciones que pretenden contribuir a dicho conocimiento, divulgar y analizar los más recientes descubrimientos historiográficos, y relanzar la discusión sobre este hito fundamental para la comprensión de nuestros pasado y presente.
El Estado Porfirista no fue, evidentemente, creado por decreto al día siguiente del triunfo del Plan de Tuxtepec. Fue una trabajosa construcción que implicó una extraordinaria habilidad política y la conjunción de una serie de condiciones favorables. México se había desangrado durante medio siglo de guerras civiles y extranjeras, pérdidas financieras y territoriales y un caos en el que en no pocas veces la Soberanía Nacional estuvo a punto de sucumbir. Sólo las heroicas gestas encabezadas por Benito Juárez y protagonizadas por cientos de íntegros patriotas lograron la sobrevivencia de la Nación, pero las condiciones políticas, económicas y sociales de la llamada República Restaurada (1867-1876) eran precarias e inestables, como lo probó precisamente el éxito de la rebelión tuxtepecana con la que Díaz derrocó a Sebastián Lerdo de Tejada, el sucesor de Juárez.
El nuevo orden fue tejido habilidosamente por el militar oaxaqueño durante su segundo mandato, de 1884 a 1887, y se consagró precisamente con la reforma que permitió la reelección inmediata e indefinida. A partir de ese momento, los otros líderes del liberalismo conciliador aceptaron que don Porfirio, que en aquel entonces se acercaba a su sexta década de vida, no tenía planes próximos de abandonar el poder. La silla presidencial, inagotable fuente de discordia durante todo el siglo XIX, dejó por fin de ser el factor principal de la inestabilidad política y se convirtió en la sede del árbitro supremo y monopólico de todos los conflictos en todos los ámbitos de la vida nacional.
Don Porfirio envolvió a las élites políticas en un seductor juego de divisiones, conflictos y arreglos, asegurándose así su respeto y lealtad. Asimismo, las condiciones de estabilidad, las reformas legales y los usos ilegales permitieron el progreso de las élites económicas, procedentes de un origen muy diverso, que incluía a la conservadora oligarquía post-colonial, a la pequeña burguesía liberal y, por encima de todo, al voraz capital extranjero. Como garantía de control social, el Orden Porfirista incluyó arreglos semipúblicos e ilegales con la poderosísima Iglesia Católica, que estableció con don Porfirio una firme alianza, lo que no se había visto en México desde la Independencia.
Desde nuestra perspectiva, dos son los hechos simbólicos y relevantes que marcan el establecimiento pleno del Nuevo Estado: el ya comentado decreto que permitía la reelección indefinida, y la coronación papal de la Virgen de Guadalupe, un proceso que se inició en 1887 –el mismo año de la reforma reeleccionista- y que contó con todo el apoyo del Estado Porfirista.
El porfirismo yucateco siguió a grandes rasgos los tiempos y las formas nacionales, si bien el liberalismo “puro”, heredero del juarismo y encarnado en el grupo político de Carlos Peón, tuvo una actuación mucho más activa en nuestro Estado que en otras regiones. De cualquier modo, con todo y las especificidades locales, las élites políticas yucatecas siguieron el tortuoso juego del “divide y vencerás”, buscando siempre el favor del Gran Elector. En lo económico, porfiriato en Yucatán significó Henequén, es decir, por un lado el creciente ascenso de un amplio grupo de terratenientes productores de fibra; y por otro lado, la creciente y crudelísima explotación de diversos grupos sociales, particularmente de los mayas de la zona noroeste de la península, todo por supuesto santificado por la muy poco espiritual y sí muy materializada Iglesia Católica, cuya contribución a las injusticias e inhumanidades contra los trabajadores henequeneros y el proletariado en general está ampliamente documentada.
De este modo, al concluir el siglo XIX, el Estado Porfirista parecía funcionar con notable eficiencia y encaminar a México por la senda positivista del Orden y el Progreso. Las sucesiones políticas estatales transcurrían en sosegada calma, la economía funcionaba atingentemente dentro de los estándares del Imperialismo Mundial, la administración pública registraba excepcionales superávits, la Iglesia arreaba pacientemente a las mansas ovejas del Señor. Díaz se reeligió por sexta vez (quinta consecutiva) sin mayores aspavientos, considerado como ejemplo universal de orden y autoridad republicana.
Era un espejismo, hoy lo sabemos. Ya para entonces, Camilo Arriaga había denunciado valientemente las violaciones a las Leyes de Reforma en el propio Congreso Nacional, ya los Flores Magón iniciaban la heroica contribución del periodismo desde las páginas de Regeneración, ya valientes agitadores socialistas comenzaban la labor de conciencia entre la clase obrera. Se gestaba el más formidable movimiento popular de nuestra historia y comenzaba a fracturarse el Estado Positivista.
No fueron distintas las cosas en Yucatán. Si bien el nuevo siglo pareció coronar con la llegada al gobierno de Olegario Molina al grupo de ambiciosos liberales conciliadores que sucedieron a los juaristas, y el control militar de la Guerra de Castas pareció simbolizar el esplendor porfirista en la península; ya las profundas y complejas contradicciones sociales comenzaban a surgir y manifestarse. Olegario tomó posesión del gobierno en febrero de 1902, y unas semanas después, como cabeza del más poderoso grupo de comercializadores de Henequén, asumió el control monopólico de la exportación de la fibra. Nunca un político había alcanzado en el Estado tal poder económico, nunca un capitalista había logrado en Yucatán tal poder político. Pero, como en todo el país, ya para esas fechas comenzaban en Yucatán a agitarse los primeros actores, empezaban a construirse los movimientos iniciales de una imparable vorágine que pulverizó a tan omnímodo poder, tal como veremos en nuestra siguiente introspección.
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La política en Yucatán
Introspección histórica: en busca de los orígenes locales de la Revolución Mexicana (XV)
Publicado
hace 3 añosen
septiembre 29, 2021El lunes 6 de noviembre de 1911, Francisco Madero y José María Pino Suárez juraron ante el Congreso de la Unión como Presidente y Vicepresidente Constitucionales de los Estados Unidos Mexicanos para concluir el período 1910-1916, que había iniciado como Jefe del Ejecutivo el Gral. Porfirio Díaz. Ello significaba, de jure, la aceptación de la legalidad de la elección de Díaz y, paradójicamente, colocaba fuera de la ley al propio Madero y su convocatoria del 20 de noviembre. El conservador periódico El Imparcial leyó a la perfección los acontecimientos, y así lo editorializó al día siguiente de la ceremonia:
“La Revolución deja desde ahora de ser una palabra de significación actual en la vida política de la República Mexicana. LA REVOLUCIÓN NO EXISTE YA, [el resalte en mayúsculas es nuestro] acaba de morir, acaba de extinguirse, acaba de transformarse en el gobierno constituido, y de dejar, por lo mismo, inquietudes, para entrar, consciente de sus deberes, y con la serenidad necesaria en su nueva y alta función: la de encaminar honrosa y decorosamente al país hacia un constante y definido progreso”.
El tema había sido furiosamente discutido en las negociaciones de Ciudad Juárez. Carranza y Pino Suárez encabezaron a quienes se negaban a transigir y urgían el pleno reconocimiento del Plan de San Luis; pero Francisco Madero, a través de sus familiares, logró que prevaleciera la idea de mantener el orden constitucional, aceptar la renuncia de Díaz como si hubiera sido un asunto de salud y no consecuencia de una Revolución, y permitir la vigencia de las estructuras del Antiguo Régimen. En ese contexto, uno de los Jefes más importante del Ejército Federal fue el Gral. Victoriano Huerta, sanguinario perseguidor de los mayas de la Guerra de Castas a fines del siglo XIX y principios del XX, y feroz represor de lo que los porfiristas y la gente de bien llamaban las hordas zapatistas.
Durante los quince meses del gobierno maderista, Francisco Madero fue el perene optimista, que siempre veía el lado bueno de las cosas y jamás las amenazas; en tanto que José Maria Pino Suárez fue el puntilloso analista que advertía los peligros que se cernían sobre la nueva administración. Madero era el atrevido, Pino el cauto; Madero el arrojado, Pino el prudente… Al final, como casi siempre, prevalecía la opinión de la máxima autoridad, y así pronto se materializaron las palabras que en Ciudad Juárez pronunció Carranza: “Revolución que transa es Revolución perdida”.
El gobierno de Francisco Madero terminó estrepitosa y trágicamente… El 9 de febrero de 1913, una importante sección del Ejército Federal se sublevó en su contra. Los leales obtuvieron victorias importantes, pero la fatalidad intervino, encarnándose en el Gral. Huerta, quien por herida del Gral. Lauro Villar, quedó accidentalmente al mando de la Ciudad de México. Pronto el llamado chacal consumó la traición, y tanto el Presidente como el Vicepresidente fueron tomados prisioneros. Aún en esas condiciones, Madero continuó haciendo alarde de optimismo, incapaz de reconocer la gravedad de la situación. Angustiado y sin esperanzas, Pino Suárez le escribió a su amigo Serapio Rendón Alcocer la mañana del viernes 21:
“Dispensa que te escriba con lápiz, pero no he logrado que nuestros carceleros me proporcionen una pluma. Como sabes, hemos sido obligados a renunciar a nuestros respectivos cargos de Presidente y Vicepresidente de la República, pero no por eso están a salvo nuestras vidas. Creo que peligran aún más que antes. Nunca estuve de acuerdo en esas renuncias precipitadas, pero el Presidente insistió”.
Sin faltar a la lealtad al entrañable amigo y Jefe, Pino Suárez hizo constar a Rendón, entonces diputado, la ingenua actitud de Madero, y las previsibles consecuencias de la misma:
“… yo no soy tan optimista como el Presidente Madero respecto a que Huerta cumplirá su palabra de respetar nuestras vidas. ¿Por qué ese afán de confiar en alguien como Huerta? Temo lo peor, y en caso de que suceda, te ruego que hables con María, mi esposa, sobre las circunstancias trágicas de mi muerte”.
En la epístola que terminó siendo su testamento sentimental, el poeta romántico se condolió, ante su martirio, de la difícil coyuntura en la que quedaría su compañera de vida:
“La pobre quedará sola, con apenas unos cuantos pesos ahorrados, y seis hijos a los cuales criar y educar”.
Emocionado seguramente hasta las lágrimas, Pino Suárez cerró su carta con una frase lapidaria:
“… la política me endilgó un sueño que en realidad era una pesadilla”.
Unas cuantas horas después, durante la noche del sábado 22, Madero y Pino Suárez fueron ignominiosamente ejecutados a escasos metros de la Penitenciaria de Lecumberri… Serapio Rendón entregaría la emotiva correspondencia a doña María Cámara Vales, esposa de José María, y, a la vuelta de unas cuantas semanas, él mismo sería asesinado en esa horrible danza de sangre en la que se convirtió la feroz dictadura de Victoriano Huerta. Así terminó aquel hermoso proyecto revolucionario, aunque luego otros hombres y mujeres de Yucatán y de toda la Nación lo impulsaron a mejores puertos… Dieciocho meses después de los asesinatos, el revolucionario progreseño Lino Muñoz Nogueira tomaría a sangre y fuego el Puerto de Progreso, ejecutaría al Jefe Político huertista y se acercaría a la residencia de la viuda del poeta en homenaje a su martirio. Luego vendrían los tiempos de Alvarado y Carrillo Puerto, pero esos son otros temas…
Con esta introspección, la número 90 publicada de manera ininterrumpida en Informe Fracto, culminamos la primera etapa de este feliz esfuerzo. Hemos repasado, durante estos casi dos años, muchísimos episodios y procesos de la historia de nuestro querido Yucatán… muchos más se quedan en el tintero, seguramente en próximos tiempos podremos compartirlos con ustedes. Aprovecho las últimas líneas de esta final introspección -repito, final de esta primera etapa- para agradecer al gran amigo Carlos Bojórquez Urzaiz, hermano de luchas ideológicas y pesquisas históricas, por su invitación para incluir un espacio de reflexión historiográfica semanal. ¡Hasta siempre!
La política en Yucatán
Introspección histórica: en busca de los orígenes locales de la Revolución Mexicana (XIV)
Publicado
hace 3 añosen
septiembre 23, 2021En los días previos al domingo 20 de noviembre de 1910, José María Pino Suárez participó en varias reuniones con campesinos y rancheros de la región de Tenosique; también recibió la visita de varios agentes maderistas de Yucatán y Campeche. Se trataba de los preparativos de una revolución, pero el poeta tabasqueño no era un hombre de acción ni de estrategia: los agentes maderistas fueron detenidos apenas pisaron el Estado de Campeche, quedando al descubierto su plan. Tampoco en Tabasco se logró una movilización significativa, y Pino Suárez optó por el exilio, cruzando la frontera guatemalteca en los primeros días de diciembre, de donde pasó a Belice, y de ahí a los Estados Unidos, donde se unió a la dirigencia del movimiento revolucionario.
Francisco Madero lo comisionó para insurreccionar la península de Yucatán, tarea en la que se encontraba cuando el líder revolucionario le ordenó se uniera a su padre y a otros dirigentes para encabezar las negociaciones de Ciudad Juárez, en mayo de 1911, que dieron como resultado los tratados que sellaron la caída del gobierno de Porfirio Díaz. Según las crónicas del proceso, Pino Suárez se destacó por su energía y habilidad con la palabra, confirmando que en este campo, y no en el accionar militar, se encontraban sus mayores talentos.
Tras la renuncia del dictador, los gobernadores porfiristas fueron sustituidos por revolucionarios en todos los Estados. Para nadie fue sorpresa que el designado para gobernar Yucatán fuera don José María, quien tomó posesión del cargo el 5 de junio, diez días después de la salida de don Porfirio. A su llegada fue recibido con vítores por sus partidarios, pero con prudente reserva por los morenistas-cantonistas, que eran mayoría en gran parte de las poblaciones yucatecas. El nuevo gobernador anunció la paulatina liberación de los peones de las haciendas, así como una profunda reforma educativa, lo que provocó expectación entre los hacendados henequeneros, quienes, si bien mostraron disposición para trabajar con la nueva administración, también esperaban mantener sus privilegios y el bajo costo de su mano de obra.
Entre tanto, Madero ordenó la realización de elecciones extraordinarias para formalizar los nombramientos de gobernadores. Las de Yucatán se programaron para septiembre, eligiéndose a Pino como candidato, por lo que renunció a su puesto para realizar su campaña. Los morenistas-cantonistas, ahora también declarados maderistas, lanzaron la candidatura de Delio Moreno Cantón, aprovechando la estructura política que su tío, el Gral. Francisco Cantón, había construido desde hacía décadas.
La campaña fue muy breve, pero también muy ruda. Los morenistas-cantonistas dominaban la mayoría de las poblaciones rurales, y tenían una presencia muy vigorosa en las ciudades. Los hacendados se dividieron, pero los más poderosos le apostaron a Moreno Cantón, confiando en el conservadurismo de su facción. El día de las elecciones menudearon los enfrentamientos, y la prensa, bajo influencia conservadora, reportó presiones policiacas a favor de Pino Suárez y fraude descarado. Sea como fuere, el resultado oficial favoreció al maderista, quien regresó al poder, ahora como Gobernador Constitucional, el 8 de octubre. Lo cierto es que, para variar, Yucatán se presentaba como un caso sui generis en el país, con la prensa y gran parte de los actores políticos manifestando su abierta oposición al gobernador maderista, pese a proclamarse abiertamente a favor de Madero. De cualquier manera, el gobierno de Pino Suárez en Yucatán fue extraordinariamente fugaz: pese a tomar posesión en la fecha antes mencionada, desde una semana antes había participado, como candidato a la Vicepresidencia de la República, en la elección federal extraordinaria emanada de los Tratados de Ciudad Juárez. Ratificado para ese cargo el 15 de octubre, lo juró en el Congreso de la Unión el lunes 6 de noviembre, iniciando así el postrer capítulo de su vida.
La política en Yucatán
Introspección histórica: en busca de los orígenes locales de la Revolución Mexicana (XIII)
Publicado
hace 3 añosen
septiembre 15, 2021Una empatía muy particular nació entre aquellos dos hombres tan disímbolos. Madero, el hombre del Norte, procedente de una de las familias acaudaladas de Coahuila, terrateniente, con estudios en Europa y vínculos con la teosofía y el espiritismo; Pino Suárez, el hombre del Sur, un abogado con los pies en la tierra, literato, clase mediero, de un catolicismo discreto… Pese a las diferencias, el vínculo fue inmediato, y ante las renuencias y ambigüedades del periodista Carlos Ricardo Menéndez González, José María fue designado por Madero, en aquel junio de 1909, como su representante en Yucatán.
Apenas salió Madero de Yucatán, Pino Suárez inició su labor, fundando decenas de clubes antirreeleccionistas en las principales poblaciones del Estado. En esas condiciones, y ante la proximidad de las elecciones para renovar el Poder Ejecutivo local, el tabasqueño aceptó la candidatura por las agrupaciones maderistas para enfrentar a Enrique Muñoz Arístegui, candidato oficial y gobernador interino, y al abanderado cantonista Delio Moreno Cantón, sobrino del Gral. Francisco Cantón Rosado.
A inicios de octubre de aquel 1909, y reconociendo el débil impacto de su candidatura, Pino Suárez ofreció su apoyo a Moreno Cantón, con la única condición de que éste reconociera el liderazgo nacional de Francisco Madero y se comprometiera a trabajar por su proyecto. Moreno Cantón, quien en realidad continuaba apoyando a don Porfirio pese a oponerse al candidato porfirista a nivel local, rechazó la propuesta, pero las alarmas sobre las consecuencias de una posible alianza resonaron en el Palacio de Gobierno, desde donde Muñoz Arístegui ordenó desatar una represión abierta, acusando a morenistas y pinistas del delito de rebelión. Muchos líderes y militantes de estas agrupaciones fueron detenidos, aunque tanto don Delio como don José María evitaron la prisión saliendo de Yucatán. Pino Suárez encontró refugio en su Tenosique natal, donde pasó varios meses. Sin oposición, el porfirista Muñoz Arístegui arrasó con la elección y tomó posesión de un nuevo período de gobierno en febrero de 1910.
Pino Suárez, entre tanto, mantuvo contacto con Madero, quien lo convocó a la Ciudad de México para participar en la Gran Convención Antirreeleccionista que se celebró el siguiente mes de abril. Durante aquellas reuniones, Madero anduvo siempre muy cerca de José María, e incluso intentó fuera desde aquella ocasión su candidato a la Vicepresidencia, puesto para el que fue electo Francisco Vázquez Gómez, quedando el tabasqueño como candidato a una de las magistraturas de la Suprema Corte de Justicia.
Mayo y junio fueron meses febriles en la campaña presidencial, y Pino Suárez acompañó a Madero a varios puntos de su gira por la república, aunque no se encontraba con él cuando fue detenido, unos cuantos días antes de la jornada electoral, en San Luis Potosí. Aquella detención, como es fácil comprender, ocasionó un auténtico caos en las filas antirreleccionistas. Muchos líderes salieron del país, refugiándose en poblaciones fronterizas con los Estados Unidos; otros se hicieron “ojo de hormiga” y comenzaron a actuar en la clandestinidad. El propio Madero, cuya prisión se relajó después de consumado el fraude electoral que permitió la reelección de Díaz, estuvo entre los primeros; José María Pino Suárez pasó lista entre los segundos, ocultándose, como en octubre anterior, a la vera del Usumacinta, en su querido Tenosique natal. Allí se encontraba la tarde del 20 de noviembre, la fecha proclamada por Madero para iniciar un levantamiento armado que expulsara al anciano Díaz del poder presidencial.