Lima, la llamada Ciudad de los Reyes, fue tomada el 17 de enero de 1881
por el ejército de Chile, que la ocupó por dos años y nueve meses. El episodio formaba
parte de la Guerra del Pacífico (1879-1883), conflicto de Perú y Bolivia con
Chile por los valiosos yacimientos salitreros del desierto de Atacama.
El caliche o salitre, un mineral de gran demanda como fertilizante, era sacado
desde mediados del siglo XIX de la provincia peruana de Tarapacá y la boliviana
de Antofagasta. Esta última, que constituía la única salida al mar de Bolivia, la
extracción del mineral la realizaban empresas de Chile con trabajadores de su
propio país, dada la poca población del territorio.
En 1873 la crisis financiera derivada del agotamiento del guano, hasta
entonces principal producto de exportación de Perú, condujo al gobierno de Lima
a decretar el estanco del salitre y dos años después a expropiar todos los
yacimientos del mineral en Tarapacá, pertenecientes en su mayoría a peruanos y
chilenos. Afectada también por problemas económicos, Bolivia impuso en febrero
de 1878 un impuesto a las compañías salitreras chilenas que operaban en
Antofagasta, que se negaron a pagarlo.
Ante el desacato, el 14 de febrero del año siguiente el gobierno
boliviano expropió las salitreras, pero la respuesta de Chile fue ocupar manu militari Antofagasta, lo que
desencadenó la guerra. La contienda arrastró a Perú, que atravesaba un
conflicto similar con el país austral y tenía un tratado secreto de alianza con
La Paz. De inmediato los chilenos bloquearon el puerto peruano de Iquique, asiento
de una parte importante de los efectivos aliados.
Los primeros enfrentamientos bélicos fueron por el dominio del Pacífico,
que Chile consiguió al vencer a la flota peruana en la batalla naval frente a
Mejillones, el 8 de octubre de 1879, donde capturó al monitor Huáscar, que todavía hoy exhibe como
trofeo de guerra en uno de sus puertos. A continuación, se desarrolló la guerra
de posiciones, de la que pronto se retiró Bolivia, mientras tropas chilenas ocupaban
las provincias peruanas de Tarapacá, Arica y Tacna.
Para poner fin al conflicto armado, el 15 de noviembre de 1880 zarpó de
Arica un poderoso ejército chileno, guiado por el general Manuel Baquedano, con
el propósito de ocupar la capital peruana y rendir a su gobierno. Un primer
contingente desembarcó cerca de Pisco, seguido de otro que lo hizo por la caleta
de Curuyaco, mientras El Callao quedaba bloqueado
por mar. Para evitar la captura de la
escuadra en ese puerto, Perú destruyó el resto de su armada, incluyendo la
corbeta Unión y el monitor Atahualpa.
Después de sobrepasar, entre el 13 y el 15 de enero, las
defensas peruanas en el balneario de Chorrillos y en Miraflores, organizadas
por el presidente Nicolás de Piérola, los militares chilenos se apoderaron de
esos poblados, entonces fuera del perímetro urbano de la capital, con la que se
enlazaba por un ferrocarril desde 1858. La retirada del mandatario de Perú a
los Andes, seguido por una parte de los residentes de la capital, favoreció las
agresiones contra la numerosa población china, acusada de colaborar con los chilenos,
que entraron sin mayor dificultad en Lima en la tarde del 17 de enero. Todavía
la guerra se prolongaría por dos años más en el resto del país, hasta que la
resistencia nacional fue quebrada en Huamachuco con la derrota de las
montoneras de Andrés Avelino Cáceres, cuando las prósperas plantaciones
azucareras del litoral norte habían sido destruidas por los invasores.
Después de la ocupación de Lima, las tropas chilenas se
apoderaron de los principales edificios públicos, como la Biblioteca Nacional y
la Universidad de San Marcos, llevándose a su país miles de documentos, obras
de arte y libros –algunos no fueron devueltos hasta principios del siglo XXI-, junto
con maquinarias y otros bienes que consideraron botín de guerra. Para tratar de
justificar esta guerra de conquista, el historiador chileno Diego Barros Arana publicó
en 1880 su Historia de
la Guerra del Pacífico. Cuando José Martí la leyó hizo esta
anotación: “El libro de
Barros Arana ha sido escrito para demostrar que ha tenido razón Chile, pues ése
es precisamente el libro que convence de que no ha tenido razón Chile. Pues que
tal sinrazón se ampara para defender la ocupación –injusta fue ésta y no
racional- ni defendible. Cuando se va más allá de la razón para defender algo,
es que no se halla dentro de la razón manera de defenderlo.”