A veces nos preguntamos sobre las personas que durante el auge de las
empresas madereras del oriente de Yucatán vimos deambular todos o casi todos
los días en nuestro andar por las calles de esos hermosos pueblitos. Nos
preguntamos: ¿Qué habrá sido de ellos? ¿A dónde habrán partido después del
abrupto cierre de las fábricas?, ¿Qué habrá sido de ellos y de sus hijos? El
caso que nos atañe en esta ocasión pinta de cuerpo entero las preguntas que en
antecedentes hemos señalado. Quizás porque muchos de ellos fueron ciudadanos
ejemplares que dieron su vida al servicio de sus comunidades, y por ende nunca
se conocieron malas conductas ni dentro ni fuera de sus hogares. Un buen amigo,
el Ing. Roberto Mac Swiney, decía que las coincidencias no existen y estoy de
acuerdo con él, simplemente hay que buscarlas y en ese sentido las Redes
Sociales guardan un papel preponderante para hacernos más fácil muchos
trabajos. Así es como busqué y encontré a un pariente cercano de don Antonio
Ramón Marceleño, más conocido como el sargento
Marceleño, en la persona de su hija Silvia quien vive en la bella Valladolid.
Después de las presentaciones de rigor vía telefónica, Silvia nos narró que
su papá nació en el puerto de Progreso en 1926 y que su abuelo era de Tabasco,
de ahí que el apellido Ramón sea común en ese estado y muy raro en el nuestro. Antonio,
entra muy joven en la milicia donde hace su carrera, misma que lo lleva en la década de los 50 al
Campamento La Sierra como integrante de una partida militar del entonces 30
Batallón de Infantería con sede en la ciudad de Mérida. Estando en servicio en
ese lugar, lleva a vivir a su esposa María Dolores Valenzuela y a sus hijos
Antonio y Silvia. César, el más pequeño, nacería en La Sierra. Al cumplir 30
años de servir a la Nación tramitó su pensión ante la Secretaría de la Defensa
Nacional y es cuando es invitado por las empresas madereras para apoyar en
algunos aspectos de vigilancia y orden que se requerían debido al crecimiento
de esos poblados y a la cantidad de gente que llegaba de todos lados, siendo
nombrado al poco tiempo Comisario Municipal de la Colonia Yucatán, cuando en
esa época no había elecciones por tratarse de un área concesionada. Este
encargo lo desempeñó durante cerca de 10 años con el apoyo de su entrañable
amigo el Policía Judicial Felipe “Pancho
López” Leal. Ellos dos eran el “terror”
de los niños que hacían putz escuela o andaban descalzos en las calles.
Otra de las funciones del sargento “Marceleño”
era proporcionar instrucción militar para aquellos jóvenes que alcanzaban la
mayoría de edad, evitando con esto el traslado a Tizimín y los consiguientes
gastos que representaba.
Pero nada es eterno y con el dolor de su alma, en 1977, dos años después de
cerrar las fábricas el sargento Marceleño
dejó con su familia la casa donde vivió muchos años ubicada en la calle que
conduce al poblado de Kantunil, Quintana Roo. Silvia evoca con nostalgia, a sus vecinos los
García, los Berzunza, el precioso parque de La Sierra con su escalera, la cascada,
las enredaderas, y lámparas, el gran jardín donde jugaba a su corta edad con “Tina” Tec, “Feli” Canto, las Bates, Ofelia y Tere Martin Rememora las bachatas de los cumpleaños con
música de discos de acetato y a jóvenes como “Rach” Martin, Mario Villafaña, Antonio Rebolledo, Manuel Núñez,
entre otros. Nos dice: “Ya sólo regreso
con motivo de alguna festividad religiosa, sintiendo la pena de ver todo
cambiado lamentablemente.” El sargento
Marceleño, al quitarse de La Sierra, se avecinda en Mérida en una casa ubicada
por el rumbo de la Iglesia de Lourdes, tiempo en el que se vuelve un gran seguidor
y fanático de los Leones de Yucatán a los que vio coronarse campeón. En las gradas del campo de béisbol Kukulcán
era común verlo con su pequeño radio de baterías de onda corta y larga pegado
al odio, y cuando le preguntaban por qué lo usaba si lo estaba viendo en vivo, señalaba
“es
una gran costumbre porque donde esté escucho los juegos de los Leones y porque acá explican mejor las jugadas y le meten más
emoción “. El sargento también
fue un gran porrista de su inolvidable equipo Cardenales de La Sierra.
Después de un buen tiempo de radicar
en Mérida, algunos problemas de salud ante el fallecimiento de su compañera de
vida, hace que se traslade a vivir a la ciudad de Valladolid para estar bajo el
cuidado de su hija Silvia, donde fallece en diciembre del 2004. Un hombre
ejemplar sin vicios, de férreo pero agradable carácter y gran platicador que
dejó parte de su vida en el oriente de Yucatán.
Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.
Seguramente muchos recuerdan a Fernando “Patín”
Uribe Medina, quien nació y vivió en la Colonia Yucatán en las décadas de los
60 y 70 como muchos jóvenes hijos de trabajadores. Sus padres fueron los
señores Joaquín Uribe Poot, originario de la ciudad de Mérida y doña Lucía Medina Jiménez, originaria de la
vecina población de Calotmul. Don Joaquín trabajó durante muchos años en el
departamento de Calderas de Maderera del Trópico cuyo encargado era don Ramiro
Villalobos. Cuenta “Patín”, que recuerda
“… que cuando a veces le llevaba el lunch o la cena a mi papá cuando estaba
de turno, a veces me dejaban pasar donde trabajaba y al entrar a ese lugar, yo
tenía que gritar con gran fuerza para hacerme escuchar, había mucho ruido en
ese espacio. Allá arriba siempre había una persona echando desperdicios de
madera para mantener el calor de esas enormes calderas y equipos que producían
la fuerza necesaria para las máquinas industriales.”
“Patín” como se lo conocían todos en la Colonia
Yucatán siempre fue un buen alumno con ganas de destacar en los estudios. Para
ello, después de cursar la enseñanza primaria y secundaria se traslada con su
mochila llena de sueños a la ciudad de Mérida donde cursa la preparatoria y posteriormente
la carrera de Ingeniería Civil.
“Fueron tiempos muy difíciles, pero nos fuimos
acostumbrando y apoyando entre amigos en todos los aspectos. Había que
sobrevivir, primero en esa gran urbe que nos parecía enorme después de haber
vivido tranquilamente en un pequeño pueblo como era la Colonia Yucatán, y
además nuestras condiciones económicas no nos alcanzaron para realizar viajes y
conocer más allá de algunos puertos y pueblos del oriente a donde acudíamos en
intercambios deportivos. Durante el tiempo de mis estudios, para pagar costos y
al menos vestirme adecuadamente, me contraté con el grupo musical Los Deltons, que
estaba de moda en ese entonces, pero no como músico sino como asistente para
ayudarlos en todo lo concerniente al trabajo pesado como era bajar y subir
instrumentos, bocinas, cables y demás aperos del grupo. Con ellos estuve varios
meses acompañándolos en sus presentaciones en algunos restaurantes de Mérida y en
algunos poblados cercanos cuando lo permitían mis estudios en la Facultad de
Ingeniería. Por cierto, en la misma facultad también estudiaban Miguel Oy, Ricardo
Tec, y “Beto” Aguilar, de la Colonia Yucatán. Al terminar mi carrera en 1984,
entré a trabajar en el Ayuntamiento de Mérida, luego construyendo clínicas del
IMSS Coplamar en Chiapas, y
posteriormente en el INFONAVIT. Es en este instituto cuando apenas tenía unos
meses trabajando con ellos, me enviaron
a Cancún para un corto período y es cuando
me ocurre una desgracia. Resulta que yo tenía la costumbre cada sábado de ir a
bañarme al mar con mi esposa y mis dos hijos y me encantaba tirarme de clavado
al final del muelle de playa Langosta, tal como lo hacía en los cenotes cercanos
a la Colonia Yucatán. Pero el día sábado 22 de septiembre de 1990, le dije a mi
esposa antes de retirarnos para ir a nuestra casa, voy a tirarme un clavado más
y cuando lo hice, caí de cabeza azotando mi cabeza sobre la arena y me rompí
tres cervicales. Recuerdo que no me dolía nada bajo el agua y como podía
emergía dando manotazos y alcancé aver
que mi esposa decía ¡salte ¡¡salte ¡y al ver que no lo hacía gritó pidiendo
auxilio y es cuando tres jovencitos se lanzan al agua, me agarran de los pies,
de la cabeza y de la cintura y me llevan a la playa evitando con esto que me
ahogara. Entonces empecé a sentir terribles dolores que se me hicieron eternos,
esperando laambulancia que apenas tardó 15 minutos en llegar. Luego me
trasladaron a Mérida donde me hicieron tres difíciles intervenciones quirúrgicas,
hasta que el médico encargado me dijo: lo más que podemos hacer por ti es que
logres sentarte en una silla, lo que para mí sonó y retumbó en todo mi ser como
una sentencia. Cuando logré sentarme después de largas y cansadas sesiones de rehabilitación,
empecé a trabajar en mi casa elaborando planos arquitectónicos por encargo,
luego dar clases de algebra, trigonometría y cálculo en mi casa, hasta que supe
de que podría ser un buen negocio el servicio de moto taxis. Conseguí en el Ayuntamiento
de Mérida una moto taxi, reuní a un grupo de personas en situación como la mía
y creamos una cooperativa de 50 personas que al escindirse se fraccionó en dos grupos,
uno de los cuales me correspondió atender. Estoy orgulloso de lo que hemos
logrado en este grupo vulnerable pues significa una gran responsabilidad, llevar
el control de casi 25 socios moto taxistas, la contabilidad, los asuntos jurídicos,
ayudarlos a solucionar los problemas que se presentan, con la ventaja de que, a
partir del 29 de julio del 2020, ya somos reconocidos por las autoridades de
transporte del Estado de Yucatán.”
El ingeniero Fernando “Patín”
Uribe vive en la ciudad de Mérida en la colonia Juan Pablo II, acompañado y
apoyado por su hermano mayor Carlos, tal como le hiciera su hermano “Bicho” durante mucho tiempo, desde donde
continúa sirviendo a la sociedad a pesar de padecer algunas enfermedades y
utilizar su inseparable silla de ruedas para desplazarse.
Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.
Sobre Molas, el periodista Luis Ramírez Aznar
publicó estos últimos comentarios: “El mismo viajero menciona que al cruzar
de Cabo Catoche a Contoy, Isla Mujeres y Cancún se embarcaron en Cozumel
tocando la punta Norte (hoy se llama Punta Molas y bajando llegaron al rancho
“San Miguel “que administraba Vicente Albino, que fuera empleado de Miguel
Molas, según se supo en Yalahau, que fue el primer refugio de Molas al ser
perseguido, con su mujer y sus hijos.”
“Y pasados los años, fue que se decidió por continuar en el área de la costa, pero en tierra firme. Cuando Stephens lo buscaba, como había tratado de encontrar a los descendientes de Jean Lafitte en Dzilám, supo que había muerto Miguel Molas cuando retornaba de Chemax hacia costa, a nivel de Tancah y Paamul siendo sepultado en el monte por el indígena que lo acompañaba, quién avisó en su rancho de Tacná a sus jóveneshijos, quienes fueron por el cadáver, y cuando los trasladaban al rancho San Fernando (supuestamente en tierra firme, en tierras de Tizimín) por la vía de Tancá- El Cuyo por mar, zozobró la canoa, y el cuerpo cayó al agua hasta el fondo del mar. Ésta fue la versión que los hijos de Molas dieron a Stephens.Supo además que el hijo mayor estaba también complicado con las actividades de su padre. Añade Stephens que ese hijo mayor era tuerto y el ojo sano mostraba también una afección. Estuvo cinco días en Tulum y les sirvió de guía el hijo menor de Miguel Molas que tendría unos veinte años. Esto sucedía en 1842 y el multicitado Miguel había muerto en plena selva en 1841, cuando ya era anciano enfermo.
Coinciden
esos datos con los del heroico coronel Santiago Molas Virgilio, cuya madre doña
María Incolaza había enviudado y que nació en 1819, y era casi de la misma edad
que el hijo menor de Miguel Molas. ¿Sería el padre de don Sebastián, don José
Antonio Molas, catalán como Miguel, un hermano venido de España desde el año de
1795?”
“Don
Justo Sierra O’Reilly, al referirse al informe que Molas hace de El Cuyo,
comenta “… y con razón dice cosas muy buenas de El Cuyo, pero se han omitido
las difusas relaciones, conducentes únicamente a sus intereses particulares…Stephens
vio en Yalahau, Quintana Roo a piratas retirados de sus acciones, dedicados a
cultivar la tierra como lo estuvo Miguel Molas. De allá que se le llamara “el
pirata Molas”, tema que inspiró a José González Avilés, quién por años vivió en
Tacna y Paamul.”
Actualmente
Punta Molas es un punto que marca el extremo norte de la isla de Cozumel en el
vecino estado de Quintana Roo. En ese lugar hay un antiguo faro y unas playas
maravillosas que invitan a ser visitados por quienes llegan a la isla, aunque
el camino por alguna razón, si bien es transitable todo el año, no está bien
pavimentado y se encuentra rodeado de vegetación propia del trópico.
Se
comenta que desde este punto, los antiguos mayas podían ver la formación de las
tormentas y en la actualidad los visitantes pueden observar desde el faro el
paso de los grandes cruceros y yates que llegan a la isla por el norte del
canal de Cozumel.
Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán
A.C.
“Lo misterioso de Molas es
que él mismo dice estar en Yucatán desde el año de 1795, y en su informe- de
gran valor documental- sobre la costa, desde Honduras hasta Ciudad del Carmen,
hace relatos con gran detalle. Y se le conoció en Yalahau-Quintana Roo,- frente
a Holbox, donde incluso estuvo establecido y el explorador John Lloyd Stephens entre
1839 y 1840, trató de localizarlo, pero
le informaron que Miguel Molas había muerto entre “Chemax y su rancho” que
debió ser El Cuyo. Molas se refiere a la hoy salinera Las Coloradas como la
Angostura y Nusunich, de donde cruzó a Holboken o Río Lagartos.”
“El Cuyo (Monte Cuyo) en el estudio de litorales- es el punto más alto del litoral yucateco, a doce metros sobre el nivel del mar cerca de los límites con Quintana Roo, y tiene oficialmente las categorías de Faro y Monumento. La hacienda El Cuyo de Ancona, como se le conoció, tenía, como todas las haciendas, su propia moneda con que se pagaba a sus peones y sus tiendas de raya. Una de las monedas (1895) cita la Enciclopedia Yucatanense hecha de níquel y la leyenda de “especial” equivalente a 50 centavos. En el año de 1930, El Cuyo se reportaba como una comisaría de Tizimín en su categoría de hacienda, con 296 habitantes y se le consideraba una zona donde se producía chicle, maderas preciosas, maíz, azúcar y palo de tinte, aparte de la pesca y la sal.”
Continuando con el relato del
misterioso Molas, don Luís Ramírez Aznar
publicó en el periódico Por Esto de 29
de mayo de 1992, una la segunda parte de este reportaje sobre el Cuyo, bajo el
título: El Cuyo, una fortaleza abandonada,
y en sus líneas apunta lo siguiente,
“Este Cuyo es una fortaleza
antigua artificial, de piedra labrada y terraplenada, formando una figura como
las de un pan de azúcar que se divisa mar afuera a distancia de quince
millas. Tiene una famosa situación, y desde la cumbre una agradable vista que
domina mar y campo. Puede montar hasta veinte cañones de a 24, llegando a ser una fortaleza muy interesante
en aquel punto abandonado de la costa para el refugio de las embarcaciones
perseguidas en tiempo de guerra o por algún corsario enemigo. Su fondeadero es
noroeste con sureste del propio Cuyo, todo arena blanca, limpia, y a la
distancia de tiro de cañón de la playa, tiene tres y media brazas de agua; a
tiro de fusil, dos brazas. Interesantes razones para especular el origen de
Molas. Tan profundo conocedor del litoral peninsular, experimentado navegante,
fomentador de granjas o ranchos, sin salirse de las zonas costeras ni referirse
a los centros urbanos, o con numerosa población, como lo hiciera en El Cuyo,
San Miguel de Cozumel, Yalahau, etc., existiría algún motivo de gran peso para
que así viviera. El mismo Molas asienta que llegó a la península en el año de 1795, o sea 24 años
antes del nacimiento del ilustre Sebastián Molas, que fuera hijo de José
Antonio Molas y doña María Incolaza Virgilio, y pudiera resultar que don
Sebastián fuera nieto o sobrino de nuestro personaje Miguel Molas que vivió en
el misterio sobre sus verdaderas actividades.”
“… Stephens, a principios de
1842, escribe en la reseña de sus memorables viajes por Yucatán que en busca de
sitios arqueológicos se hospedó en el puerto de Yalahau ( al poniente de la
isla de Holbox) “ en la casa de Molas, de quién se decía que siendo capitán de
puerto se coludió con los piratas, de quién recibía los efectos robados en el
mar y se encargaba de conducirlos al interior, hasta que descubierto, al fin
desapareció del lugar huyendo de la persecución del gobierno.”
Asociación
de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.