En mayo de 1852, el Gral. Rómulo Díaz
de la Vega, uno de los militares más destacados del país, que ocuparía
brevemente la presidencia de México un par de años después, llegó a Chan
Santa Cruz, la ciudad-santuario de los rebeldes de la Guerra de Castas. Tras
tomarla sin disparar un tiro-estratégicamente, los sublevados se retiraron a la
selva-Díaz de la Vega pidió ser conducido hasta el lugar donde, año y medio
antes, había aparecido, de acuerdo con la tradición, la cruz parlante. Con gran
autoridad, ordenó a la tropa arrasar el sitio hasta que no quedara la menor
huella que permitiera reconocer el venerado espacio. De acuerdo con la crónica
de su secretario, el teniente coronel Eduardo López, el divisionario explicó a
la tropa que la acción era necesaria para demostrar a los alzados que sus
creencias eran una absoluta farsa.
Pero lo cierto es que, después de esa
acción, Díaz de la Vega acumuló derrota tras derrota, terminando en sangrientos
fracasos todos sus intentos por derrotar a los cruzo’ob. Y cuando el
general capitalino abandonó la península para unirse a las tropas que defendían
la última presidencia de Antonio López de Santa Anna, la idea de tomar Chan
Santa Cruz fue abandonada por un buen tiempo, expandiéndose el culto de la
cruz parlante y el poder de los rebeldes por las siguientes décadas. Fueron
años, entonces, en los que el poder de lo sobrenatural se enseñoreó por sobre
una sociedad ilustrada, organizada y crecientemente laica.
Pero ¿será que realmente Díaz de la
Vega pensaba con su agresiva actitud frente a los símbolos religiosos hacer
flaquear la fe de los campesinos rebeldes? ¿O lo que pretendía era inducir
confianza en su propia tropa, proclive, igual que esos campesinos, a creencias
mágicas y sobrenaturales? ¿No sería acaso un intento por acallar sus propios
temores? Como señalamos en la introspección anterior, el mundo ilustrado
convive aún en la actualidad con creencias milenarias, y las prácticas mágicas,
así como la brujería y la hechicería, tienen hoy en día más adeptos que nunca.
Hace ya más de una década, el ambiente
político nacional se cimbró con las revelaciones del libro Los brujos del
poder, de José Gil Olmos, y en particular con la figura de Elba Esther
Gordillo, una de las políticas más poderosas de los últimos 30 años quien, después
de haberse enfrentado rabiosamente con el presidente López Obrador hace catorce
años, hoy se ha convertido en su aliada, en una discreta lejanía, pero presente
en los entretelones del poder. La revelación más espectacular del texto de Gil
Olmos fue la manera, absolutamente sobrenatural e inexplicable, en la que Elba
Esther logró transformar al presidente Ernesto Zedillo Ponce de León de ser su
peor enemigo a uno más de sus más firmes aliados, todo a través de rituales
realizados en las profundidades del África Negra. Como en el citado libro se
cuenta, la “maestra” no sólo logró que Zedillo abandonara su campaña
persecutoria, sino que expandió su poder y fue factor fundamental para el
triunfo del panista Vicente Fox, para el fraude que entronizó en el poder al
también panista Felipe Calderón y, tras al fin haber pisado cárcel en el sexenio
de Peña Nieto, también tuvo su participación-modesta, pero real-en el triunfo
de Andrés Manuel López Obrador.
Así como los amantes siguen recurriendo
a las viejas prácticas para “asegurarse”
la respuesta del ser deseado, así los políticos actuales recurren a lo
sobrenatural para lograr candidaturas, triunfos, eliminar enemigos, salir “limpios” de investigaciones criminales,
y demás requerimientos del poder. Dado el carácter de estas actividades, las
evidencias son escasas, pero significativas. En toda la península de Yucatán,
la presencia de santeros, paleros -practicantes de los ritos
conocidos como Palo, Palo Mayombe y Palo Monte-, brujos, hechiceros, videntes y
otros especialistas religiosos es muy amplia y creciente, aunque su
concentración es mayor en Quintana Roo que en nuestro Yucatán. En el vecino
Estado hace poco más de un lustro trascendió la actuación de un palero
cubano que residía ilegalmente en Puerto Morelos, protegido por las propias
autoridades de dicha población y del propio Cancún, a quienes hacía trabajos
que, a decir de los habitantes del lugar, les habían permitido mantenerse en el
poder durante décadas. Otro caso sonado fue el de un acaudalado ranchero de la
región de Tulum que intentó asesinar, en medio de un ritual satánico, a uno de
sus hijos supuestamente para asegurarse así la prosperidad de sus negocios y el
éxito en su pretendida incursión en la política, que no se llegó a concretar al
ser detenido in fraganti. El polémico político Carlos Mimenza, yucateco
avecindado en Quintana Roo, quien en 2018 soñó ilusamente con lanzarse como
candidato independiente a la presidencia de la república, es otro personaje que
vive rodeado de brujos, hechiceros, videntes y “consejeros espirituales”… o vivía mejor dicho, pues desde hace un
par de meses “vive” en una celda del
CERESO de Chetumal, alcanzado al fin por algunas de sus irregulares acciones.
El caso es que en la lucha política
actual, los actores en liza por el poder recurren a la mercadotecnia, a la
tecnología, a las estrategias desarrolladas por expertos en el arte de la
persuasión, y por expertos en el manejo de la virtualidad. Pero también, en la
misma medida, a los viejos amarres, a los antiguos rituales, a la acciones de
la Santa Muerte, a las deidades del monte, a San Judas Tadeo o al propio
Satanás. Por algo la frase política más recurrente sigue siendo el fin
justifica los medios… y también los miedos…