Calígula no estaba
loco: sólo quería la Luna. Frente a ese deseo todo empequeñecía: el amor no era
nada ante la luz plata de la noche. ¿Pero por qué la Luna? “Es una de las cosas que no tengo”,
explicaba el emperador en la obra de teatro de Albert Camus, de 1944. Frente al
hastío de lo terrenal, de lo trillado, sólo le quedaba el cielo. Siglo y medio
antes, William Blake retrató ese mismo anhelo en un grabado cargado de
inocencia. En él vemos a un niño subido en una larguísima escalera que apuntaba
hacia la Luna. Debajo, estas palabras: “¡Yo quiero! ¡Yo quiero”.
Como la Luna, esta
historia tiene dos caras: la realidad y el deseo, el sueño y la estafa. Y
debajo del maquillaje, la ambición sin límites. La necesidad de poseer lo que
nunca antes nadie había poseído.
Todo empieza, por
ejemplo, en Chile. En septiembre de 1954 Jenaro Gajardo Vera quería entrar en
un club social de Talca. Le cierran la puerta, pero él se inventa su ventana.
Es entonces cuando el bueno de Jenaro, abogado y poeta, decide registrar la
Luna a su nombre. Lo hace ante notario ese mismo mes y se convierte, así, en
ilustre lunático.
Finalmente, lo admiten en el dichoso club. Y no sólo eso: termina acaparando una gran fama en todo el país, incluso después de su muerte, en 1998. Hace sólo seis años, el gobierno chileno usó su figura en un anuncio televisivo para animar a los emprendedores. Sin embargo, Jenaro nunca quiso hacer negocio con la Luna. Otros sí.
Es 1980 y Dennis Hope está esperando en un semáforo en rojo. Acaba de divorciarse y no tiene trabajo. Mira al cielo y descubre que esa noche había Luna llena. Ahí nace la loca idea. Su gran pensamiento no es nuevo, pero sí más ambicioso que ninguno: registrar la Luna y todos los planetas del sistema solar, con sus satélites correspondientes, a su nombre. Se ampara en que el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1967 prohíbe a los países apropiarse del espacio ultraterrestre, pero no a los individuos. Así lo argumenta en la oficina de registro del condado de San Francisco. No sabemos qué cara le pusieron, pero se fue de ahí con unos papeles.
Esto es lo que
cuenta su hijo, Christopher Lamar, quien es el consejero delegado y portavoz de
la Embajada Lunar, empresa fundada por su padre en 1980 que vende terrenos de
todos los planetas y satélites del sistema solar (menos de la Tierra, claro).
Además de lo
anterior, Hope creó el “Gobierno
Galáctico“, del cual es el presidente, claro, con la intención de
proteger los intereses de sus clientes. Es por ello que tienen armada su propia
constitución (desde 2004) y también cuentan con su propia moneda y bandera.
Creen vehementemente que si los avances tecnológicos siguen como hasta ahora
será posible comenzar a colonizar la Luna en 2020. Su proyecto incluye un plan
para construir una inmensa pirámide en donde se alojarán unas 70,000 personas.
Contarán con hospitales, restaurantes y áreas para la ganadería y la
agricultura.
Suena a broma,
pero han ganado mucho dinero. “Llevamos
casi 40 años de ventas ininterrumpidas”, presume. Según sus datos, seis
millones de personas ya han comprado tierras fuera de la Tierra. Dicen los
rumores que tienen clientes famosísimos. En 2008 se llegó a afirmar que el
multimillonario ruso Roman Abramóvich, dueño del Chelsea, le había regalado 100
acres de Luna a su novia. También se incluyeron en esas listas nunca
confirmadas nombres como el de John Travolta o Tom Cruise. Por desgracia, Lamar
aún no suelta prenda.
Con cada capítulo
de la historia de Hope parece que estamos leyendo una historia de ciencia
ficción, ni más ni menos. A la fecha, su negocio ha vendido a 6, 011,311
clientes, acumulado ventas millonarias y hasta con temporadas altas de ventas.
Con el fin de regalar algo único, tener un gran tema de conversación o un gran
gesto romántico, Navidad y San Valentín
han convertido a Venus en lo más codiciado por esas fechas.
Con los años los
precios han subido, aunque todavía no son astronómicos. Las opciones de compra
van desde 1 acre por 24 dólares -poco más de 4000 metros- a 20 acres. Por 2,50
dólares más se puede agregar el nombre al título de propiedad. El comprador
recibe el certificado, un mapa fotográfico del terreno y cuando estás por
pagar, Lunar Embassy te tienta con el pasaporte extraterrestre por 21,99
dólares más.
Lamar considera que
lo mejor de la Luna es que “es muy acogedora”. Allí tiene una propiedad del
tamaño de una ciudad. En Marte, lo mismo. Además, se considera el “legítimo heredero” de los terrenos que
aún no han vendido en la Luna y en el resto de los planetas.
Pero, finalmente
chocamos contra la dura legalidad. Lamar no duda en que conseguiremos habitar
la Luna, aunque no sabe cuándo. El plan, su plan, es que en ese momento la
Embajada Lunar cobre todo su sentido.
Las fuentes
jurídicas consultadas por Alma Mater desmontan este discurso en pocas palabras.
La propiedad no tiene ningún valor si no tienes acceso a eso que supuestamente
posees. Una cosa es declarar la soberanía de un lugar, y otra bien distinta es
ejercerla. Alguien puede decir que Kim Kardshian es su novia, pero de ahí a que
de verdad lo sea hay un buen trecho. Concretamente, el que separa la realidad
del deseo.
“Dime qué quieres
Mery, ¿quieres la Luna? Si la quieres la atraparé con un lazo y la traeré hasta
aquí. Sería una gran idea, te daré la Luna, Mery”, decía James Stewart en la
película “Qué bello es vivir” sin saber que estaba atentando directamente
contra el Tratado de las Naciones Unidas sobre el Espacio Exterior. Porque, y
sin dudar de las buenas intenciones de miles de enamorados, nuestro satélite no
puede ser propiedad de nadie.
Es una estafa, la
Luna y los demás cuerpos celestes no son susceptibles de apropiación. Lo dice
el artículo 2 del tratado espacial de 1967. Sin embargo, los sueños, como los
deseos, van por libre. Y los de Jenaro Gajardo Vera, Dennis Hope y Christopher
Lamar no hacen más que confirmar la teoría de Ariosto, que en su “Orlando
furioso” dejó escrito, con guasa, que la Luna era el lugar al que iban a parar
todas las locuras cometidas en la Tierra. Pero un vistazo a las noticias nos
constata que las ocurrencias de los lunáticos no sólo van a parar allí. A
veces, prefieren ambientes más cálidos.
La dueña del Sol es gallega. Ángeles Durán, una mujer de Vigo, Galicia, supo de Hope y lo que él llamó vacío legal del Tratado Espacial y allá fue ella: a por el Sol. Durán formalizó sus intenciones ante un notario que no pudo contener la risa. El acta de manifestaciones recogía esta hilarante declaración: “Soy propietaria del Sol, estrella de tipo espectral G2, que se encuentra en el centro del sistema solar, situada a una distancia media de la Tierra de aproximadamente 149.600.000 kilómetros”. Tal vez esa sea sólo otra de las distancias exactas que existen para medir la separación que hay entre la realidad y el deseo: una brecha que da para mucho.
Tanto la luna como
el Sol han fascinado al hombre desde los albores de la historia como símbolo de
poder, amor, tiempo y prosperidad. Pero por el momento son como el mar:
cualquiera puede usarlo y nadie puede ser el propietario.
Las
personas que muchos conocen como masajistas o quiroprácticos, en las
comunidades mayas de Yucatán son conocidas como “sobadoras”, mujeres que suelen tener muchos años de experiencia en
esa labor y de quienes se dice que poseen el don de la “buena mano”.
Las sobadoras
una hermosa profesión
Las
sobadoras son identificadas por su habilidad para aliviar dolores internos,
sean musculares o derivados de alguna enfermedad. Y su objetivo es ayudar con
bajo costo a la gente que realmente lo necesita. Normalmente en las familias
mayas hay uno o dos conocidos que practican este trabajo resultando ser siempre
personas de confianza o cercanas a ellas.
Cabe
mencionar que no sólo hay mujeres en este ramo, sino que también existen hombres
que se dedican a ese trabajo y conocidos como hueseros o médicos tradicionales.
En general todos buscan ayudar a las personas caracterizándose como gente de
noble profesión.
Ayudan a las
mujeres embarazadas
Aunque la mayoría se dedica únicamente a sobar, con el paso de los años muchas de estas mujeres se convirtieron en parteras, y es tanta la confianza que se les tiene que existen convenios con el sector salud para capacitarlas con conocimientos científicos y acreditarlas de manera oficial. En el ambiente rural yucateco, e incluso en algunas zonas urbanas, la “sobadora”, al margen de si asiste o no un parto, cumple un papel importante porque proporciona atención médica y aconseja a las mujeres preñadas, parturientas y puérperas. Las sobadas se aplican en todo el cuerpo con la finalidad de establecer la posición del desarrollo fetal y aliviar las molestias de la espalda.
Poseedoras de
conocimientos ancestrales
Las
mujeres de manos milagrosas, también son dueñas de conocimientos ancestrales en
la administración de infusiones de plantas y uso de medicamentos de patente y
hasta realizan algunos ritos para enfrentar el dolor.
A
razón de que normalmente su conocimiento y dotes son heredados, ellas regalan a
las personas cierto conocimiento en la medida que las van atendiendo, debido a
la explicación y recomendaciones que acostumbran obsequiar.
Las
personas dotadas de buenas manos, siempre están dispuestas a enseñar sus
conocimientos, si observan que una persona tiene “buenas manos”, pues son
conocidas por no ser para nada egoístas. Por lo común, siempre responden a las
dudas que tenga cualquier persona y únicamente piden que les tengan confianza
pues su conocimiento es de total confianza.
La medicina
tradicional no debe de perderse
A
pesar de a que aún existen sobadoras y médicos tradicionales, la generación
actual parece menos interesada en estos métodos pues los consideran poco confiables.
Asimismo aún está presente el tema discriminatorio ya que los médicos que no
son de zonas rurales a veces desconfían de los conocimientos tradicionales y no
los recomiendan.
Una buena
experiencia de este conocimiento tradicional
Seguramente muchas personas podrán confirmar
las buenas manos de mujeres u hombres que ayudaron a calmar dolores físicos. De
manera personal mi mejor experiencia fue con una señora conocida como “doña
Mina”, una de las mujeres más nobles y con gran conocimiento heredado de sus
mayores. La señora cuenta con un gran número de pacientes que confían en ella,
para sanar dolores o para ayudar a las mujeres embarazadas en Tizimín, Yucatán.
Actualmente
varias comunidades indígenas de la
península yucateca aún creen que las “sobadoras”, las parteras, huesero o
médicos ancestrales tienen cierto toque de divinidad y que sus capacidades, y
conocimientos son una especie de don divino.
Una especialista del ISSSTE señaló que el confinamiento por la pandemia de Covid-19 pudo agravar síntomas en pacientes con alguna patología psicológica.
Mérida, Yucatán, 13 de enero del 2021.- Durante el año pasado, 970 personas fueron atendidas por depresión en centros de salud públicos de Yucatán. El confinamiento implementado por la pandemia de Covid-19 pudo incidir en esas cifras, pues habría agravado los síntomas en pacientes con alguna patología mental.
De acuerdo con el Boletín Epidemiológico de la Secretaría de Salud, a lo largo del año pasado se brindó atención a 740 mujeres y 230 hombres por depresión. Uno de los factores relacionados con esa estadística es la contingencia sanitaria por el coronavirus, pues las medidas y restricciones impuestas a la población para evitar contagios, afectaron las dinámicas sociales de las personas.
“La contingencia por la Covid-19 ha provocado que existan afectaciones depresivas en niñas, niños, jóvenes, personas adultas y adultas mayores, porque se han modificado rutinas. Ha incrementado los síntomas en pacientes que ya padecen alguna patología mental, por lo que se requiere estar pendientes para evitar incluso un suicidio”, explicó la psicóloga de la Clínica-Hospital Mérida del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), Nelly Patricia Morales Munguía, a través de un comunicado.
La experta precisó que no ha sido fácil para la población entender los beneficios del “encierro”, pues pocas veces se piensa en la vulnerabilidad ante el contagio. De igual forma, en algunos hogares se han presentado afectaciones económicas, lo cual genera tensiones. Por otra parte, este período se ha caracterizado por el bombardeo de noticias negativas, lo cual “provoca desesperanzas y preocupación”, sobre todo en personas de la tercera edad, en quienes se suelen detectar síntomas de cambios de humor de manera más fácil.
Ante este panorama, es necesario recordar que la depresión es un trastorno que, con un diagnóstico oportuno puede ser tratada. El padecimiento debe ser atendido por un psiquiatra y un psicólogo en conjunto, señaló.
Hay algunas medidas que pueden implementarse para evitar agravar los síntomas. Por ejemplo, fomentar canales de comunicación abiertos en el seno familiar; propiciar el diálogo con respeto y sensibilidad, para no herir susceptibilidades; cuidar las actitudes, es decir, “recordar que cada acción tiene una reacción y hay gente que se encuentra muy sensible, viviendo una realidad muy distinta”, detalló Morales Munguía.
También es necesario hacer conciencia de que “tenemos que aprender a convivir con el coronavirus” y las medidas de higiene y distanciamiento previenen la enfermedad, por lo cual no podemos dejar de cumplirlas.
“En el caso de las y los jóvenes, hacerles entender por qué no pueden reunirse con sus amigos. No es fácil, porque nunca se ha pasado por una pandemia, pero esto puede salvarle la vida a ellos y a sus familias”, indicó la especialista.
Si tú o alguna persona que conozcas tiene este trastorno y requiere asesoría, puede llamar a la Línea de la Vida, al teléfono 800 911 2000 o a la Línea UNAM, al 55 5025 0855.
Por cierto, pese a la confusión que se ha desatado en redes sociales y algunos medios de comunicación, la Organización Mundial de la Salud no conmemora en ninguna fecha la lucha contra la depresión. Únicamente celebra el Día Mundial de la Salud Mental cada 10 de octubre.
Un yucateco sabe que, aunque haya frío seguirá durmiendo en hamaca, pues es una experiencia vívida.
Muchos años han pasado y los hilos se van desamarrando, en tanto las sogas se siguen desgastando. La hamaca sin embargo continúa siendo cómoda y en eses sentido no la dejaría jamás, pues con esa hamaca crecí y en ella sigo durmiendo. Quizás muchos no entiendan esta costumbre, pero la comodidad antes que el lujo es un hermoso valor que te hacer conservar el uso de la hamaca.
¡Qué
bonito haber crecido en una casa de balché, con un patio grande, con animales
de granja y plantas frutales de la región¡ Allá se escucha todos los días un
sonido muy particular: la madera rechinando y del hilo jalándose, que es eco de
una madre que urde hamacas para venderlas o para regalarle a su hijo porque
cumple años.
La hamaca yucateca
La
hamaca, cuyo nombre procede del antillanismo “hamac”, significa árbol y fue
bautizada por los conquistadores con ese nombre por haber encontrado en Las Antillas
las primeras hamacas tejidas con filamentos de corteza de árbol. La hamaca
consistía en una red formada de hilos gruesos y anchos, pendiente entre dos
troncos de árboles a modo de bolsa colgante.
No
pudiendo los residentes hispanos soportar el intenso calor de Yucatán, sobre
todo en verano, idearon convertir en cama esa suave hamaca traída del Caribe.
La creación de hamacas se extendió rápidamente durante la colonia, por lo que
los españoles abandonaron sus camas de palos, sus esteras de esparto y sus
tramas de sogas, para descansar entre la mullida y fresca red de cómodas hamacas.
En Yucatán, los colonos urgidos por la necesidad de perfeccionamiento,
comenzaron a inventar nuevos tejidos o mallas hasta hallar el que perdura a la
fecha, el cual consiste en hilos entrecruzados que se distienden o aprietan a
voluntad.
El urdido de
hamaca
Se
urde la hamaca en un bastidor que consta de dos largos palos de madera,
cilíndricos y perpendiculares, como de cinco centímetros de grueso por cerca de
dos metros de largo, colocados paralelamente uno enfrente del otro, a una
distancia de metro y medio o dos metros, según el tamaño que se quiera dar a la
hamaca. Estos palos se encajan sobre bases de madera fuerte y están unidos
entre sí por dos largueros horizontales que penetran en sendas hendiduras
hechas en los mástiles, asegurándose con cuñas; y acercándose o retirándose, se
mide el tamaño de la hamaca.
Artesanos de
corazón
Las
artesanías siempre son regateadas y en cierta forma es una ofensa pues las
personas al parecer no saben que detrás hay un trabajo muy complicado, honesto,
un valor de vida y regalo de aprendizaje de generaciones. En ese sentido las
hamacas mantienen un costo proporcional a los días que tardan en hacerse, el
esfuerzo de la artesana y el valor de los materiales.
En
una buena hamaca está en el amor que le procura el artesano en cada etapa de su
elaboración, y es un producto de semanas o meses, dependiendo del tipo de
hamaca que se esté urdiendo. Su comodidad al usarla aumenta, dado que se amolda
al cuerpo y se siente mucha frescura. Las hamacas en Yucatán se usan hasta en
tiempos de frío, ya que los nacidos en una familia local, tenemos por la
costumbre, desde bebés, dormir plácidamente en hamaca, como buenos yucatecos.