El pasado fin de semana, Tatiana Clouthier sorprendió a cientos de personas y medios de comunicación, tras anunciar que no asumiría la Subsecretaría de Participación Ciudadana, Democracia Participativa y Organizaciones Civiles de la Secretaría de Gobernación en el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Después de informar que tomó esta decisión por razones familiares, comunicó que ocupará, en cambio, la curul de diputada federal por el partido Morena.
Para continuar con el proceso de transición 2018, en su lugar se nombró a Diana Álvarez Maury como titular de la mencionada subsecretaría, quien es Licenciada en Derecho por el ITAM y fue asesora del Consejo General del entonces Instituto Federal Electoral en las elecciones de 1994.
Desde los tiempos de Simón Bolívar la historia de
América Latina ha estado signada por las revoluciones. En 1791 estalló la
revolución haitiana que condujo a la liberación de los esclavos y la
independencia, abriendo el ciclo de las luchas emancipadoras latinoamericanas.
Durante las últimas dos centurias otros procesos revolucionarios provocaron
inesperados giros en la historia, como analizamos en el libro Tres revoluciones que estremecieron
el Continente en el Siglo XX(2020),
elaborado con mis colegas de México y Colombia, Alejo
Maldonado y Roberto González Arana. Si bien la historia no puede reducirse a las revoluciones, sin duda
estos procesos, triunfantes, fracasados o incompletos, constituyeron momentos
cruciales y decisivos que han determinado en gran medida el derrotero
latinoamericano.
Aunque ya en la antigüedad Aristóteles se interesó por
el tema de las revoluciones, el concepto moderno llegó a las ciencias sociales
procedente de la Física y la Astronomía. Su origen se relaciona con la obra de
Nicolás Copérnico De revolutionibus
orbium coelestium (1543), en alusión al movimiento circular de los cuerpos
celestes. Pero fue en Inglaterra, durante el siglo XVI, que el término fue
empleado para calificar un cambio político radical, después de que fue
clausurado el parlamento por Cromwell.
Durante el siglo XVIII, filósofos ilustrados,
impactados por la revolución francesa, se valieron del concepto con sentido de
progreso, que aún conserva, aplicado al movimiento de las masas populares, un
golpe de estado o un viraje brusco en la política. En Francia, historiadores como
Thierry, Guizot y Mignet, explicaron la revolución por las luchas de clases.
Bajo esa impronta aparecieron las primeras historias de la independencia de los
países latinoamericanos, como la Historia
de la Revolución de Nueva España (1813), del sacerdote mexicano Servando
Teresa de Mier y Bosquejo de la
Revolución de la América española(1817),
del venezolano Manuel Palacio Fajardo.
Después se agregaron adjetivos a la palabra revolución:
política, social, filosófica, industrial y otras. En 1844, Carlos Marx
escribió: “Cada revolución derroca al
antiguo poder, y por eso tiene carácter político. Cada revolución destruye una
vieja sociedad, y por ese motivo es social”, llegando a considerarla como
la locomotora de la historia. Fue Walter Benjamín, parafraseando a Marx, quien
advirtió con cierta ironía: “Pero tal vez
las cosas sean diferentes…y las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese
tren, jala el freno de emergencia.” Por su parte, Lenin, para
precisar el concepto marxista de revolución burguesa, aclaró que debía
entenderse de dos maneras: en el plano teórico o en la
práctica histórica mundial.
Aplicada a la historia de
América Latina, la idea leninista de un ciclo revolucionario permite considerar
a la lucha independentista (1790-1826), así como las reformas liberales que le
sucedieron en casi todas partes desde mediados de esa centuria, incluyendo las
que ocurrieron después, entre ellas la revolución mexicana de 1910, como
diferentes oleadas dirigidas contra el viejo orden precapitalista y las
injusticias socio-políticas. A los violentos procesos revolucionarios que
sacudieron la América Latina desde el siglo XIX solo les fue posible alcanzar
entonces las metas parciales para las cuales cada país ya estaba maduro, esto
es, un determinado escalón en su desarrollo, como parte de un cambio de larga
duración que permitiera la sustitución de la formación económico social caduca
por una nueva.
Las oleadas revolucionarias
del siglo XX adquirieron también un carácter antimperialista e incluso
socialista, como consecuencia de las derrotas anteriores de las alternativas
más democráticas, que habían dado por resultado el predominio en toda América
Latina de un capitalismo deforme y dependiente. Pero todas las revoluciones
surgieron de una profunda crisis nacional y una en crispada agitación social,
tal como escribió José Martí cuando organizaba la guerra de independencia
cubana de 1895: “Las revoluciones
son como el café: han de hacerse con agua hirviendo.”
El nuevo año, junto
con su nuevo gobierno, no da tregua. La administración, que parece dar señales
de razón y entrega al interés económico sobre el salubrista, es un orden
extraño donde las desconfianzas están a la orden del día. Las denuncias de
apropiación ilegal y antiética de los haberes públicos y las vacunas contra la
pandemia, sobre quienes les corresponde, son bochornosas. El juego con la
salud, la educación y la población estudiantil es asqueante. Mientras el país
palidece a la sombra de la pandemia, la escasez económica por la crisis y un
preocupante aumento de situaciones de salud mental, que ha provocado seis
suicidios en sólo unas horas, los líderes se enriquecen del erario usándolo a
su antojo, expoliando los limitados recursos disponibles. Las leyes las
acomodan para hacer de nuestro dinero lo que les place, imponiendo sus
prioridades, no nuestras necesidades. Esto, empezando desde la junta de
control, porque quien toma decisiones no supervisa, controla. No nos engañemos
como solemos hacer.
En esa espantosa línea, el Estado Colonial, ha promulgado sedas leyes de beneficios contributivos que la Senadora del Partido Independentista Puertorriqueño, Hon. María de Lourdes Santiago Negrón, llamó “apartheid contributivo” pues privilegia a millonarios y extranjeros pudientes, haciendo del país un paraíso fiscal para ellos, sin que paguen impuestos de ninguna clase, mientras que a los nacionales los azota y les ahogan mediante impuestos sobre los míseros salarios que no aumentan desde el 2009. Beneficios contributivos para extranjeros, sin razón alguna, porque en nada aporta a la economía del país, pues muchas veces, el establecimiento de estas empresas o millonarios no redunda en la creación de empleos, pero si en suculentas aportaciones a las campañas políticas de aquellos que desangran al país. Nos hemos encaminado, lastimosamente, a una cleptocracia contributiva y financiera. Nuestros dirigentes, en lugar de buscar el bien común, buscan enriquecerse mediante los recursos públicos.
Con ello en mente,
el gobierno se propone abrir las escuelas públicas y privadas del país, aún sin
los recursos para velar por la seguridad y salud de maestros y estudiantes,
todo esto, tras la bochornosa aparición de la designada Secretaria de Educación,
Elba Aponte Santos, quien ha sido criticada por las respuestas pobres, opacas y
lentas, en un intento de consumir tiempo, ante la Cámara de Representantes en
una sesión de interpelación. Su ejecución, entre otras acciones, le ha valido
la no recomendación para la confirmación en el puesto por parte del Senado. A
pesar del desastroso panorama, en su afán por abrir las escuelas, el gobernador
colonial, Pedro Pierluisi Urrutia, ha hecho una declaración
de emergencia para “acondicionar las
escuelas” para el pautado regreso el lunes, 1 de marzo, que parece moverse
para el 10 de marzo. La supuesta emergencia no es más que un mecanismo legal, pues
en emergencia lleva nuestro sistema educativo décadas. Desde los desfalcos del
PNP, partido del gobernador, bajo Víctor Fajardo, ex
secretario recordado por su millonario desfalco a través del programa de “nuestros niños primero”;con la dejadez
intencional del bipartidismo privando a las escuelas de materiales escolares y
de higiene, así como salarios dignos para maestros; y sobre todo, con el cierre
indiscriminado y venta de escuelas a los amigos del alma, quienes se ha hecho
de estos edificios hasta por precios nominales de un dólares, para luego
establecer colegios privados, aún cuando estas estructuras costaron miles al
erarios público. Esta declaración es, simple y llanamente, el acceso al gusto de millones de dólares de
manera preocupante y vulnerable, sin los requisitos de ley para subastas. Un
festín para los que gobiernan y se alimentan de la Secretaría y sus múltiples
recursos, siendo esta la de mayor presupuesto en el andamiaje colonial, pues
claro, hay que mantener las mentes adormecidas y dóciles a favor del sistema.
La ausencia de
valores y ética es rampante, sosteniendo un sistema que apela al clientelismo,
el nepotismo y otras manifestaciones de saqueo. Lo peor es la impunidad que
parece cernirse sobre quienes violentan el orden y que, a pesar de su falta, se
pasean por las ramas de la administración colonial y se siguen beneficiando de
ella. ¿Acaso existe la posibilidad de inhabilitar a los violadores que
privilegian a millonarios mientras someten y le roban al pueblo? No permitir la
incursión de quienes observan un comportamiento antiético e ilegal. Incluso más
allá, sobre quienes sus acciones drenen el fondo público y no observen una
administración eficiente. ¿Cómo es que se mantiene en el cargo a aquellos cuya
administración sigue arrastrando al país fiscalmente? La democracia busca el
bienestar de lo público, nuestros líderes, si así puede llamárseles, parecen
haberlo olvidado por completo. Y nosotros como electores, también.
Cinco siglos se cumplen este
año de la prolongada resistencia de Tenochtitlan al asalto de las huestes de
Hernán Cortés, que en abril de 1521 pusieron sitio a la ciudad con el apoyo de
miles de guerreros tlaxcaltecas aliados de los españoles. La
destrucción de los canales de agua que abastecían la capital azteca y la falta
de alimentos sellaron la suerte de los defensores, vencidos por la sed, el
hambre y las epidemias, algunas de ellas, como la viruela y la sífilis,
desconocidas en América y traídas por los conquistadores. La heroica lucha de
sus habitantes, dirigidos por Cuitláhuac-Moctezuma había muerto tratando de
calmar la sublevación de su pueblo-, y después por el legendario Cuauhtémoc, se
prolongó hasta el 13 de agosto de 1521.
El primer
testimonio de la caída de Tenochtitlan procede de las extensas Cartas de Relación del propio Hernán
Cortés, dirigidas a la Corona. Son cinco, escritas desde 1519, aunque la inicial
nunca se encontró y sólo se conoce por el resumen incluido en la obra
Segunda parte de la crónica general de las Indias que trata de la conquista de
México (1552) de Francisco López de Gómara. Se trata de la misiva que
envió Cortés a Carlos V, junto con regalos entregados por Moctezuma, cuando marchaba hacia el altiplano
central de México, en la que prometía un nuevo reino “con título y no menos mérito que el de Alemania, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee”.
Las
cuatro cartas se conservan en la Biblioteca Imperial de Viena. Tres se
publicaron por primera vez en Sevilla (1522-1523) y Toledo (1525) y fueron muy
difundidas, mientras la última estuvo inédita hasta 1842. En la segunda de
ellas, fechada el 30 de octubre de 1520, Cortés relata el sometimiento del
cacique de Zempoala y su alianza con los tlaxcaltecas, el avance hacia el
territorio azteca y el encuentro con Moctezuma, incluyendo la tremenda
impresión de los europeos al llegar a la espectacular Tenochtitlan, que
denomina Temixtitan. El conquistador la describe con amplias calles que por un
lado dan al agua, por donde andan canoas, y que es “tan grande y de tanta admiración, que…es casi increíble, porque es
muy mayor que Granada y muy más fuerte, y de tan buenos edificios y de muy
mucha más gente que Granada tenía al tiempo que se ganó, y muy mejor abastecida
de las cosas de la tierra, que es de pan y de aves y caza y pescados de los
ríos, y de otros legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta
ciudad un mercado en que cotidianamente, todos los días, hay en él de treinta
mil ánimas arriba vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay
por la ciudad en partes.”
Es en la tercera de las Cartas de Relación, fechada el 15 de mayo de 1522, donde Cortés narra, en un lenguaje más agresivo y crudo que en la anterior misiva, los acontecimientos de la rebelión azteca, que obligó a los conquistadores a huir de Tenochtitlan el 30 de junio de 1520 (la “Noche Triste”), hasta la ocupación de la urbe y la captura, el 13 de agosto del año siguiente, de Cuauhtémoc: “Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de la flota de canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaba pelear … un capitán de un bergantín, … llegó en pos de una canoa en la cual le pareció que iba gente de manera; y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa, hiciéronle señal que estaba allí el señor, que no tirasen, y saltaron de presto, y prendiéronle a él y a aquel Guatimucín … señor de la ciudad y a los otros principales presos; el cual, como le hice sentar, no mostrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase”.
Cortés
mantuvo en cautiverio a Cuauhtémoc durante cuatro años, para asegurar la
colaboración de los mexicas, aunque lo sometió a crueles torturas, quemándole
los pies y las manos. En 1525, como relata el propio conquistador español en su
quinta Carta de Relación a Carlos V,
lo llevó, junto a cientos de indígenas, en su expedición a las Hibueras (Honduras).
Durante la travesía ordenó su ejecución, acontecimiento que se conmemora como duelo
oficial en México cada 28 de febrero. En el lugar de la capital
mexicana donde Cuauhtémoc fue apresado por los invasores europeos, en las inmediaciones del
actual mercado de Tepito, hay una placa en un muro de la iglesia de la
Concepción con este texto: “Tequipeuhcan. Aquí fue hecho prisionero el
Emperador Cuauhtemotzin la tarde del 13 de agosto de 1521”.