En nuestra región muchos son los casos de hombres y mujeres
naturales de países diferentes -y a veces hasta distantes- dentro de la diversa
geografía Latinoamericana y del Caribe que han coincidido en ideales y en una
causa común. Durante la segunda mitad del siglo XIX, varios territorios al sur
del Rio Bravo se debatían de diferentes formas de la institucionalidad política
y hasta en el plano militar por impulsar a través de reformas liberales
relaciones de corte capitalista. Mientras esto ocurría en los estados-naciones,
constituidos desde la segunda década decimonónica, un archipiélago caribeño intentaba
romper el yugo colonial a punta de machete.
Las luchas liberales en América Latina coincidieron con la
gesta emancipadora de Cuba. Fueron entonces algunos de los gobiernos defensores
del libre comercio, la libertad de la propiedad y la mano de obra, y de la
secularización los que a su vez acogieron, alentaron a los exiliados cubanos
que preparaban el reinicio de la guerra para completar de una vez, a decir de
José Martí, la estrofa ausente del poema de 1810.
Dos de estos hombres paradigmáticos de Nuestra América
fueron el ecuatoriano Eloy Alfaro (1842-1912) y el cubano Antonio Maceo (1845-1896). Alfaro y Maceo se conocieron en Panamá sobre
los primeros meses del año de 1886. Allí coincidieron por razones distintas, el
manabita actuaba en la zona por razones de negocios, mientras el santiaguero
organizaba
destacamentos militares independentistas que debían partir a Cuba, según el
Programa de San Pedro Sula. Luego de aquel primer contacto vinieron otros en Lima
dos años después. Sobre el encuentro del Perú, aunque con propiedad deba
decirse los encuentros del Perú, pues al parecer fueron más de uno, fue donde
se consolidó la amistad entre Eloy Alfaro y Antonio Maceo.
En
Costa Rica hacia 1894, fue donde Alfaro y Maceo profundizaron su amistad,
llegando a un mayor nivel de compromiso en la forja de un proyecto común para
América Latina. Ambos próceres ya no eran los mismos desde que se habían
reunido en Lima años antes. Maceo pudo ver la situación de su país, al tener la
posibilidad de estar en la Isla y, a la vez, experimentó la impotencia del
fracaso personal para reanimar la lucha, al ser expulsado de su tierra natal en
agosto de 1890. Por su parte, Alfaro arribó a Costa Rica mucho más convencido
de la necesidad de derrocar el régimen vigente en Ecuador, el mismo que había
presionado al gobierno colombiano para que lo expulsara de Panamá, la tierra de
sus hijos.
De las conversaciones y encuentros costarricenses entre
los dos patriotas surgió la idea de un plan de invasión para liberar a Ecuador
y a Cuba,con el apoyo de fuerzas y contingentes militares de varios
países. Alfaro propuso el plan, que contaría con el sustento de varios
gobiernos liberales, los cuales contribuirían con hombres y otros recursos a
tal empresa. Al parecer el proyecto fue moldeándose hasta el punto de convencer
por completo sobre su efectividad a ambos líderes latinoamericanos.
Pero
cuando la organización del plan Alfaro- Maceo llegó a su máximo nivel de
organización, la estructura del movimiento revolucionario cubano había alcanzado
un mayor nivel de disposición, el cual el Titán de Bronce no pensó jamás
desconocer. José Martí, líder de la nueva etapa de lucha y profundo conocedor
de los vaivenes de las políticas liberales latinoamericanas, persuadió a Maceo
para lograr la independencia con el esfuerzo y el concurso de sus hijos. Por
tanto, el proyecto de Alfaro y Maceo no se llevó a término. Sin embargo, la
amistad de ambos líderes quedó sellada para siempre.
El
24 de febrero de 1895 se inició la Guerra
Necesaria en Cuba, bajo la guía de Martí y contando con la dirección
militar de Máximo Gómez y Antonio Maceo. Por otro lado, la revolución liberal
ecuatoriana triunfó finalmente. Tras el regreso a ese país del General Alfaro,
el 18 de junio de 1895, proclamado Jefe Supremo en Guayaquil, una cadena de
victorias militares lo condujo a la entronización del liberalismo radical en el
poder en Quito. Alfaro cumplió lo prometido a su amigo y compañero de causa,
Antonio Maceo. Primero preparó una expedición militar al mando del Coronel León
Valle Franco, para reforzar la lucha de los cubanos, acción fracasada ante la
negativa del gobierno colombiano de dejar pasar al destacamento por Panamá, aún
bajo su soberanía. Nada desalentado con tal fallido intento, escribió una carta
dirigida a la Reina María Cristina, Regente de España, firmada el 19 de
diciembre de 1895, solicitándole el fin de la Guerra en la Isla y la concesión
de la independencia, si bien Alfaro puso esta opción como salida al
derramamiento de sangre entre “hermanos”. Maceo agradeció el gesto de
Alfaro mediante una misiva que remitió desde Pinar del Río en junio de 1896, en
los siguientes términos: “Por la prensa española he sabido la parte de Ud., en
cumplimiento de lo que un día me ofreció, ha tomado en pro de la causa cubana.
Reciba por tan señalada prueba de amistad y de consecuencia, mis más expresivas
gracias y las de mi ejército”.
Acaso fue éste el documento postrero del intercambio epistolar entre estos
revolucionarios que completaron la amistad irreversible entre Ecuador y Cuba.