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Estilo de vida

Comunicación sana, herramienta para la gestión de conflicto en las relaciones

Keren Borrás Santiago

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Las relaciones sanas son una fuente de apoyo y amor, sin embargo, cuando surge el conflicto pueden despertar alto nivel de incomodidad y malestar.  Fortalecer nuestra comunicación y aceptar la discrepancia es clave. La comunicación entre las personas es similar a una carrera de obstáculos que solo se gana cuando todos los participantes llegan juntos a la meta. Quienes participamos en un acto de comunicación tenemos un objetivo común del que somos igualmente responsables. Sin embargo, de algún modo tememos las ideas de los demás. Reconocerlo es el primer paso para abrirse a ellas.

Probablemente la calidad de nuestras relaciones incide más que ningún otro factor en nuestro potencial para ser felices y prosperar. Como seres sociales establecemos relaciones y la principal herramienta con que contamos para manejarnos en una relación es la comunicación.

La esencia del lenguaje es la de crear y mantener relaciones. La palabra comunicación ya integra los conceptos “acción” y “en común”, y su objetivo es el de lograr entendernos con diversos fines.

Sin embargo, llegar a acuerdos para colaborar no siempre es fácil. Sería tanto como pensar que alguien puede comunicarse sólo porque puede hablar. En ocasiones ocurre que en los sistemas de los que formamos parte familia, amigos, trabajo– y en los que interactuamos cotidianamente nos cuesta llegar a desenvolvernos bien con todas las personas. Reconozcámoslo: existen personas en nuestro entorno con quienes nos encallamos repetidamente y de forma inexplicable y con quienes la comunicación se convierte en un acto difícil y a menudo infructuoso.

Todos tenemos en nuestro entorno a personas más o menos cercanas con las que, sin saber exactamente por qué, nos cuesta más comunicarnos.

La comunicación conlleva conflictos

Decía Oscar Wilde que el egoísmo no consiste en vivir como nos parece sino en exigir que los demás vivan como nos parece a nosotros. Sucede así porque vemos el mundo a través de nuestras gafas: nuestra visión de la realidad es única y diferente a la del resto.

En PNL (Programación Neurolingüística) nos referimos a esa cuestión hablando de mapas. El mapa no es el territorio que representa; en este caso constituye sólo una aproximación personal. Vivimos los mismos acontecimientos de manera diversa, por eso el recuerdo de una experiencia compartida por varias personas puede parecerse bien poco, aunque tendamos a pensar que quienes la hayan compartido guardarán los mismos recuerdos.

En el caso de tratarse de personas de culturas o generaciones muy diferentes el mapa suele alejarse aún más, pues los procesos que realizamos para percibir o representarnos la realidad son todavía más distantes: lo que enfatizamos, lo que omitimos o lo que generalizamos de cada experiencia da lugar a resultados particulares.

Estas diferencias se hacen más evidentes cuando se manifiesta un conflicto porque tendemos a presuponer que existe una realidad verdadera nuestro mapa o esquema mental, así como que el otro posee referencias y maneras de pensar similares a las nuestras, que ya sabe a qué nos referimos y que, por tanto, debería entendernos de maravilla. De ese modo tendemos a simplificar la complejidad de las relaciones, cerrando el abanico de posibilidades que se abre en cada diálogo entre personas.

Competir vs colaborar

La vida es posible gracias a la cooperación. La perspectiva biológica de la evolución basada en la tesis de la competencia permanente entre las especies y en la supervivencia del más fuerte está dando paso a una visión centrada en la colaboración.

Según estas teorías, hace millones de años los seres vivos integraron en su conducta los criterios de cooperación por el sencillo motivo de que les ayudaban a sobrevivir. De hecho, existimos gracias a ello. Buscamos el bienestar agrupándonos con otros para conseguir fines más elevados.

Hemos evolucionado a partir de la asociación, del mismo modo que nuestros esfuerzos personales crecen y se multiplican en la colaboración. Pero colaborar y reunir esfuerzos en una misma dirección requiere coordinarse, escucharse y ver a los demás en su singularidad.

Con las personas que tienen referencias diferentes a las propias existirán más fácilmente discrepancias a las que habrá que atender. Lo normal, de hecho, es que las haya.

El funcionamiento de un deporte de equipo o una empresa ejemplifica cómo pueden entenderse y colaborar personas singulares para conseguir complementarse, crecer con un liderazgo integrador y alcanzar un alto rendimiento.

Soluciones que no apoyan

Solemos abordar los problemas desde nuestra propia lógica o esquema personal de la situación. Ante una situación de desencuentro en la que nos solemos atascar es fácil que hayamos adoptado una solución errónea, aunque parezca racional, lo que lleva a seguir cayendo en la trampa una y otra vez.

Podemos llamar a este patrón “más de lo mismo“. Un problema puede ser una dificultad a la que le hemos sumado una solución que no funciona. Con ella mantenemos y empeoramos la situación.

Un ejemplo de lo anterior sería no saludar a alguien esperando que sea el otro quien empiece e indignándonos si no lo hace; o evitar dar información a alguien por temor a ser preguntado consiguiendo que el otro nos haga un interrogatorio cada vez que nos ve.

Maneras de resolver conflictos con otras personas

Algunas trampas en las que solemos caer en nuestras relaciones con los demás hacen que nos enfademos y entristezcamos al ver que nuestros intentos no funcionan. Realizar pequeños cambios nos permitirá vivir de manera sana:

  • Aceptar al otro. Cuando pedimos a otra persona que sea diferente no la estamos aceptando tal y como es. Podemos pedirle o hacerle saber lo que nos afecta, así como decidir si queremos estar con ella, pero sin pretender que cambie y sea otra persona.
  • Realizar peticiones claras. Es preferible hacer peticiones directas en vez de aguardar a que el otro nos lea la mente y se comporte conforme a nuestras expectativas.
  • Ofrecer reconocimiento. No se puede esperar el reconocimiento del otro sin darlo. En ocasiones esperamos que el otro dé el primer paso pero él no se pone en marcha. Empecemos nosotros aportando algo en bien de la relación; por ejemplo, diciéndole las cosas buenas que tiene o que nos gustan de él.
  • No buscar aprecio a toda costa. Conviene permanecer tranquilo y darse cuenta de que no siempre hemos de defendernos ante supuestos ataques. No le caeremos bien a todo el mundo, así que tampoco es conveniente esforzarse para que todos nos quieran.
  • Discernir qué se quiere. A quienes suelen ceder frente a los deseos de los demás cabe recordarles que esa es una buena manera de amargarse la vida. Pensar qué se quiere y pedirlo en lugar de evitar la confrontación puede ser un ejercicio muy terapéutico.
  • Ceder si hace falta. Cuando una situación se ha convertido en un pulso para ver quién puede más, ceder un poco a fin de reducir la tensión puede estar bien. En El arte de la guerra, el estratega chino Sun Tzu dice: “Solo la fuerte muestra debilidad”.
  • Confiar en la capacidad de la otra persona. Si desconfiamos de que el otro sea capaz de hacer alguna cosa, probablemente acabaremos haciéndola nosotros y quejándonos de que no nos ayudan. Eso equivale a pretender enseñar responsabilidad quitándola.

Las ventajas de discrepar

El desacuerdo en las relaciones es enriquecedor y, por tanto, deseable. Nos ayuda a debatir, a cuestionarnos, a explorar; en definitiva, a desarrollar y construir proyectos conjuntos. Y es que, como decía Rodin, donde todos piensan igual, nadie piensa mucho. Es imposible vivir en el acuerdo continuo.

Si aparenta existir algo así, cabría preguntarse si no estamos estancados: resolviendo sin preguntar, imponiendo autoritariamente o callando y otorgando. A menudo la discrepancia se evita por miedo a caer en la discusión o por temor a la resolución violenta o a la propia reacción emocional ante el conflicto.

Tememos sus consecuencias: enfadarnos con otra persona, chillar, pasar un mal rato… Esas reacciones nos conectan con estados como la ira, la tristeza o la soledad, los cuales tienen la particularidad de movilizarnos.

A menudo evitamos el conflicto por temor a discutir, a ser juzgados o a nuestra propia reacción.

El enfado, por ejemplo, puede ser provechosa cuando nos permite expresar lo que sentimos o defender algo en lo que creemos. En vez de reprimirla tendríamos que cuidar, en todo caso, de que se transforme en algo constructivo y no en agresión a los demás o a uno mismo.

Reprimir esos estados internos por juzgarlos malos o inadecuados solo lleva a posponer su expresión y a acrecentarlos. Las consecuencias pueden ser así mucho peores.

También es frecuente eludir el conflicto porque implica destinar energías a debatir cuestiones que a menudo no se resuelven al primer ni al segundo intento. Si desfallecemos en ese proceso es importante conectar con el beneficio que implica llegar a un acuerdo y pensar que, cuando se produzca, todas las partes quedarán más comprometidas y satisfechas, lo que fortalecerá la relación.

Valorar la intención del otro ante un conflicto o malentendido

Recomiendo a dos autores que son interesantes en sus perspectivas de cómo plantean su observación sobre la comunicación: Jean-Paul Sartre escribió que “El infierno es el Otro“. Gregory Bateson diferenció entre dos dimensiones importantes en toda comunicación: la de la tarea y la de la relación. Podría decirse que ambas deben ser igualmente cuidadas a la hora de comunicarse eficazmente y relacionarse de manera armónica.

A menudo, cuando alguien nos critica por algo que hemos hecho solemos tomarlo como algo personal. Es decir, un comentario referente a una tarea lo podemos considerar un juicio a nosotros o a la relación.

En el plano exclusivamente objetivo la respuesta tendría que ser “no”, sin embargo,  en el plano de la relación sería mejor decir “sí”, aunque eso podría provocar una confusión. De modo que el marido buscará alguna forma de salir del apuro sin decir “sí” o “no“, es decir teniendo en cuenta el plano de la relación. Quizás una forma del tipo: “bueno, es distinta de otras, quizá ganaría con un toque de…“.

Esto nos lleva a hablar de las trampas relacionales en las que tendemos a caer cuando buscamos solucionar una situación.

Una herramienta útil ante el conflicto es valorar la intención positiva.

Existen opciones creativas a la que podemos recurrir para poner de manifiesto nuestro desacuerdo sin dañar por ello la relación.

Cuando una parte percibe que otra ha dañado sus intereses sería bueno que considerase que una cosa era la intención de dicha parte y otra el resultado de su acción. Para ello ayuda separar el comportamiento del otro (gritarnos, regañarnos, reñir…) de lo que en realidad pretendía (convencernos, enseñarnos…). Probablemente buscaba un buen fin para él: quería estar tranquilo, que la tarea funcionara.

Consciencia de mí mismo/a: ¿estoy contribuyendo al conflicto?

El segundo recurso útil consiste en investigar lo que hacemos nosotros mismos para colaborar y mantener un conflicto.

De algún modo es lo que nos permitirá descubrir un margen de responsabilidad para cambiar de estrategia. Y es lo más práctico, considerando que no vamos a cambiar a los demás y que estando en paz con uno mismo será más fácil que los demás no se enganchen con nosotros.

Por ejemplo, cuando repetidamente se produce un malentendido con alguien debería preguntarme: ¿cómo alimento yo ese malentendido? Puede que ataque o confunda al otro, o que no le esté dando espacio o reconocimiento.

Para sortear las consecuencias temidas del desacuerdo hay que cuidar de las partes y legitimarlas, sin enjuiciar al otro ni tomar los desacuerdos como algo personal. Hablar desde las propias necesidades y sentimientos: “Me siento incomodo/a cuando me gritas“, en vez de atacar: “Eres una histérica, sólo sabes chillar”. Es importante dejar juzgar al otro o tomarse el desacuerdo como algo personal.

Darse cuenta de la propia vulnerabilidad y aceptar que nos equivocamos también nos permite entender mejor la de los demás y mostrarnos más flexibles.

Todo eso nos facilitará comprender, sentir de otra manera y, en consecuencia, tener un comportamiento menos limitante. La naturaleza, conocedora de que el conflicto forma parte de la vida y que requiere ponernos al servicio de la colaboración, nos recuerda que nuestra sabiduría también pasa por abrirnos a otras experiencias y dejar de esperar inútilmente que los otros tengan nuestras mismas prioridades.

Estilo de vida

¿Cómo se reflejan las emociones en el cuerpo?

Keren Borrás Santiago

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Las emociones son reacciones conductuales, fisiológicas y subjetivas, activadas por una información proveniente del mundo externo y/o interno del individuo.

Estas reacciones pueden ser de rechazo, si vivimos esos estímulos como peligrosos o displacenteros, o bien de atracción, si los vivenciamos como atractivos o placenteros. Podríamos decir que son un sistema de señales que nos impulsan a realizar cambios para emprender alguna acción.

La función fundamental que se les atribuye es la de supervivencia, ya que nos empujan a evitar o luchar contra situaciones nocivas (predadores, comida en mal estado, agresiones) o aproximarnos a estímulos placenteros (agua, actividad sexual, refugio).

Fisiología de las emociones

Las emociones ponen en alerta a todo el organismo para que funcione como un todo y pueda responder a los retos de la vida activando múltiples respuestas cardiovasculares, esqueletos musculares, neuroendocrinas y del sistema nervioso autónomo.

Según Damasio (1994, 1999, 2000), la ocurrencia de un proceso emocional se inicia, bien con la percepción de un objeto o situación, bien con el recuerdo de ese objeto o situación; en ambos casos, el resultado es la activación de los núcleos del tronco encéfalo, el hipotálamo y la amígdala. Luego, estas estructuras liberan hormonas de varios tipos en la corriente sanguínea, que se dirigen, por una parte, hacia diversas zonas del propio cuerpo, y por otra parte, hacia distintas zonas cerebrales.

Al mismo tiempo, estas estructuras envían, de modo simultáneo, señales electroquímicas mediante neurotransmisores, por una parte, hacia las glándulas adrenales, que liberarán hormonas con repercusión posterior en el cerebro, y, por otra parte, hacia otras regiones cerebrales, tales como la corteza, el tálamo, y los ganglios basales, con lo cual se modificará el estado cognitivo y la forma de procesar la información.

No es de extrañar, por tanto, que cuando experimentamos una emoción, se evidencien diferentes cambios corporales, teniendo en cuenta que algunos de estos cambios son comunes a varias emociones diferentes.

Así, por ejemplo, ante una situación de peligro que active la respuesta de huida, el corazón late rápida y fuertemente para bombear más sangre al cerebro y los músculos, la respiración se acelera para aumentar la oxigenación, las pupilas se dilatan para aumentar el campo visual, los intestinos se vacían (diarreas o vómitos) para hacernos más ligeros a la hora de correr o movernos.

Si la respuesta activada es de lucha, se liberan sustancias que ayudan a coagular la sangre más fácilmente por si se producen heridas, los músculos se tensan para entrar en acción, lo que puede dar lugar a temblores y contracturas.

El mapa corporal de las emociones

El cuerpo es un mapa que nos apoya a saber qué estamos sintiendo. Seguro que te ha pasado alguna vez, que has notado un nudo en la garganta cuando había algo que no estabas diciendo a tu pareja. O por ejemplo, has notado un dolor de estómago, al sentir miedo a enfrentarte a un examen. Estas son señales que te da el cuerpo para que expreses tus emociones.

En un reciente estudio finlandés, (Nummenmaa,  Glerean, Hari y  Hietanen, 2013) pidieron a 701 participantes de diversas nacionalidades que señalaran en un dibujo de una figura humana las zonas del cuerpo que se activaban al sentir determinado estado emocional y en otra figura, las zonas en que sentían menos activación,  mediante un código de colores (colores cálidos = activación, fríos = desactivación). Para ello les presentaron palabras, historias, películas y expresiones faciales que representaban 6 emociones básicas o primarias (enojo, miedo, asco, felicidad, tristeza y sorpresa) y 7 secundarias o complejas (recogidas en la imagen inferior).

Los resultados obtenidos en este experimento confirmaron que somos capaces de ubicar en diferentes áreas de la anatomía corporal las variaciones en el estado emocional, independientemente de la nacionalidad del sujeto.

Con los resultados obtenidos, se elaboró el siguiente “Mapa corporal de emociones” publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences:

mapa-emociones

La mayoría de las emociones básicas, están asociadas con sensaciones de alta actividad en la zona alta del pecho, que corresponde a cambios en la respiración y ritmo cardiaco.

De igual modo, casi todas las emociones generaron cambios en el área de la cabeza, lo que sugiere la importancia de la zona de la cara (activación de la musculatura facial, cambios en la sonrisa, lacrimación, o la temperatura de la piel).

Las sensaciones en el aparato digestivo y alrededor de la garganta estaban presentes en el asco. En contraste con las demás emociones, la felicidad activa prácticamente todo el cuerpo, dando la sensación de “plenitud”. En contrapartida, en la depresión el cuerpo parece desactivado y sugiere un “vacío” que se concentra en el tórax.

En el amor y el enojo se ven reflejadas las extremidades, tal vez porque en ese momento se está listo para abrazar o golpear. En la ansiedad, la energía está concentrada desde el tronco hasta la cabeza, mientras que las extremidades permanecen inactivas.

Los autores del estudio sugieren que la evidencia del papel que juega el cuerpo en el proceso emocional, nos puede ayudar a entender los cambios en los estados de ánimo, así como servirnos de biomarcadores de los trastornos emocionales.

El cuerpo y las emociones van de la mano, cuando uno habla el otro reacciona. Existen numerosas investigaciones científicas que avalan la influencia de las emociones en el dolor y el cuerpo físico y cómo estas se relacionan constantemente. De hecho, se ha demostrado que se activan varias áreas del cerebro cuando experimentamos un dolor físico y un dolor emocional.

Por ejemplo, si no gestionas un enfado o el estrés de tu trabajo, esto puede generarte, a veces, una contractura o tensión en la mandíbula. Son emociones no expresadas, que se quedan incrustadas en tu cuerpo, esperando que las dejes salir. Como no pueden manifestarse, van a intentar expresarse de algún modo, y terminan haciéndolo en forma de tensiones o malestares físicos.

Tu cuerpo es sabio y sabe lo que requieres

Si gestionamos nuestras emociones de una forma sana, podremos escuchar y entender el mensaje que nos envía nuestro cuerpo. Identificaremos las emociones asociadas a los síntomas físicos, y aprenderemos a gestionar estas emociones para que no se conviertan en dolores físicos insoportables. 

Piensa que tu cuerpo te apoya a conocerte mejor si aprendes a interpretar sus mensajes emocionales ocultos y le das lo que necesita (descanso, atención, deportes, entre otras actividades).

Solo queda abrir la mirada a tu parte física para que esta sea una parte importante de tu vida. Tu cuerpo es sabio y sabe lo que requieres. Si cuidas a tu cuerpo también cuidas a tus emociones. Recuerda que con tu cuerpo vas a convivir toda la vida, por tanto, vale la oportunidad prestarle más atención y cuidado. Así, no solo fortalecerás tu inteligencia emocional, sino también tu consciencia corporal.

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Cuando las personas hablan de lo mucho que trabajan

Keren Borrás Santiago

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¿Qué hacer con personas que constantemente hablan de lo mucho trabaja? Todos conocemos a varias personas que hablan con frecuencia de lo mucho que trabaja. Ahora, ¿qué decirles? Si esa persona somos nosotros, ¿cómo puede este hábito condicionar nuestras relaciones?

Dentro de los discursos de auto ensalzamiento, muy positivos en momentos determinados para la autoestima, destacan los de aquellas personas que sólo hablan de lo mucho que trabajan. Parecen vivir por y para el sacrificio.

Es natural que en el discurso se cuelen nuestras preocupaciones y el trabajo suele ser un contexto proclive a generarlas. Sin embargo, más allá de algo que podamos compartir con otras personas, pocas veces lo que hacemos en el trabajo es de interés para otros.

Si antes de llegar a casa, en la última conversación del día, otra amiga te habla de la responsabilidad tan grande que tiene y de lo difícil que es cumplir con las responsabilidades asociadas a su puesto, es normal que sientas que la información que está compartiendo te aburre. De manera especial, cuando habla de lo mucho que trabajan como una muestra de virtud y sacrificio.

Una necesidad de comunicación e información

Normalmente, como apuntábamos, las preocupaciones suelen encontrar huecos en nuestro discurso de la misma forma que los suelen encontrar en nuestro diálogo interno.Las personas que sólo hablan de lo mucho que trabajan tienen, por norma, tres motivaciones: comentar con otros lo que no se atreven a decir a sus superiores, validar con los demás sus emociones frente a lo que ocurre u obtener información, Hy hablar con los demás ante el miedo de hablar con un jefe.

Normalmente, las motivaciones de nuestros quehaceres siguen el curso de un rio sencillo. Si alguien no para de hablar de lo mucho que trabaja, mostrándose preocupado por su situación, quizás sea porque en realidad necesita hablar con su jefe. Si ya lo han hecho, quizás necesite hablar con un sindicato para revisar sus condiciones laborales. Asímismo, esta persona puede estar pidiendo ayuda frente a una serie de demandas que no se ve capaz de cubrir de manera autónoma con los recursos de los que dispone. Puede que en estos casos se requiere hablar con un profesional.

Un medio de validación ante los demás

El trabajo es una de las vías que utilizamos con más frecuencia para validar nuestras capacidades. En la medida en que una persona esté más o menos condicionada por la sociedad y por su educación, el trabajo habla de la persona como ser productivo, aunque lo productivo no sea útil ni para ti ni para nadie.

Se equipará el hacer, con el ser y valer. El trabajo proyecta en el escenario social una imagen mejor de nosotros. Cuanto mejor salario tengas y más merecido esté, serás más respetado.

Por ello, personas que tienen la opinión de los demás muy en cuenta y que han asimilado completamente, sin matices, el modelo de meritocracia; creen que decir que trabajan mucho les valida ante la sociedad.

La necesidad de compararse con los demás

A veces realizamos una actividad laboral y no sabemos si la empresa cumple los convenios laborales, el derecho a vacaciones u otras cuestiones que a todo trabajador incumbe. Debido a ello, muchas personas buscan la información que les falta en la comparación con los demás. Aunque la jornada laboral sea de ocho horas, quedan muchos cabos sueltos por resolver desde la perspectiva de un trabajador si las cosas no se tienen claras.

Por otra parte, es posible que la necesidad de estar constantemente comunicando que haría las cosas de manera distinta a como lo hacen los demás.  Es una manera de sentirse importante, aunque en el fondo sabe que es una manera para quitar las frustraciones escondidas.

Cuando más que comunicarse, tienen la necesidad de agitar su ego

En no pocas ocasiones, hay personas que sólo hablan de lo mucho que trabajan no como una forma de validarse, sino de intentar mostrar una especie de superioridad social. En este sentido, estamos en todo nuestro derecho de redirigir su discurso o de explicitar nuestra hipótesis sobre lo que está sucediendo. Pensemos que el otro o nosotros, puede hacerlo sin ser consciente de su motivación.

Para concluir, una persona que constantemente dice lo mucho que trabaja puede llegar a ser tan molesta como aquella que fija el discurso de manera constante en sus logros y posesiones. Cargar de esta manera los diálogos suele debilitar los vínculos, ya que es muy difícil que el yo receptor encuentre un espacio en ese diálogo.

Por tanto, si te encuentras realmente saturado por este tipo de conversaciones, es la hora de comenzar a reconducirlas, cambiarlas o expresar a la otra persona, de forma directa y lo más asertivamente posible. Cuando es el momento de “tiempo libre”, lo más sano es sano desconectar tanto de las obligaciones laborales de los demás como de las del día a día.

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Cuando un pensamiento se convierte en obsesión

Keren Borrás Santiago

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La preocupación obsesiva rara vez apoya. De hecho, lo que se suele lograr es elevar la ansiedad y el riesgo de agotamiento psicológico. ¿Qué se requiere para no llegar a estos extremos? ¿Cómo dejar atrás el tema para que una preocupación se convierta en una obsesión? Hay veces en las que determinadas ideas producen daños en el día a día. No podemos dejar de pensar en ciertas cosas. Les concedemos valor y presencia en la mente de manera tormentosa sin poder evitarlo, sin poder eludir ese flujo de pensamientos.

El cerebro es como una fábrica que nunca descansa y es suficiente que nos digamos “no voy a pensar en un ¨elefante rosa” para que, como bien sabemos, lo visualicemos. Entonces, ¿cómo podemos desactivar esos procesos psicológicos tan desgastantes? Existen alternativas eficaces para tranquilizar las preocupaciones patológicas.

Vivimos en una sociedad que usa la preocupación obsesiva como mecanismo de afrontamiento para toda circunstancia. Sin embargo, la alternativa no está en “preocuparse mucho”, sino en pensar de manera sana.

Alternativas para que una que un pensamiento se convierta en obsesión

Hay un proverbio sueco que dice que la preocupación tiene el poder de producir grandes sombras en objetos pequeños. Es cierto. La realidad es que tenemos derecho a preocuparnos, sin embargo, se requiere hacerlo de manera sana, es decir, orientando todo ese esfuerzo mental en solucionar aquello que nos quita la calma. Es por ello que requieres ocuparte en vez de preocuparte.

Como diría Víctor Frank, cuando nos enfrentamos a una situación adversa es responsabilidad nuestra afrontarla y transformarla. Si no es posible, el siguiente paso es aceptarla. Algo tan lógico y evidente que sólo se puede lograr mediante un enfoque tranquilo, realista y centrado. Si esto es algo que nos cuesta lo indecible conseguir se debe a varios motivos.

De acuerdo a investigaciones, como los realizados en el King’s College de Londres y la Universidad de Australia Occidental, recogen datos que apoyan la idea de que buena parte de nuestras preocupaciones se apoyan en sesgos cognitivos. Son muchas las personas que piensan que al preocuparse tienen o demuestran tener un mayor control. Si dejan de hacerlo y se relajan, temen ser sorprendidos por lo inesperado.

Es momento de cambiar esas ideas, esos sesgos. He aquí algunas alternativas para quitar una preocupación  para que no se convierta en una obsesión.

1. Comprende cómo funciona el mecanismo de la preocupación

La preocupación cumple un objetivo: elevar nuestra activación para que podamos actuar ante las amenazas que nos rodean. El fin último es actuar y para ello hay que trazar soluciones. Sin embargo, las personas en lugar de actuar o aceptar una realidad concreta, magnificamos aún más las amenazas estresantes. Lo hacemos mediante la rumia, un tipo de preocupación persistente y repetitiva que, en lugar de buscar respuestas a los problemas, se hace más preguntas. La  rumiación eleva las emociones de valencia negativa y el malestar. De ese modo, vamos cayendo cada vez más en los laberintos de la ansiedad.

Para impedir que una preocupación se convierta en obsesión, debemos tener presente que al alimentar la rumiación, nos mantendremos más estancados y sin posibilidades de resolver el problema. La preocupación, la rumia y la obsesión son el resultado de un circuito de retroalimentación cerebral orquestado entre la amígdala y la corteza prefrontal.

2. Acepta el pensamiento obsesivo, sin embargo, deja de seguir el juego

Debemos tenerlo claro, de poco nos van a servir frases como “ya no voy a pensar en esto” o “esta va a ser la última vez que me pare a pensar en aquello”. Porque la mente vuelve a pensar en lo mismo.  Los pensamientos son automáticos y requieres comenzar a fortalecer pensamientos que nutran.

De este modo, lo más adecuado es dejarlos, aceptar que están ahí. Investigadores de la Universidad de Hamburgo indican en un estudio, que debemos ver esos pensamientos obsesivos como fenómenos mentales que van y vienen. Son como el flujo de un río que corre. Lo más importante es no darles importancia ni reforzarlos. Si están ahí, dejemos que tal y como lleguen se vayan.

3. No te juzgues, sé compasivo contigo mismo

El diálogo interno de manera negativa,  que juzga y que nos critica es como el motor que alimenta la fábrica de la preocupación. No es lo adecuado. Si deseamos evitar que una preocupación se convierta en una obsesión seamos amables y compasivos con nosotros mismos. Hemos pasado por mucho en esta vida, no hay duda. Confiemos en nuestra experiencia para abordar los retos que nos vienen.  En lugar de preocuparnos, ocupémonos de lo que nos inquieta emprendiendo cambios, pensando en nuevas fórmulas para resolver problemas.

4. Haz cambios en tu rutina y que vayan en contra de tu obsesión

Si temes perder el trabajo, empieza a buscar nuevas opciones laborales. Si te preocupa lo que pueda traerte el futuro, céntrate en iniciar cosas nuevas en el presente. Hacer nuevos amigos, iniciar cursos, aprender algo distinto. Todo ello es positivo. Los pequeños cambios cotidianos son nuevos estímulos para la mente, de ese modo logramos apartarla del foco de obsesión y preocupación.

5. Sal de tu universo obsesivo y expresa lo que sientes

Salir de tu mente para sumergirte en tu vida. ¿Cómo se consigue algo así? Hay puentes que conectan un escenario y otro que pueden ser realmente catárticos. El arte en todas sus formas y dimensiones resulta un mecanismo idóneo para evitar que una preocupación se convierta en obsesión. Pintar, dibujar, esculpir, tejer, coser, componer, escribir, terapia.  Hay múltiples posibilidades capaces de apoyarnos a apaciguar la mente, a permitir que vaya más allá de su laberinto de preocupación para apreciar la vida. Cada persona debe encontrar su medio, su lienzo personal.

No nos olvidemos tampoco de compartir tiempo con personas que sepan escuchar. Hablar de lo que nos ocupa y dejar fuera lo que atenaza dentro, también es necesario y saludable.  Deja de vivir en aislado en soledad mental donde sólo crece la angustia y conecta con lo que te rodea de manera activa y comenzar a confiar.

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