La revolución haitiana no comenzó con el
levantamiento de esclavos en agosto de 1791, sino con la rebelión del mulato
Vincent Ogé, ocurrida un año antes. Desatada bajo los primeros compases de la
revolución francesa, que estremecieron la colonia de Saint Domingue desde 1789,
la revuelta fracasó y su jefe fue ejecutado, mediante el terrible suplicio de
la rueda, en la plaza central de Cap Français, el 7 de febrero de 1791, hace
ahora 270 años.
Bajo los efectos de la revolución francesa, que
abrió una verdadera Caja de Pandora
en esta envidiada posesión de Francia en el Caribe, se formaron tres asambleas
coloniales, dominadas por los ricos comerciantes y plantadores blancos de cada
localidad, conocidos como grands blancs,
que pretendían hacerse del control del gobierno local y preservar la trata, la
esclavitud y todos sus privilegios. De estos foros quedó excluida la gente de color, como llamaban a los
mulatos y negros libres, dueños de un tercio de todas las riquezas de Saint
Domingue.
Uno de ellos era Vincent Ogé, hijo de un acaudalado
plantador francés de café y una mulata criolla. Nacido en Le Dondon, en la
parte norte de Saint Domingue y educado en Burdeos (Francia). Ogé se hizo cargo
de las actividades comerciales familiares en Cap Français, la ciudad más
importante de toda la colonia, conocida como el París de las Antillas. Por
cuestiones de negocios, se encontraba en Francia cuando estalló la revolución
en 1789. Junto con Julien Raimond, otro joven plantador mulato, y Etienne
Dejoly, abogado francés, se incorporó a las actividades de la Sociedad de
Amigos de los Negros, constituida en París en 1788, contraria a la discriminación
racial. Gracias a su proselitismo, la Asamblea Nacional de Francia dispuso, el
8 de marzo de 1790, que todos los propietarios, independientemente del color de
su piel, debían ser reconocidos como “ciudadanos
activos”.
Armado con este decreto revolucionario, que les
otorgaba derechos similares a los que disfrutaban los treinta mil blancos de la
colonia–igualdad civil y derecho de sufragio, sin tocar la esclavitud-, Ogé
regresó a Saint Domingue el 23 de octubre de ese mismo año, decidido a defender
su participación en las asambleas coloniales recién constituidas en la isla. Ante
la negativa de las autoridades coloniales, encabezadas por el nuevo gobernador
francés M. de Blanchelande, Ogé
escribió a los diputados reunidos en Cap Français: “Un prejuicio, mantenido durante demasiado tiempo, está a punto de caer.
Les pido que promulguen en toda la colonia las instrucciones de la Asamblea
Nacional del 8 de marzo, que otorga sin distinción, a todos los ciudadanos
libres, el derecho de admisión a todos los cargos y funciones. No llamaré a las
plantaciones para que se levanten; ese medio sería indigno de mi…no incluí en
mis reclamos la condición de los negros que viven en servidumbre…¡No, no,
señores! Sólo hemos presentado un reclamo en nombre de una clase de hombres
libres que, durante dos siglos, han estado bajo el yugo de la opresión.”
Perseguido por órdenes de
la propia asamblea, a Ogé no le quedó otra alternativa que levantarse en armas
en octubre de 1790, en los alrededores de Cap Français, con unos doscientos
hombres de su misma condición, entre ellos Jean Baptiste Chavannes, quien había
combatido en la guerra de independencia de las trece colonias inglesas de
Norteamérica. La negativa a incorporar esclavos los condujo al fracaso,
obligándolos a refugiarse en la parte española de la isla, cuyas autoridades
los capturaron en Hinche y entregaron a los franceses. Ejecutado el 7 de
febrero de 1791, muchos de sus seguidores recibieron también crueles castigos,
aunque a principios del año siguiente otros levantamientos mulatos sacudieron
los departamentos del Oeste y el Sur, encabezados respectivamente por Pierre
Pinchinat y Louis Jacques Bauvais.
Ahora los mulatos exigían
la aplicación del decreto del 15 de mayo de 1791 de la convención francesa que,
en reacción a la ejecución de Ogé, había establecido claramente la igualdad
política de los mulatos y negros hijos de padres libres. El nuevo
levantamiento armado de la gente de color,
que contó con la colaboración
del mulato André Rigaud y el liberto negro Henri Christophe, no tardó en hacer
causa común con los representantes de la revolución francesa en la isla, enfrentados
a los grands
blancs, defensores del antiguo régimen. Todos estos movimientos protagonizados por la gente de color, como la propia rebelión
de Ogé, eran sólo el preludio de la gran sublevación de esclavos que en agosto
de ese año cambiaría para siempre el destino de Saint Dominque.