Creemos que el apodo de Miguel Ángel, lo dice todo. Posiblemente le fue puesto
por alguno de sus abuelitos o por sus padres cuando vivían en la cercana población
de Calotmul de donde es originario. Jetz’abá -aquiétate o cálmate– como
le decían, le vino como anillo al dedo por su carácter y personalidad siempre
inquieta, hasta el fin de sus días. Jetz’abá
salió de su pueblo, al escuchar que detrás de la entonces villa de Tizimín
había un lugar dedicado a la explotación de las selvas por parte de una empresa
maderera. Es así como llegó al Campamento
La Sierra, donde entró a trabajar en el nuevo y moderno aserradero que se
había trasladado de dicho campamento a un lugar ubicado entre la Sierra y la
Colonia Yucatán. Al llegar a ese lugar, en su calidad de soltero se alojó por mucho tiempo en los galerones que para tal habían dispuesto
los directivos de las madereras con el fin de estar al tanto de la conducta de hombres
recién llegados a esa población.
En el aserradero trabajó durante
algunos años en compañía de quien con el paso del tiempo se convertiría en su suegro,
el señor Luis Betancourt originario de Chiquilá, pequeño puerto en el vecino
estado de Quintana Roo. En el aserradero era el encargado junto con su amigo
“Malafacha” García de colocar en las máquinas de aserrar los árboles que
provenían de los “tumbos” en grandes camiones. Poco más tarde fue
contratado en las fábricas de la Colonia Yucatán y es en esa época cuando empieza
a demostrar sus inquietudes juveniles, ya entonces casado con la señora María
Elvia Betancourt Sansores.
Su primer interés como complemento a su trabajo como obrero, consistió en ingresar como uno de los cantantes solistas de la Orquesta MEDVAL en la Colonia Yucatán, donde se distinguió por su amplia participación y deseos de ganarse un lugar, cuestión que logra, ya que además tocaba con destreza la armónica. Posteriormente junto con sus amigos Manuel Chimal, Mario Tello, Beto Tello, Miguel Ruiz, “Quico” Pineda, y un poblador de Kantunilkin de apellido Tah, forman el grupo musical Los Electos de Colonia Yucatán, interpretando música tropical, baladas, cumbias y canciones románticas de la época. Constituyéndose de esta manera en el primer grupo musical formado por trabajadores en activo de hijos de obreros y empleados. Los ensayos del grupo musical se realizaban por las noches después del trabajo en la casa de Manuel Chimal, quien vivía en la calle Selva Sur. Poco tiempo después junto con Pedro Arias y Leonel Ceballos forman el trío “Colonia Yucatán” para llevar serenatas a las muchachas y cumpleañeras, así como tomar parte en las celebraciones religiosas.
Al declinar el trabajo en las fábricas madereras Jetz’abá, se
traslada con su familia a la ciudad de Tizimín, donde participa como animador y
cantante de las Orquestas Gameba y Del Recuerdo, a cargo de los señores Antonio
Martínez y José Tamayo respectivamente. Siguiendo su pasión por el arte, no
dejando de incursionar en ningún género musical, participa como cantante en
diversos concursos populares, ganándose con ello el nombre del Rey del Bolero Ranchero.
En el deporte, se le recuerda como segunda base diligente de los equipos de
béisbol Cardenales de la Sierra y un
corto tiempo con Maderera del Trópico.
Por otra parte, los sábados por la tarde era común verlo atendiendo su
puesto de cochinita pibil a las puertas del Casino, esperando el paso de
obreros y empleados después del cobro semanal. Éste era un negocio en la que
participaba toda su familia, desde la “matanza”
de dos o tres cerdos por las noches, labor a cargo de su suegro, la elaboración
y molienda de los “recados” que
hacían sus hijos Delmy, Julio Jazmín y Miguel, así como el corte y preparación
de la gran cantidad de cebolla para acompañar este extraordinario guiso
yucateco a cargo de su esposa María Elvia.
Jetz’abá falleció en el año 2016 en la
ciudad de Tizimín, a la edad de 72 años a causa de una repentina enfermedad. Se le recuerda como un buen hombre que nunca
tuvo problema con los demás, respetuoso de la disciplina y el orden. Como un
homenaje para él, su hijo Julio César integró la agrupación musical “Los Electos de la Cumbia” quienes
amenizan de forma profesional diversas festividades
en esa región oriental.
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A veces nos preguntamos sobre las personas que durante el auge de las
empresas madereras del oriente de Yucatán vimos deambular todos o casi todos
los días en nuestro andar por las calles de esos hermosos pueblitos. Nos
preguntamos: ¿Qué habrá sido de ellos? ¿A dónde habrán partido después del
abrupto cierre de las fábricas?, ¿Qué habrá sido de ellos y de sus hijos? El
caso que nos atañe en esta ocasión pinta de cuerpo entero las preguntas que en
antecedentes hemos señalado. Quizás porque muchos de ellos fueron ciudadanos
ejemplares que dieron su vida al servicio de sus comunidades, y por ende nunca
se conocieron malas conductas ni dentro ni fuera de sus hogares. Un buen amigo,
el Ing. Roberto Mac Swiney, decía que las coincidencias no existen y estoy de
acuerdo con él, simplemente hay que buscarlas y en ese sentido las Redes
Sociales guardan un papel preponderante para hacernos más fácil muchos
trabajos. Así es como busqué y encontré a un pariente cercano de don Antonio
Ramón Marceleño, más conocido como el sargento
Marceleño, en la persona de su hija Silvia quien vive en la bella Valladolid.
Después de las presentaciones de rigor vía telefónica, Silvia nos narró que
su papá nació en el puerto de Progreso en 1926 y que su abuelo era de Tabasco,
de ahí que el apellido Ramón sea común en ese estado y muy raro en el nuestro. Antonio,
entra muy joven en la milicia donde hace su carrera, misma que lo lleva en la década de los 50 al
Campamento La Sierra como integrante de una partida militar del entonces 30
Batallón de Infantería con sede en la ciudad de Mérida. Estando en servicio en
ese lugar, lleva a vivir a su esposa María Dolores Valenzuela y a sus hijos
Antonio y Silvia. César, el más pequeño, nacería en La Sierra. Al cumplir 30
años de servir a la Nación tramitó su pensión ante la Secretaría de la Defensa
Nacional y es cuando es invitado por las empresas madereras para apoyar en
algunos aspectos de vigilancia y orden que se requerían debido al crecimiento
de esos poblados y a la cantidad de gente que llegaba de todos lados, siendo
nombrado al poco tiempo Comisario Municipal de la Colonia Yucatán, cuando en
esa época no había elecciones por tratarse de un área concesionada. Este
encargo lo desempeñó durante cerca de 10 años con el apoyo de su entrañable
amigo el Policía Judicial Felipe “Pancho
López” Leal. Ellos dos eran el “terror”
de los niños que hacían putz escuela o andaban descalzos en las calles.
Otra de las funciones del sargento “Marceleño”
era proporcionar instrucción militar para aquellos jóvenes que alcanzaban la
mayoría de edad, evitando con esto el traslado a Tizimín y los consiguientes
gastos que representaba.
Pero nada es eterno y con el dolor de su alma, en 1977, dos años después de
cerrar las fábricas el sargento Marceleño
dejó con su familia la casa donde vivió muchos años ubicada en la calle que
conduce al poblado de Kantunil, Quintana Roo. Silvia evoca con nostalgia, a sus vecinos los
García, los Berzunza, el precioso parque de La Sierra con su escalera, la cascada,
las enredaderas, y lámparas, el gran jardín donde jugaba a su corta edad con “Tina” Tec, “Feli” Canto, las Bates, Ofelia y Tere Martin Rememora las bachatas de los cumpleaños con
música de discos de acetato y a jóvenes como “Rach” Martin, Mario Villafaña, Antonio Rebolledo, Manuel Núñez,
entre otros. Nos dice: “Ya sólo regreso
con motivo de alguna festividad religiosa, sintiendo la pena de ver todo
cambiado lamentablemente.” El sargento
Marceleño, al quitarse de La Sierra, se avecinda en Mérida en una casa ubicada
por el rumbo de la Iglesia de Lourdes, tiempo en el que se vuelve un gran seguidor
y fanático de los Leones de Yucatán a los que vio coronarse campeón. En las gradas del campo de béisbol Kukulcán
era común verlo con su pequeño radio de baterías de onda corta y larga pegado
al odio, y cuando le preguntaban por qué lo usaba si lo estaba viendo en vivo, señalaba
“es
una gran costumbre porque donde esté escucho los juegos de los Leones y porque acá explican mejor las jugadas y le meten más
emoción “. El sargento también
fue un gran porrista de su inolvidable equipo Cardenales de La Sierra.
Después de un buen tiempo de radicar
en Mérida, algunos problemas de salud ante el fallecimiento de su compañera de
vida, hace que se traslade a vivir a la ciudad de Valladolid para estar bajo el
cuidado de su hija Silvia, donde fallece en diciembre del 2004. Un hombre
ejemplar sin vicios, de férreo pero agradable carácter y gran platicador que
dejó parte de su vida en el oriente de Yucatán.
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Una larga entrevista telefónica a la profesora Addy Díaz Sánchez, debido a las restricciones
que ha impuesto la pandemia del Covid 19, nos permite atisbar la importancia que representó la práctica del deporte en la
Colonia Yucatán como una forma de vida entre los habitantes de ese hermoso
poblado. De hecho era difícil concebir la actividad social ese pueblo maderero
sin asistir a la práctica de algún deporte a modo de competencia a través de
los campeonatos que inicialmente convocaba el Comité Social y Deportivo y que
posteriormente entusiastas personas de la localidad se encargaron de tomar la
estafeta de la organización con fines de recreación.
Durante las décadas de los años 50 y 60 era común y satisfactorio observar
cómo se organizaban los campeonatos de boliche, softbol, volibol en sus ramas
varonil y femenil y el campeonato regional de béisbol, a cargo de la empresa
maderera con la participación de equipos donde ésta tenia injerencia como lo
fueron diversos poblados del estado de Quintana Roo entre ellos: Kantunilkin,
Solferino y Chiquilá, colindantes y cercanos al centro maderero.
Nos cuentan de reuniones de trabajo tanto en la Casa Principal como en la escuela
primaria y en la Nevería del Casino, donde asistían Jaime Contreras, el “ Chango” Serrato, Luis Ricalde, Eusebio Díaz, Ramón
Vidal y Emilio Zamudio, entre otros, con
el fin de organizar el campeonato siguiente. No había finalizado
uno cuando ya se estaba pensando en el siguiente.
A manera de entretenimiento se organizaban las siguientes actividades recreativas,
según palabras de la profesora Addy
Díaz: los lunes eran de volibol, los
martes de audición con la Orquesta Medval, los miércoles, transmisión de
películas de corte americano en el cinema
Trópico, los jueves se realizaban funciones de box, y los el viernes de
nuevo el campeonato de voleibol en la cancha principal. Estas eran las
actividades que se desarrollaban por las noches, al mismo tiempo que los
campeonatos de Boliches en el Casino.
Con el fin de fomentar el deporte se construyó a las puertas de la fábricas
un campo deportivo para la práctica del softbol, mismo que se llevaba a cabo
inicialmente durante las tardes y posteriormente, cuando ya se contó con luz
artificial mediante grandes luminarias, los juegos se practicaban por las
noches, contando entonces con la participación de algunos equipos de mujeres.
Por otra parte, la cancha principal ha sido desde siempre un lugar icónico
de la Colonia Yucatán cuyas pequeñas gradas se distinguen enfrente de la
Iglesia, en el gran parque ubicado al centro de la población. En este lugar se
recuerda la realización de emotivos encuentros deportivos entre equipos locales y
de La Sierra, tanto de volibol femenil y varonil, como de basquetbol varonil, contando con importantes visitas a manera de intercambio
de competencias entre equipos de la región como lo fueron equipos de
Valladolid, Tizimín y Espita.
También se guardan recuerdos gratos del campo deportivo donde se practica el béisbol y el futbol. Ese
campo deportivo ha sido escenario de juegos legendarios como aquel que en la
década de los 60 escenificaran los equipos representativos de Tizimín y la
Colonia Yucatán en la llamada Liga Oriental de Béisbol, cuando en un juego del
rol regular, se enfrascaron en un duelo de picheo los grandes peloteros Armando
Díaz, espiteño de origen y Arnaldo “Fantasma”
Rosado. El resultado final, después de 17 entradas, favoreció al equipo de
Tizimín. De este gran juego hablaremos con amplitud en otra oportunidad, así
como de las diferentes disciplinas deportivas señaladas en este artículo.
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Don Ramón Vidal nació en el poblado de Temozón en el año de 1921, de donde
se traslada siendo un niño a la ciudad de Valladolid, y donde muchos años más tarde contrajo nupcias y
procreó a sus primeros hijos. Enterado de las oportunidades de empleo que se
existían en el Campamento La Sierra y en la Colonia Yucatán, debido al
vertiginoso desarrollo de las industrias madereras, se traslada con su familia
y pronto consigue un empleo derivado de la necesidad de enlazar a estas dos
cercanas poblaciones. Se le presenta así la oportunidad de prestar el servicio
semiurbano de transporte a través de un camión de pasajeros que adquirió en su
natal Valladolid.
Era evidente la necesidad del continuo traslado de pasajeros de un poblado
a otro, pues a diario realizaba sus primeros llevando a los trabajadores que
acudían a las fábricas. Un poco después
don Ramón atendía a los niños que estudiaban en la escuela primaria Manuel
Alcalá Martín y posteriormente a las amas de casa que acudían a realizar sus
compras a la Colonia Yucatán. Los viajes de retorno, hasta el último viaje que
hacía cerca de las 10 de la noche, eran un verdadero trajín. Los sábados y domingos eran un tanto diferentes, pues eran días de
ir al cine y había que esperar el término de la función para efectuar el último
viaje. Cuenta su hija la maestra “Loli” Vidal, que
gracias a su papá los niños de la Sierra
siempre recibían buenas calificaciones por su puntualidad. Y agrega lo
siguiente:“ Todos los lunes, día de los honores a la Bandera, mi papá
después de bajar al último niño, se quedabaal pie del camión , para dar
seguimiento a la ceremonia que se hacía en la explanada ubicada al frente de la
escuela y ante el público. Ahí estaba él honrando a nuestro Lábaro Patrio y
entonando desde afuera de la escuela nuestro Himno Nacional”
Loli también se refiere a una anécdota que ocurrió cuando en cierta ocasión su hermanito “Moncho,” -por cierto el único varón de la familia, pues los demás fueron 5 eran mujeres- no logra alcanzar el camión urbano lleno de niños en su rutina diaria. “Moncho” se había atrasado tal vez en su arreglo personal o concluyendo alguna tarea importante y por más que corrió detrás del camión, este no le hizo parada. Ese mismo día, al retornar a su casa le reclamó a su papá que porqué lo había dejado, si era hijo del chofer y dueño del camión, a lo que don Ramón respondió: “precisamente porque eres mi hijo, deberías dar ejemplo de puntualidad. Yo estoy en este caso para servir por parejo a todos. Así que ya sabes que la siguiente vez será igual.” ¡Nunca más volvió a ocurrir ¡
Don Ramón Vidal, en su querida Sierra donde residió muchos años, se destacó
por la promoción del deporte entre las mujeres. Es así como bajo su patrocinio
logró formar un aguerrido equipo de softbol y otro de volibol que tuvieron
destacada participación en los campeonatos de la Colonia Yucatán. También se
distinguió como un digno porrista a favor del equipo Cardenales de La Sierra.
Eran épicos los encontronazos amigables con otro porrista, pero de Maderera del
Trópico, equipo que representaba a la Colonia Yucatan en voz y pasión de
don “Pancho”
González.
Como premio y reconocimiento a esta labor la entonces Fundación Amigos de
Colonia Yucatán (FACY) le hizo un merecido reconocimiento durante una kermés
realizada en la ciudad de Mérida en el 2016. Este reconocimiento fue para motivo de orgullo
e iniciación de incontables conversaciones con sus nietos y bisnietos que
siempre le preguntaban al “abuelito
consentido” sobre su trabajo en esos pueblos de oriente.
Don Ramón
Vidal falleció en la ciudad de Mérida el pasado martes 5 de enero a la edad de
92 años, acompañado de su esposa Marlene Rivero y de sus hijos Loli, Ramón,
Conchi, Susi, Marita y Enita.
Asociación
de Cronistas e Historiadores de Yucatán A.C.