La
presencia de Italia en Cuba comenzó justo con el primer viaje al continente
americano de Cristoforo Colombo, natural de Génova. A lo largo de más de cinco
siglos, varios miles de italianos visitaron o se establecieron en la mayor de
las Antillas, aunque esa emigración nunca alcanzó la magnitud de Argentina u
otros países de América Latina.
El imponente
Castillo del Morro, la construcción que identifica a La Habana, fue diseñado,
junto con otras fortalezas coloniales, por el ingeniero militar de Gatteo
(Romagna) Juan Bautista Antonelli. Desde principios del siglo XIX, decenas de
artistas del territorio de la actual Italia se radicaron en Cuba, contratados
para embellecer iglesias, plazas y edificios, de lo
que dan fe las esculturas de Giuseppe
Gaggini y Ugo Luis, inauguradas entre 1836 y 1838, así como el majestuoso Teatro
Sauto de Matanzas (1863), construido por Daniel
Dall’ Aglio. Por esa época, también laboró en La Habana Antonio Meucci, el
verdadero inventor del teléfono, mientras Giuseppe Garibaldi pasaba de
incógnito por la isla. Náufragos italianos fundaron en 1605, en el deshabitado
extremo occidental de Cuba, la villa de Mantua, en alusión a Mantova (Lombardía),
consagrada a la romana Virgen de las Nieves, convertida
después en patrona de los tabaqueros de Vuelta Abajo, lo que explica la
abundancia de los apellidos Ferrari, Zaballo, Pesana, Fiallo, Pittaluga y
muchos otros en esa región.
Durante
las guerras por la independencia, varios italianos se incorporaron al Ejército
Libertador, como hizo constar el sabio cubano Fernando Ortiz, quien se carteaba
con Cesare Lombroso, en su libro Los
mambises italianos (1909). Uno de los más connotados fue el estudiante
napolitano Oreste Ferrara, que sirvió bajo las órdenes de Máximo Gómez y
alcanzó el grado de coronel, tal como él mismo cuenta en Una mirada sobre tres siglos. Memoria (1975), escrita en Roma,
donde falleció. En las primeras décadas del siglo XX, Ferrara se distinguió en
Cuba como abogado, periodista, historiador, político y diplomático, aunque por
sus servicios a las dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista debió
exiliarse varias veces. Por esa razón, no pudo disfrutar mucho tiempo de su lujoso
palacete Dolce Dimora, de estilo
renacentista florentino, ubicado a un costado de la Universidad de La Habana.
La
tradición de contratar artistas italianos continuó en el siglo XX para erigir
obras, al estilo de la colosal estatua bajo techo del Capitolio Nacional de
Angelo Zanelli o monumentos a héroes nacionales, como el de Antonio Maceo
realizado por Domenico Boni. También operarios de Potenza, entre otros los
hermanos Garofalo y los Amalfi, trabajaron en los veinte en las minas de
Matahambre (Pinar del Rio), al igual que en 1858 lo habían hecho sus
compatriotas de Livorno en las del cobre del oriente cubano. Fue precisamente
en 1920, cuando el famoso cantante Enrico Caruso dio sus memorables recitales
en la isla.
El primer
intento de Benito Mussolini de hacer propaganda en Cuba–después llegó a
financiar radios y periódicos-, fue con la visita del barco Italia (1924), que provocó la protesta pública
de Julio Antonio Mella, quien después en México, junto a su compañera Tina
Modotti, continuaría denunciado sus crímenes. Durante
la Segunda Guerra Mundial, nueve italianos, en su mayoría comerciantes y
profesionales, fueron apresados por simpatizar con el fascismo. El empresario Amadeo Barletta, que había
huido a Argentina para evitar ser encarcelado, tras regresar a Cuba en 1946 se
convirtió, además de cónsul honorario de Italia, en dueño de un poderoso banco, del periódico El Mundo, de un importante canal de televisión
y representante de la General Motors, en un moderno edificio de su propiedad en
la céntrica Rampa de El Vedado.
Con
la Revolución, la presencia italiana en Cuba ha seguido siendo muy notable, desde
la incorporación del partisano italiano Gino Doné Paró a la expedición del Granma, hasta los aportes del cineasta
Cesare Zavatini al nuevo cine cubano o el trazo maestro de los arquitectos
italianos Vitorio Garatti y Roberto Gottardi en la singular construcción de la
Universidad de las Artes, única en su tipo.
Muestra actual
de esa intensa relación histórica tejida entre Cuba e Italia es la realización
periódica de una semana de la cultura italiana en La Habana y los concurridos
cursos de la Sociedad Dante Alighieri, cuya sede cubana fue inaugurada en 1994 por
el desaparecido Eusebio Leal. Para indagar en estas seculares tradiciones
comunes, un grupo de historiadores de las universidades de La Habana y Turín,
encabezados por la doctora Laura Gaffuri, se han empeñado en un ambicioso proyecto
conjunto para buscar otras facetas y perspectivas de la rica historia
compartida entre nuestros dos pueblos.