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Madre América: Venezuela

Federico Brito Figueroa, precursor de la historiografía marxista venezolana

Sergio Guerra Vilaboy

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Vi por última vez al destacado historiador venezolano Federico Brito Figueroa (1921-2000) en su apartamento, situado en un alto edificio de Caracas, un año antes de su muerte, en abril de 1999. Pasé a saludarle acompañado por Carlos Oliva, entonces al frente de la inexplicablemente desaparecida Asociación por la Unidad de Nuestra América (AUNA), y guiado por mi entrañable amigo Arístides Medina Rubio, quien dirigía el Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela. Brito acababa de ser nombrado por el presidente Hugo Chávez Rector de la Universidad José María Vargas y fuimos a felicitarlo. Recuerdo que hicimos un aparte, pues deseaba mandarle un mensaje privado al entonces embajador cubano Germán Sánchez, que trasmití en persona al día siguiente.

Hacía algo más de veinte años que conocía a Federico Brito, desde que viajó a La Habana como jurado del Premio Casa de Las Américas –que había obtenido en 1967 con su clásico Venezuela siglo XX- y desde entonces nos encontrábamos ocasionalmente en La Habana o Caracas. En 1983, me invitó, junto con Manuel Galich, a dar una conferencia en la Universidad Santa María de Caracas, donde ocupaba la dirección de posgrado.  

Había nacido el 2 de noviembre de 1921 y con apenas 17 años de edad, se incorporó al Partido Comunista de Venezuela y fue organizador del movimiento campesino en su estado natal de Aragua, hasta que pasó entre 1945 y 1949 a estudiar en el Instituto Pedagógico Nacional, donde se graduó de profesor de historia y geografía. De 1950 a 1952 estuvo confinado al Estado Yaracuy por sus actividades políticas. 

En San Felipe ejerció la docencia y realizó una investigación que más tarde publicaría con el título de Visión geográfica, económica y humana del Estado Yaracuy (1951).  Esta obra, junto a sus textos La liberación de los esclavos en Venezuela (1949); Miranda, pasión de la libertad americana (1950); Ezequiel Zamora: Un capítulo de la historia nacional (1951); Humboldt y la estructura social de Nueva España (México, 1956); Panamá 1826-1956: Bolívar contra el colonialismo y el imperialismo (México, 1956) y El marxismo y la antropología (México, 1957), lo inscriben entre los pioneros de la historiografía marxista en Venezuela y América Latina. 

México significó mucho en su formación intelectual. Aquí se graduó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de etnólogo y maestro en Ciencias Antropológicas con la tesis Desarrollo económico y proceso demográfico en Venezuela (1958), que luego ampliaría en su conocida Historia económica y social de Venezuela (1966), obra concebida en cuatro enjundiosos volúmenes. En la propia tierra mexicana entro en contacto directo con representantes de la escuela de los Annales, como el francés François Chevalier, y desde entonces se interesó por nuevos temas de la historia económica y social.

En la Universidad Central de Venezuela, tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, obtuvo los títulos de Licenciado en Historia (1960) y en Antropología (1961), rama en la que obtendría casi enseguida su doctorado (1962). En esta segunda etapa de su labor académica impulsó los estudios sobre la formación de la propiedad territorial venezolana y dio a conocer La estructura económica de Venezuela colonial y nuevos tomos de su ya clásica Historia económica y social de Venezuela.  A lo largo de su fructífera existencia fue autor de unos setenta libros y folletos, que constituyen una significativa contribución a la comprensión de la historia venezolana en el contexto latinoamericano y mundial. Junto con Miguel Acosta Saignes, Brito es considerado uno de los fundadores de la historiografía marxista venezolana.

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Juan “Bisonte” Gómez, el detestado dictador venezolano

Sergio Guerra Vilaboy

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Fue el escritor Rufino Blanco Fombona quien puso al dictador venezolano el mote de Juan Bisonte Gómez, como hizo el poeta comunista cubano Rubén Martínez Villena con su homólogo cubano Gerardo Machado, al que calificó de Asno con garras. La tiranía del general Juan Vicente Gómez Chacón (1858-1935), se extendió en Venezuela por casi tres décadas, favorecida por el boom petrolero. Se encaramó en el poder en 1908 después de traicionar a su viejo compañero de armas y compadre, general Cipriano Castro, líder de la llamada revolución liberal restauradora, quien como presidente resistió las intervenciones europeas y las presiones de Estados Unidos, como hemos narrado en otra nota de Madre América.

El papel de Gómez había sido clave para consolidar el triunfo del movimiento de Castro con su oportuna victoria militar en Ciudad Bolívar en 1903. Nombrado vicepresidente, aprovechó un viaje del mandatario a Europa para desalojarlo del poder con la complicidad de las elites criollas aliadas y de las potencias europeas y Estados Unidos, interesadas en el petróleo venezolano. Para satisfacer a Washington, en 1909 se firmaron los protocolos Buchanan-Gómez, que aceptaban todas las exigencias norteamericanas, rechazadas por el gobierno anterior. 

Durante su primer mandato, Gómez, favorecido por la recuperación de los tradicionales productos de exportación (café, cacao y carnes), pudo liquidar a los díscolos caudillos regionales, que desafiaban la autoridad central. A su fortaleza también contribuyó la creación de un selecto grupo armado, denominado La Sagrada, formado con sus hombres del Táchira, y la modernización del ejército, que controlaba desde su campamento en Maracay, convertido en una verdadera ciudad militar. 

Al aproximarse el fin de su primer periodo, Gómez prorrogó su mandato, lo que desencadenó las primeras protestas estudiantiles, neutralizadas con la clausura de la Universidad Central de Caracas en 1919, mientras florecían levantamientos armados y conspiraciones en su contra. Dos años más tarde, los artesanos, obreros y trabajadores tranviarios de la capital, respaldados por los universitarios, se lanzaron a las calles, lo que condujo al cierre de la principal casa de estudios hasta 1925. Algunos de los líderes estudiantiles, como Eduardo y Gustavo Machado, Salvador de la Plaza y Francisco de Paula Laguado Jaimes, encontraron refugio en Cuba-donde fundaron con Julio Antonio Mella la revista Venezuela Libre-y en México. En la isla antillana sufrieron la persecución de la dictadura de Machado–cuyos esbirros echaron a Laguado Jaimes a los tiburones-, mientras que en México tuvieron la ayuda del presidente Álvaro Obregón, por lo que Gómez rompió sus relaciones diplomáticas con este país. Fue precisamente en tierra mexicana donde se fundó en 1926 el Partido Revolucionario Venezolano (PRV), embrión del Partido Comunista Venezolano.

Reabierta la Universidad Central de Caracas, la recién fundada Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), presidida por Raúl Leoni, organizó nuevas protestas contra la dictadura gomecista que llevaron a la cárcel a sus principales figuras, entre ellas Jóvito Villalba, Pío Tamayo, Antonio Arráiz, Rómulo Betancourt, Guillermo Prince Lara, Andrés Eloy Blanco y Juan Oropeza, integrantes de la llamada “generación de 1928”. El respaldo de la población al movimiento universitario y a las manifestaciones contestarías significaron el desafío más serio a la dictadura gomecista, sumado al año siguiente al desembarco por las costas de Cumaná de la expedición del crucero Falke, en la que murió el general Román Delgado Chalbaud, uno de los más tenaces opositores del régimen. El 17 de diciembre de 1930, en el centenario de la desaparición física de Simón Bolívar, se efectuó en Caracas una gran protesta popular contra la dictadura que fue disuelta a tiros, con el saldo de varios muertos y heridos.

Pero ninguno de estos movimientos revolucionarios logró derribar a la dictadura, beneficiada con la conversión de Venezuela en el segundo productor mundial de petróleo–sólo superado por los Estados Unidos- y el primer exportador. El 17 de diciembre de 1935 Juan Vicente Gómez falleció de una enfermedad de la próstata. Se estima que su fortuna superaba los cuarenta millones de dólares, aunque todos sus bienes serían confiscados al año siguiente por decisión del congreso de la República, que las traspasó al patrimonio nacional.

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El 23 de enero de 1958 en Venezuela

Sergio Guerra Vilaboy

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El 23 de enero de 1958 cayó en Venezuela la tiranía de Marcos Pérez Jiménez, una de las aborrecidas dictaduras latinoamericanas aupadas en los años cincuenta por Estados Unidos, en el contexto de la “guerra fría”, y que el escritor dominicano Juan Bosch incluyera en su libro, Poker de espanto en el Caribe, junto a las de Trujillo, Somoza y Batista.

El ascenso de este militar venezolano comenzó cuando se involucró en 1944 en la conspiración cívico-militar contra el gobierno de Isaías Medina Angarita, quien había realizado una apertura política y dictado leyes progresistas sobre hidrocarburos y tierras, que le provocaron la hostilidad estadounidense y de la elite criolla. Derrocado Medina Angarita en 1945, el Mayor Pérez Jiménez estuvo en la Junta Militar que le sucedió en el poder y de 1948 a 1952 se encargó del Ministerio de Defensa.  En el ínterin, fue uno de los protagonistas del golpe de estado de noviembre de 1948 contra el presidente Rómulo Gallegos e integró otra vez una Junta Militar, ahora presidida por el Coronel Carlos Delgado Chalbaud, que abrió una década de regímenes castrenses caracterizados por la represión, el fraude y la corrupción.

El extraño asesinato, el 13 de noviembre de 1950, de Delgado Chalbaud, eliminó el último obstáculo que separaba a Pérez Jiménez del control total del país. Dos años después, se declaró triunfador en unos amañados comicios presidenciales que obligó a los opositores a exiliarse. El 19 abril de 1953 una Asamblea Constituyente lo juramentó como primer mandatario de la República de Venezuela, pues la nueva carta magna centralista había eliminado el nombre de Estados Unidos de Venezuela, que llevaba desde 1864, cuando se estableció el régimen federal.

La dictadura de Pérez Jiménez se benefició del extraordinario aumento de los ingresos como resultado del boom petrolero, duplicados entre 1953 y 1957, cuando llegó a representar el 71% del ingreso nacional. Estos enormes recursos fueron destinadas a fortalecer el aparato militar, así como al desarrollo de la infraestructura y obras sociales, como parte del proclamado Nuevo Ideal Nacional, dirigido a modernizar el país con edificaciones monumentales y modernas autopistas.

A pesar del espectacular auge económico y constructivo, se agudizaron las diferencias sociales y la pobreza de la mayoría de la población –incrementada por la entrada masiva de inmigrantes y la proletarización del campesinado-, lo que unido a la despiadada persecución a la oposición alentó el descontento, sobre todo después que Pérez Jiménez, ascendido sucesivamente a General de Brigada (1955) y de División (1957), intentara extender su mandato hasta 1963 mediante el manipulado plebiscito del 15 diciembre de 1957.

A los pocos días, los estudiantes universitarios se lanzaron a las calles en airadas protestas, duramente castigados por los cuerpos policiales, mientras las organizaciones clandestinas vertebraban en contra de la dictadura una Junta Patriótica, que incluía al Parido Comunista. Aunque el inesperado alzamiento liderado por el Coronel Hugo Trejo en Maracay fracasó el 1 de enero de 1958, el apoyo militar al régimen se debilitó. Finalmente, el 21 y 22 de ese mismo mes se produjeron impresionantes manifestaciones populares, procedentes sobre todo de los barrios humildes de los cerros de Caracas, y se declaró una huelga general. En la madrugada del día 23, mientras los militares rebeldes tomaban el Palacio de Miraflores, así como las emisoras de radio y televisión, Pérez Jiménez huía del país en avión con toda su familia.

Un papel especial en estos acontecimientos le cupo al Contraalmirante Wolfgang Larrazábal, a la sazón jefe de la Marina, quien quedó al frente del gobierno provisional, convertido pronto en un carismático líder popular. A ello contribuyó qué, durante su breve mandato, consiguió reducir el desempleo, aumentar sustancialmente los ingresos del Estado, legalizar los partidos disueltos por la dictadura, promover el regreso de los exiliados, intervenir las propiedades de Pérez Jiménez y democratizar el sistema electoral. También Larrazábal sobresalió por su respaldo a los revolucionarios cubanos encabezados por Fidel Castro, facilitando sus campañas públicas en Venezuela e incluso el envío de recursos y armas, como el avión bimotor C-46 que llegó el 8 de diciembre de 1958 a la propia Sierra Maestra. Ello explica que el 23 de enero de 1959, en el primer aniversario de la caída de Pérez Jiménez, Fidel Castro visitara Caracas para agradecer el respaldo venezolano a la Revolución Cubana, ocasión en que recibió un apoteósico recibimiento popular, solo comparable al que se había producido quince días antes en su entrada triunfal en La Habana.

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La rebelión esclava de Venezuela en 1795

Sergio Guerra Vilaboy

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Como referimos en nuestras dos notas anteriores de Madre América, la Revolución Haitiana de 1791 causó un efecto telúrico en el Caribe, provocando por todas partes sublevaciones de esclavos, como fue el caso de la Capitanía General de Venezuela, donde tuvo como epicentro las serranías de Coro y como líderes a José Caridad González y José Leonardo Chirino.

El primero, José Caridad González, era un negro libre procedente del reino del Congo, que gozaba de gran prestigio porque había ganado un litigio de tierras, tenía cierta cultura y dominaba, junto con su lengua africana, el castellano y el francés. Además, era el líder natural de los loangos, antiguos esclavos de esta etnia congolesa, llegados a través de Curazao, y que habían conseguido su libertad. El segundo, José Leonardo Chirino, era en la jerga de la época un zambo, esto es, hijo de una indígena libre con un esclavo al servicio de la familia Chirino. Por su condición de zambo nació libre, pudo contratarse como jornalero y luego, al servicio de un comerciante de Coro, navegar por el Caribe y visitar Saint Domingue, donde conoció la Revolución Haitiana desde sus comienzos.

Impactado por las leyes igualitaristas de Francia de 1790, que beneficiaban a los mulatos y negros libres y, sobre todo, por el gigantesco levantamiento esclavo en Saint Domingue al año siguiente, que obligó a Francia a abolir en 1794 ese abominable régimen de expoliación en todas sus colonias, Chirino se propuso replicar estas conquistas sociales en Venezuela. Con esa finalidad, decidió organizar un levantamiento de esclavos, mulatos y negros libres semejante al de Saint Domingue, contando con el importante apoyo de José Caridad González. Convertidos ambos en líderes principales del incipiente movimiento revolucionario igualitarista venezolano, hicieron del trapiche de la hacienda Macanillas, cerca de Curimagua, el centro de la conspiración. Fue precisamente en este sitio donde estalló la sublevación el 10 de mayo de 1795, encabezada por González y Juan Cristóbal Acosta, que les permitió apoderarse de la cercana hacienda El Socorro, en las serranías de Coro, con el objetivo de imponer “la ley de los franceses”.

Aunque los insurrectos planeaban apoderarse de todas las plantaciones de la región y ocupar la villa de Coro, el saqueo de las primeras haciendas y la alegría por la libertad recién conseguida los llevó a festejar sus primeros triunfos, sin extender y consolidar el movimiento revolucionario. La inacción de los sublevados favoreció a las autoridades coloniales que movilizaron de inmediato tropas bien equipadas con dos cañones. En el desigual enfrentamiento armado murieron unos veinte cinco esclavos, entre ellos sus líderes, y varias decenas quedaron heridos. Los que no lograron escapar de la matanza, fueron apresados y recibieron diversos castigos, incluida la muerte.

José Leonardo Chirino no pudo llegar a tiempo para participar en el combate decisivo. Enterado de lo ocurrido, se internó en la serranía con la intención de reorganizar a sus partidarios y atraerse a la población indígena. Con esa finalidad, estableció contacto con el cacique y los indios de Pecaya, prometiéndoles la eliminación de la demora, esto es, un tributo especial que agobiaba a los aborígenes y que ahora se les exigía en dinero efectivo. Tres meses después, debido a la traición de un antiguo conocido, fue capturado por las autoridades españolas y trasladado a Caracas para ser juzgado por la Real Audiencia.

El 10 de diciembre de 1796 este tribunal lo condenó a la horca, sentencia que se ejecutó en la Plaza Mayor de la capital venezolana. Para desalentar futuras rebeliones, y como escarmiento, la cabeza de Chirino fue exhibida en macabro espectáculo dentro de una jaula de hierro, colocada en el camino hacia los Valles de Aragua y Coro. Como parte de las crueles represalias, sus familiares fueron vendidos como esclavos y dispersados por distintos sitios de la colonia. En 1995, al conmemorarse el bicentenario de estos acontecimientos, el gobierno y el pueblo de Venezuela, rindieron merecido tributo a José Leonardo Chirino, ocasión en que fue develada una placa en el Panteón Nacional, a la memoria de este luchador social, uno de los grandes próceres de Nuestra América.

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