La hija de un bueno
Libertad Menéndez Mena

Publicado
hace 4 añosen

Los avances de Libertad Menéndez Mena como alumna del Instituto Literario de Niñas, admiraron tanto a su directora que cuando egresó de ese plantel, como Profesora de Instrucción Primaria Inferior y Superior, en 1889, no dudó en anunciarle a su padre don Rodolfo Menéndez, que cultivaría”…perfecto servicio instructivo…”
Sin embargo, el talento de Libertad Menéndez, nacida en Valladolid el 25 de agosto de 1875, comenzó a formarse en el seno de su hogar, a través de las lecciones dictadas por su papá en Izamal, hacia donde trasladaron su domicilio y labores docentes sus padres, el profesor Rodolfo Menéndez de la Peña y esposa Flora Mena Osorio, acompañando a su hermano y cuñada, los maestros Antonio Menéndez y Ángela González. En esa ciudad inició su instrucción escolar en Liceo de Niñas, fundado en febrero de 1875 por su tía Ángela González de Menéndez. El mismo año su padre estableció y comenzó a dirigir el Liceo de Niños de Izamal, con el apoyo decisivo de su tío Antonio Menéndez.
Como era de esperarse, la infancia de Libertad fue recatada pero transcurrió rodeada de una atmosfera propicia para la cultura, la ciencia y las artes, pues además del ventajoso ambiente familiar, durante los exámenes finales del Liceo, abiertos al público como acostumbraban hacerse en esa época, destacó por sus inclinaciones hacia la literatura y la gramática, por lo que no hubo velada en la que no tomara parte en obras de teatro o declamado poemas escolares. Pero si conociéramos un poco de la vida patriótica de su padre Rodolfo Menéndez, que arribó a Yucatán procedente de Cuba en 1869, desterrado por su ideario independentista, unos párrafos de José Martí son suficientes para establecer la relación entre esta parte de la biografía del papá, y las razones íntimas que tuvo para darle ese nombre a su hija primogénita: “La libertad ama él con pasión- apuntó Martí– y cuando tuvo una hija, Libertad la llamó, como quien consagra, con lo que tiene de más puro, el anhelo que lo enciende; como quien ruega, con las manos sin mancha, por la patria mísera”.

En tanto Libertad crecía, el independentista Menéndez de la Peña ganaba autoridad como pedagogo, razón por la cual precisó cambiar su residencia a Mérida, a mediados del año de 1881, para contribuir en la organización de la Escuela Normal, inaugurada el 15 de enero de 1882. La precoz Libertad Menéndez con apenas 7 años, fue inscrita como alumna del Instituto Literario de Niñas, dirigido en ese entonces por la profesora Enriqueta Dorchéster. En dicho Instituto, cuya dirección fue restituida a su directora fundadora doña Rita Cetina, en el año de 1886, transcurrieron los siguientes 7 años de vida y formación de Libertad, que desde el mismo año de 1886, comenzó a colaborar con su padre en la edición de la revista La Escuela Primaria, otra de las fuentes donde amplió su formación. Una pluma inspirada en el brillo de esta talentosa jovencita, señaló que “… el estudio era la pasión ardentísima de su alma.”
Con estos antecedentes, en 1889 se graduó de Profesora de Instrucción Primaria Inferior y Superior, contando apenas con 14 años, y como reconocimiento a sus inusitados méritos, fue designada catedrática del Instituto Literario de Niñas. También tuvo discípulas en la enseñanza particular, entre las que destacó Concepción Escobedo y Guzmán.
Al parecer, la ciudad de Mérida estaba admirada por la entrega de Libertad Menéndez a la educación de la niñez, y porque con tan corta edad había “… acumulado un caudal de conocimientos que le permitía juzgar con acertado criterio de las cosas del mundo.” Su prestigio pronto fue reconocido, y el primero de enero de 1892 fue designada directora del Liceo Rudimental de Niñas, en el suburbio de San Cristóbal de Mérida, cargo que le dispensó el presidente del ayuntamiento de Mérida Demetrio Traconis García.
Casi dos años se dedicó con devoción a las niñas de ese barrio, y “ cuando Mérida la amaba, como flor de aquella tierra fina…cuando entre sus discípulas enamoradas regía la blandura…” como apuntó José Martí, quien quizás la tomó entre sus brazos en Mérida cuando tenía dos años, “ se plegó el lirio y murió envuelto en sus hojas.” En efecto, Libertad Menéndez se desplomó vencida por una dolencia desde el 14 de julio, sufrimiento que la mantuvo en cama hasta su impensada muerte, en la flor de sus 19 años, el 9 de octubre de 1894.
Después del funeral y notorias muestras de dolor, don Rodolfo Menéndez de la Peña escribió un mensaje de gratitud a los corazones que habían latido de simpatía por el sufrimiento que lo asediaba, expresando“… una sóla palabra que brota de lo más íntimo de nuestras almas, la expresión inefable de nuestra infinita gratitud ¡GRACIAS¡” Por su parte José Martí, abreviando el dolor que le causó el fallecimiento de la hija de su entrañable compatriota, dedicó una nota luctuosa en el periódico Patria de noviembre 10 de 1894, donde escribió: “ No llore el padre. Los buenos nunca mueren”. Y a renglón seguido hizo saber que una escuela de Mérida llevaba el nombre de Libertad Menéndez, escuela que no era otra que aquel Liceo Rudimental de Niñas, en el suburbio de San Cristóbal que había dirigido.
La fugaz carrera de esta profesora que vio truncada su vida en sus mejores años, me regresan al pensamiento aquellas noches cuando salía de la redacción del periódico Por Esto, y miraba el edificio que lleva su nombre, situado frente al periódico que dirige mi querido amigo Mario Menéndez Rodríguez, descendiente de La hija de un bueno, como acostumbraba llamar a Libertad Menéndez Mena el poeta José Martí.
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