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Bibliografía

Mérida y sus alrededores en 1765

Carlos Bojórquez Urzaiz

Publicado

en

I

Siendo Oficial Mayor de H. Congreso del Estado en 1992, el abogado Luis J. Cárdenas López hizo llegar a mis manos un interesante libro del escritor Roldán Peniche Barrera intitulado: Mérida (1542-1992) Antología. Se trata de un interesante volumen en el que Peniche Barrera reunió una extensa colección de textos históricos y literarios “…seleccionados exclusivamente por su temática meridana…” Y es que el empeño bibliográfico tuvo como motivo la conmemoración de los 450 años de la fundación de la ciudad de Mérida, festejo al que se unió la  LII Legislatura del Estado de Yucatán editando el libro mencionado.

Desde aquel año, un tema recurrente las veces que conversó con Roldan Peniche, quien me honra con su amistad, ha sido los innumerables escritos sobre Mérida que de haber pretendido incluirlos en su Antologíahubiera significado la impresión, no de uno, sino de varios volúmenes antológicos…” como advirtió en prólogo de la obra. Bajo esa premisa, siempre intercambiamos referencias bibliográficas sobre la capital yucateca, sin importar el género literario ni la procedencia del escritor.

En esta oportunidad traigo a cuento una breve descripción de Mérida y sus alrededores, escrita en siglo XVIII por el teniente Cook, un militar inglés que realizó un texto por razones del encargo que le fue ordenado por Sir Burnaby, Vice-Almirante de Jamaica, bajo órdenes de la corona británica, en relación a los cortadores de palo de tinte asentados en Belice, perseguidos por las autoridades coloniales españolas de Yucatán. El teniente Cook viajó a la capital yucateca en 1765, y años más tarde en 1769, publicó en Londres la reseña de dicho recorrido de Belice a Mérida, bajo el título de: Remarks ona Passage from the river Balise, in the bay oh Honduras, to Mérida, the capital of the Province of  Jucantan, in the Spanish West Indies.  Este interesante y escaso folleto, cuya edición inglesa constó de 50 ejemplares, pasó a manos de don Carlos R. Menéndez a quien le obsequió el número 29 de ese opúsculo, su afectuoso amigo Frans Blom, el arqueólogo danés establecido en México en 1919 y fallecido en Chiapas, donde vivía con su mujer, la fotógrafa Gertrude Duby Blom. 

 Don Carlos R. Menéndez tradujo y editó en 1936 esta maravillosa obra con el título: Notas sobre una travesía desde el Rio Belise, en la Bahía de Honduras, hasta Mérida, capital de la Provincia de Yucatán, en las Indias  Occidentales Españolas.  Puso en circulación 100 ejemplares numerados, cuyo número 65 perteneció al doctor Eduardo Urzaiz Rodríguez, que lo heredó a su hijo el doctor Carlos Urzaiz Jiménez, y quien me lo obsequió dentro la colección de libros, folletos, cartas y fotos que pertenecieron a su padre.

Hace apenas 2 años la apreciada doctora Ana E. Cervera Molina, publicó un interesante artículo, titulado: Belice y Yucatán a través de las historias de viajes: dos siglos de escenarios traslapados. Diálogos a propósito no del vacío, donde utilizó el trabajo del teniente Cook en su versión inglesa, despejando muchas incógnitas, entre ellas la identidad de este militar de quien hoy se sabe que tuvo como homónimo a un destacado navegante británico.

En espera de incorporar más trabajos a la Antología de Roldan Peniche Barrera, que dichos sea de paso, requiere una nueva edición, publico un extracto de informe del teniente Cook.

II

Mérida es una ciudad hermosa y bien construida, de forma cuadrada; las calles son amplias y paralelas entre sí, y se cruzan en ángulos rectos; pero sólo tienen pavimentadas las sendas para la gente de a pie; está construida sobre un terreno arenoso; tiene hermosa entrada arqueada en el extremo de todas las calles, contigua al campo, pero no tiene puertas.

Las casas son bajas, construidas de piedra y enjalbegadas; el exterior de las cuales, en este país, tienen malos efectos para la vista. Contiene, según me informaron, unos 24 templos, una buena catedral, un convento de monjas, y un monasterio de frailes de la orden de San Francisco; dos o tres buenas plazas; en la principal de las cuales, por el lado norte, reside el Gobernador; y en el lado oriente están la catedral y el palacio del Obispo; en el costado oeste la magnífica casa del Ayuntamiento; y en el costado sur las casas de los principales habitantes. Hay poca apariencia de comercio, o de artes mecánicas de cualquier clase; muy pocos almacenes públicos, pero todos parecen gentes que viven de sus propias fortunas privadas; y muchos son así, que viven de la riqueza adquirida por sus antepasados, mientras que la indolencia de muchos otros los impulse a no tener comercio o industria alguna; satisfechos de vivir de las pequeñas ganancias de algún plantío, y éste cultivado por los indios. Pero hay un pequeño comercio costero con Campeche, con el puerto de Sisal (que sólo dista doce leguas), de cera de abejas cuero, copal, ébano, y palo de tinte; pero esto no lo puede descubrir inmediatamente un extranjero. Las rentas de la provincia para la Corona de España son muy considerables, provenientes principalmente del algodón, en que abundan los bosques.

La ciudadela o Castillo se yergue en un sitio de terreno llano (como es el país en general). Cuando uno entra en la ciudad, viniendo del oriente no tiene ninguna importancia, habiéndose construido originariamente para proteger a los frailes contra la insolencia de los nativos; en la actualidad contiene un monasterio de los franciscanos antes mencionados; tiene la forma de un hexágono con ángulos salientes; con piezas montadas de artillería ligera, de cuatro y seis libras aproximadamente, unas de bronce y otras de hierro. La muralla de unas diez yardas de altura, no tiene foso ni obra exterior. El sobrino del Gobernador es el Comandante, quien fue el que me la mostró. No está en manera alguna en condiciones de defenderse contra ningún enemigo extranjero que tenga artillería. Una compañía de infantería presta sus servicios aquí y en la casa del Gobernador, pero un escuadrón de caballería, una parte del cual está aquí y el resto en Campeche, escolta al Gobernador cuando sale. Se me informó en fuente fidedigna que no había 500 soldados en toda la provincia.

El traje de los españoles en este país es muy ligero; los hombres usan una ligera chupa de lino y pantalones, y calzoncillos; los de mejor clase lo usan de raso (casi nunca llevan el saco) con una gorra de lino blanco, y un sombrero de paja de ancha ala. Las mujeres de la clase baja, un solo fustán únicamente, nada de corsé, ni ninguna otra ropa arriba del talle, excepto la camisa, sin ocular los pechos de modo alguno, sino desnudos hasta los pezones; en verdad, cuando van hacer una visita, hasta aquellas que tienen su calesa, no llevan más que una pañoleta de seda puesta flojamente sobre los hombros; ésta es de raso de color carmesí generalmente bordada; son en su mayor parte bonitas; algunas de ellas, son muy blancas; llevan el pelo trenzado por detrás, y amarrado en dos diferentes lazos, con cintas rosadas, y son muy libres y francas. Yo quiero que se entienda esto con respecto a los provincianos solamente; los viejos castellanos (como ellos se llaman) que son los que desempeñan empleos de la Corona, o los que vienen con el fin de comerciar, esos se visten como en la vieja España, y tienen en muy poca estimación a los otros habitantes.

Los indios de Yucatan son un pueblo muy complaciente, servicial, y de carácter humilde; muy laborioso; de estatura mediana, y de buenas facciones, su pelo recto y negro, pero cortado al rape, excepto una guedeja en cada lado de la sien, que están obligados a llevar como una divisa de sujeción a la monarquía española. Su traje es una especie de blusa corta, que llega a la cintura, y pantalones; sombrero de paja y alpargatas. Pero cuando están de viaje van completamente desnudos, salvo un paño para ocultar sus partes pudendas. Son muy activos y diestros en los montes con sus “muschalls”, (1) instrumentó que es algo entre un cuchillo y un hacha, que lo mismo le sirve para despejar arbustos los bosques, que para cortar la carne y que usan como instrumentó de agresión cuando se ofrece.

Las mujeres son, por regla general, bajas y gruesas, de semblante agradable; su pelo negro, que generalmente llevan ahusado por detrás, y las que están cerca de Mérida con una cinta rosada. Andan en pernetas, con un corto fustán de algodón, que adornan en la parte interior con flores bordadas de varios colores, lo mismo que sus blusas, de la misma manera, al rededor del pecho. Estos vestidos siempre se hacen de algodón, hilado y tejido por ellas mismas. La blusa sólo llega hasta la parte superior del fustán, pero se la quitan cuando están ocupadas en alguna faena doméstica, quedando desnudas hasta la cintura (2).

La policía de cada una de dichas poblaciones está dirigida por los siguiente oficiales de cuyos títulos estoy mejor enterado que de su ocupación.  Siempre gozan de la mejor reputación y fama de honradez. Son hombres de edad madura de la población, y los indios les tienen gran respeto. Por su categoría están en el orden en que los nombro a continuación: Cacique, Teniente, Alcalde y Fiscal, los que residen en  lo que se llama casa del rey,  y ellos arreglan todas las causas civiles. Se distinguen por diversas insignias, usando el Alcalde un paño azul cuadrado, bordado en los ángulos, que pende de su hombre izquierdo. El Teniente usa una vara con una cruz en la parte superior. El Fiscal lleva una llave, y una especie de disciplina con tres ramales; siendo por su empleo tanto el carcelero, como el ejecutor de los castigos.  Dichas insignias de su empleo las lleva en su cintura, colgadas de una faja que tiene alrededor de su cuerpo. Tienen en cada una de dichas casas un escribano, o secretario, que apunta la llegada y partida de los mensajeros que van de Mérida o vienen de allí, o de cualquiera de las poblaciones de la provincia.

Sus poblaciones son pobres, miserables, chozas, construidas con estacas de palmeras, (que escogen por su rectitud) y cubiertas de palmas con las hojas hasta el suelo, asemejando una gran colmena. No tienen ninguna pieza en alto, como los provincianos españoles, y lo mismo que ellos, duermen todos en sus hamacas de hierba, como se les llama, aunque están hechas de la fibra de las hojas del áloe, de la misma manera que el cáñamo, se obtiene del tallo; sólo se echan encima una tela de algodón; y cuando viajan, si le coge la noche, duermen en esas hamacas colgadas entre dos árboles; sin descuidar nunca, sin embargo, hacer una buena fogata cerca de sus hamacas. Su comida es muy sencilla, no constando más que de pan de maíz y un poco de pozole para beber, que es un licor hecho de la masa del maíz, que se deja remojada en agua hasta que fermenta, y se cuadruplica. Esto generalmente lo endulzan con miel, la que se encuentra en abundancia en los bosques.

Su principal ocupación es el cultivo de plantíos; adiestran a sus hijos en el manejo del arco y la flecha con las que matan sus piezas de caza, pues no se les permite hacer uso de armas de fuego. FIN. 

1.- Debe referirse el autor a los filosos “machetillos” que suelen usar los indios en poblado y en el campo. Nota del traductor.
2.- Indudablemente, el autor se refiere al hipil. Nota del traductor.

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