A propósito del bombardeo de todo tipo de
información, gran parte de ella falsa y mucha mal intencionada, que ha
circulado a través de medios formales y redes sociales con respecto a la
epidemia de coronavirus, es importante considerar el daño que esto puede
provocar a la sociedad.
Así como intentamos protegernos del contagio del
Covid 19, sería sano mantenernos alejados de los mensajes que, en vez de
ayudarnos a transitar por esta situación de la mejor manera, nos generan
estrés, alimentan nuestros miedos, nos proporcionan consejos que carecen de
sustento científico o llaman a desconfiar de quienes están encargados de
manejar la emergencia nacional.
¿Qué información convendría poner en duda? Pienso
que aquella que carece de fuente, la que es anónima y se distribuye en las redes
sociales. Se tiende a creer que si un conocido comparte determinado mensaje es
verdadero. Eso no siempre es así.
Cabe recordar que muchos de los participantes en
los grupos de comunicación digital padecen una especie de compulsión por
postear todo cuanto reciben, sin analizar que ellos mismos son canales de
comunicación y que aquello que difunden puede tener consecuencias. Como buscan
más seguidores, más likes, etcétera, no importa el contenido; lo mismo da que
un mensaje contradiga al anterior.
Todos tenemos derecho a dar nuestra opinión, así
sea crítica de la autoridad, el derecho a la libre manifestación de las ideas
nos pertenece. Pero, han circulado, por ejemplo audios de personas que, sin
identificarse, dan a conocer datos a todas luces falsos, opuestos a los que
aporta la autoridad sanitaria, no se identifican y no hay un solo elemento que
les aporte credibilidad. Son mentiras con un claro propósito de generar
incertidumbre.
En estos días, abundan videos de supuestos médicos
que hacen recomendaciones para prevenir el contagio. Hay muchos que hablan de
obviedades: alimentarse sanamente, no abandonarse al sedentarismo, no abusar de
comida chatarra ni de la ingesta de bebidas alcohólicas, dejar de fumar. Por supuesto, un organismo más sano tendrá más
elementos para defenderse de la enfermedad, la trampa está en que quien los
genera no es quien dice ser.
No sé hasta qué punto podría considerarse a una
actriz y cantante de música pop, una voz calificada en materia de epidemias.
Insisto en que no lo sé, porque tal vez en sus ratos libres entre las
promociones de su material, las giras, las presentaciones y los conciertos haya acudido a alguna prestigiosa universidad
y se certificó como epidemióloga sin que
yo me enterara, porque no soy muy afecta a los chismes del espectáculo.
En cambio, muchas personas consideraron más dignas
de crédito las palabras de esta mujer que la información que nos proporcionan
todos los días a la misma hora las autoridades de salud de nuestro país, cuyo
programa de manejo del Covid 19 valoró positivamente la Organización Mundial de
la Salud.
Tal vez si yo escuchara muchos discos o viera
algunas telenovelas de esta celebridad me decantaría por atender sus recomendaciones
antes que las de la Secretaría de Salud, pero como no es el caso, seguiré
considerando que la opinión de una cantante millonaria que ni siquiera vive en
México y que jamás ha mostrado un ápice de interés respecto a lo que sucede
aquí, es respetable, sólo eso. La realidad de este país difiere enormemente de
la que puede vivirse en un penthouse en Fifth avenue. Ese es uno de los
ejemplos.
Se puede optar por quedarse en casa cuando la
subsistencia diaria no depende de salir a trabajar cada día, sin falta, porque
lo contrario implica que los hijos no tendrán alimento, que la renta no se
pagará, que no habrá recursos para contratar la pipa que llena los tambos
porque esa colonia no cuenta con servicio de agua potable.
Por supuesto, quienes puedan mantenerse aislados
con un refrigerador bien provisto y las reservas económicas para sobrevivir
¿una semana, un mes, dos meses, tiempo indefinido? serían irresponsables si se
arriesgaran y arriesgaran a otros. Esa decisión la han tomado muchos mexicanos
de manera voluntaria, en especial en las zonas de más riesgo, como son las
altas concentraciones urbanas.
Me declaro desconfiada. Es una de mis características
representativas, quienes me conocen lo saben; sin embargo, hay circunstancias
en las que no queda más remedio que admitir la necesidad de un líder que haya
probado su capacidad, que nos proporcione los datos en los que basa sus
determinaciones de manera que podamos entenderlos sin necesidad de ser
especialistas, que respete nuestra condición de seres libres e inteligentes y que
nos convenza de que lo hace por nuestro bien.
Si viajamos a bordo de un crucero, confiamos en que
el capitán será capaz de tomar las disposiciones pertinentes para mantenernos a
salvo. Si se presenta una contingencia a bordo, es posible que alguno de los altos
oficiales difiera, porque tiene el conocimiento y la experiencia para hacerlo;
pero si la encargada del karaoke propusiera un motín para remover a toda la
tripulación, aun con mi gran deseo de disentir, seguiría en primer, lugar las
instrucciones del marino de más alto rango, porque no se trata de una
divergencia de opiniones, sino de algo más trascendente, la sobrevivencia.
En este momento, cuando hay un peligro real para la
salud colectiva, decido confiar en el
subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud Hugo López Gatell quien
indudablemente es el capitán del crucero metafórico en el que viajo con mi
familia, con todos aquellos a quienes amo, con quienes me interesan, con mis
amigos, con las personas con quienes cuento y que cuentan conmigo.
Al contrario de lo que sucede con el coronavirus,
podemos vacunarnos contra la información dañina mediante el análisis, la revisión inteligente
y el conocimiento de que mucho de lo que nos transmiten es mentira.