La política de sumisión a los dictados de Estados
Unidos que caracterizó al gobierno del presidente cubano Mario García Menocal, extendido
de 1913 a 1921, y sus ostensibles simpatías por los exiliados huertistas,
determinaron que Salvador Martínez Alomía, enviado a La Habana en 1914 por el
máximo jefe constitucionalista mexicano Venustiano Carranza en misión especial
diplomática, no fuera reconocido y tuviera que ser retirado en julio de 1915.
Su sustituto, en calidad de Cónsul General y luego como Encargado de Negocios
de México en Cuba, fue Antonio Hernández Ferrer, quien fue aceptado a
regañadientes por Menocal, en noviembre de ese año, como representante oficial
del presidente de facto de México, siguiendo al pie de la letra las
indicaciones de Estados Unidos, que solo un mes antes había dado su
reconocimiento al gobierno de Carranza.
A pesar de ello, las relaciones entre Cuba y México
continuaron muy tensas, pues el gobierno de la isla, cumpliendo instrucciones
de Estados Unidos, fustigó al de Carranza para que rompiera su neutralidad en
la Primera Guerra Mundial y declarara la guerra a Alemania. Esa presión –que
incluía restricciones a las importaciones mexicanas de azúcar y otros productos
y campañas de prensa acusando a México de inclinaciones germanófilas- alcanzó
su punto culminante en octubre de 1917, cuando el gobierno cubano le comunicó
al representante mexicano en La Habana que el presidente Menocal consideraba
que la postura de México en el conflicto mundial era “contraria, según creía al
restablecimiento de la paz y a la consolidación” del régimen
constitucionalista. A esta intromisión en su política exterior, el gobierno
mexicano respondió con dignidad al de Cuba, ratificando su independencia y
postura soberana, al considerar que “[…]
por acuerdo del C. Presidente de la República, puede Usted participar a ese
Gobierno que el Gobierno de México está dispuesto a conservar su neutralidad,
en virtud de no haber recibido ningún agravio de ninguno de los Gobiernos de
las naciones beligerantes.”
Para complicar más las cosas
entre los dos gobiernos de Cuba y México, en abril de 1918 fueron violadas y
saqueadas por aduaneros norteamericanos en el puerto de La Habana las valijas
de diplomáticos mexicanos en tránsito por la capital cubana, entre ellas las
del ex canciller carrancista Isidro Fabela, entonces ministro en Argentina.
Ello condujo a la retirada del representante mexicano ante el gobierno cubano,
Alberto C. Franco, y a la clausura de su legación en La Habana, aunque no se
llegó a la ruptura formal de relaciones.
Este fue el punto de
inflexión en las tirantes relaciones entre los dos gobiernos, pues la llegada a
Cuba al año siguiente del antiguo constituyente Heriberto Jara –quien viajó en
la cañonera Zaragoza– para hacerse
cargo de la representación mexicana, que estaba sin titular desde 1912,
significó una cierta distensión. Jara se encontró en Cuba un ambiente oficial
muy hostil a México, que en su opinión era resultado del “esfuerzo de cuatro
elementos: la Prensa, los norteamericanos interesados en presentar a México en
las condiciones más deplorables, la gran colonia española, mal impresionada por
los clérigos españoles expulsados y por los comerciantes y judíos avaros y los
mexicanos traidores que por el hecho de que no están en el poder, quisieran,
para vengarse, que sobre México cayeran las desventuras más grandes. A esto hay
que agregar la circulación clandestina de algunos pasquines que circulan en
esta capital, y que injurian al Gobierno de la manera más soez, como Revolución, Omega, El Mañana, etc.”
A pesar de la incansable
labor desplegada por Jara para mejorar las relaciones con el gobierno cubano,
el presidente Menocal, en concordancia con su postura habitual de sumisión a
Estados Unidos, no reconoció al de Obregón en 1920, con el pretexto de los
sucesos violentos que habían conducido al asesinato del depuesto presidente
Carranza ese mismo año.