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Madre América: El Salvador

¿Sorpresa electoral en El Salvador?

Adalberto Santana

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… los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
“Poema de amor”,
Roque Dalton

El domingo  28 de febrero de 2021 en la República de El Salvador se desarrollaron una serie de  comicios para elegir a los alcaldes, síndicos y regidores de 262 municipios del país centroamericano (2021-2024). A la vez se sufragó para decidir quiénes serán los miembros de la Asamblea Legislativa y los 20 diputados al Parlamento Centroamericano (PARLACEN). El llamado “Pulgarcito de América” -así bautizado  por el poeta salvadoreño Julio Enrique Ávila, según Roque Dalton-  cuenta con una población de 6, 825,935 habitantes y estaban habilitados para sufragar 5,389.017 millones de ciudadanos salvadoreños para elegir a 84 diputados y a sus autoridades municipales. El estimado de la votación llegó al 51%. Más de la mitad de los que tenían derecho a sufragar. Se estima que un tercio de la población radica en el exterior, los cuales no tenían derecho a votar en esa elección, aunque ya podrán hacerlo en 2024.

El total de los candidatos que aspiraron a ocupar una diputación en la Asamblea Legislativa salvadoreña sumaron un total de 654 aspirantes. La sorpresa de los resultados fue que el movimiento Nuevas Ideas (NI) fundado por el presidente Nayib Bukele y de muy reciente formación, en su primera participación electoral, obtuvo una clara victoria (más del 66% de los sufragios) frente a los otros contendientes. NI alcanzó  (hasta el 90.34% de las actas procesadas) 56 diputaciones (mayoría calificada).  Dejando a los otros partidos como la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) en un segundo lugar. Obteniendo 14 escaños cuando en la elección anterior ocupaba el primer lugar con 23 diputados. En el tercer puesto se ubicó un partido aliado al presidente Bukele, GANA con 5 diputaciones. En tanto que el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), ubicado como la principal fuerza de la izquierda salvadoreña pasó del segundo puesto (19 diputados) en la Asamblea Legislativa al cuarto lugar con únicamente 4 legisladores. El resto de partidos políticos de oposición solamente sumaron cinco diputaciones (Partido Conciliación Nacional, 2; Partido Demócrata Cristiano, 1; Nuestro Tiempo, 1 y Vamos, 1).

Situación muy semejante se presentó en los resultados en el PARLACEN donde NI logró obtener 14 de las 20 representaciones en disputa, dejando al resto de los partidos políticos 6 diputados al parlamento regional. Situación mucha más variada aconteció con los resultados obtenidos en las elecciones de los 262 consejos municipales. Ahí el resultado fue distinto y mucho más variado para las distintas agrupaciones participantes, pero que sin duda para NI alcanzó a triunfar en más de la mitad de las alcaldías, considerando que era la primera vez que participaba en un proceso electoral en El Salvador.

Una interpretación sobre el resultado de esos comicios la podríamos encontrar en virtud del impacto que han tenido las políticas de contención de la delincuencia organizada del gobierno del presidente  Bukele. Especialmente con su llamado “Plan Control Territorial”. Política que de una u otra manera ha logrado en medio de la pandemia global de la coronavirus, reducir los niveles de violencia y frenar relativamente el crecimiento de la delincuencia. Por ejemplo, los homicidios disminuyeron en el periodo de gobierno de Bukele. Prueba de ello fue que el mismo día de las elecciones únicamente en el país centroamericano se realizó un solo asesinato.

Otra variable apuntada por diversos enfoques nacionales e internacionales, se le atribuye  al desgaste de los partidos tradicionales que han detentado el poder político en los últimos tres décadas  ARENA y FMLN, principalmente. Lo cual podría pensarse que ha sido por parte de la ciudadanía salvadoreña una especie de voto de castigo a los partidos hoy opositores. Pero también Bukele ha sabido capitalizar ese desgaste conectándose con las nuevas generaciones de salvadoreños a través de las redes sociales. Se ha mencionado que es un mandatario representativo de los “millennials”. Es decir, es el nuevo político que aprovechó el manejo de su imagen y política en los medios digitales. De la misma manera se puede interpretar que Nuevas Ideas, tomó la lucha del combate a  la corrupción como parte del discurso del presidente  salvadoreño. Cuestión que el mismo mandatario centroamericano ya había manifestado en sus visitas a México en  2020 después de su triunfo electoral en 2019, en sus  reuniones con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. Recordemos que ambos mandatarios se les ubica en la región latinoamericana e incluso a nivel mundial dentro de los mejores evaluados y más populares de nuestra América. Esto es, que son  los dos presidentes con los mayores índices de aceptación en sus respectivos países. A la par de coincidir por haber formado dos partidos al margen de  partidos tradicionales de la derecha y de la izquierda. Paralelamente por conducir los destinos de dos países latinoamericanos donde la delincuencia organizada ha generado un tremendo impacto en el conjunto de la sociedad, a la par de figurar la lucha contra la corrupción como un tema central de sus gobiernos. Pero también a ello se suma el problema de la migración irregular que se inserta como uno de los mayores retos a resolver en el corto y mediano plazo dentro de  sus respectivas administraciones.

Otro de los asuntos prioritarios en el contexto de las elecciones es que El Salvador, es de los países latinoamericanos relativamente menos afectados por la pandemia. En el área centroamericana Belice, Nicaragua y El Salvador han logrado contener relativamente los efectos económicos y de la salud. Hasta los inicios de marzo de 2021, el número de fallecidos sumaban 1,878 y los contagiados alcanzaban a 60,491 ciudadanos salvadoreños, según estimaciones de la Johns Hopkins University. A la par durante el inicio del desarrollo de la coronavirus, el gobierno de Bukele cerró sus fronteras y proporcionó a su vez apoyos económicos (300 dólares) a las familias más vulnerables. Situación que seguramente alentó junto con su popular imagen, una votación favorable para la opción de NI. De esa manera,  para  Omar Serrano, Vicerrector de Proyección Social de la Universidad Centroamericana (UCA), criticó que la pasada elección tuvo la ventaja gubernamental de contar con  “medios de comunicación, si se les puede llamar así, que estuvieron al servicio de la campaña electoral del partido del presidente, costeados con dinero que todos pagamos”. Agregando: “Esta era una elección legislativa y municipal, sin embargo, se planteó como una presidencial, aunque no lo era. La variable de peso en estas elecciones fue la imagen del presidente”

https://verdaddigital.com/esta-fue-una-competencia-desigual-con-ventaja-para-el-partido-que-gobierna-omar-serrano/.

Pero sin lugar a dudas un hecho político resaltante, fue el gran desgaste y descrédito de los partidos políticos opositores, que hoy tienen que hacer una fuerte autocrítica y un replanteamiento de su imagen y credibilidad política, especialmente  de la izquierda (FMLN) para poder alcanzar una mayor presencia en las elecciones presidenciales de 2024.

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La revolución salvadoreña de 1932

Sergio Guerra Vilaboy

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En 1971 publiqué en el periódico cubano Granma un artículo sobre la sublevación popular de El Salvador en 1932 que, con ligeras modificaciones, comparto medio siglo después con los lectores de Informe Fracto. La insurrección salvadoreña estaba asociada a los terribles efectos de la crisis económica de 1929, que llegó a este pequeño país centroamericano amplificada por las conexiones del comercio internacional. Estados Unidos dominaba la economía y la mayor parte de la producción cafetalera de El Salvador. La caída del mercado norteamericano afectó en profundidad la endeble economía del país, dependiente, en lo fundamental, del aromático grano.

La depresión provocó en El Salvador un desplome del 65% en los precios del café y de 74% en el valor de las exportaciones, así como disminuyó en un 66% las importaciones, sobre todo de materias primas y alimentos. La crisis provocó la quiebra de la mitad de los bancos y redujo en esa misma cuantía los ingresos estatales. Miles de trabajadores, en especial los más empobrecidos, vinculados a la producción cafetalera en las zonas rurales, quedaron desempleados, sin alternativa para sostener a sus familias.

Desde finales de 1931 los hambreados trabajadores del occidente del país, en su mayoría indígenas de la etnia náhuatl, desesperados ante los efectos de la depresión económica y el violento desalojo de sus tierras, comenzaron a protestar y a manifestarse, en lo que se perfilaba como una espontánea insurrección. La oligarquía salvadoreña, alarmada ante el crecimiento del movimiento popular e insatisfecha con la política vacilante del gobierno de Arturo Araujo, propició el 2 de diciembre de ese año un golpe militar.

Como resultado de la asonada castrense se instaló una férrea dictadura encabezada por el general Maximiliano Hernández Martínez. El Brujo Martínez, como fue apodado, desató una brutal represión para acallar las crecientes protestas y demandas populares. Por su parte, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), fundado en marzo de 1930, trataba de encauzar el descontento de campesinos y pueblos originarios, entre cuyos líderes figuraba el indígena José Feliciano Ama. El secretario general del PCS era entonces Agustín Farabundo Martí, quien acababa de regresar de Nicaragua, luego de combatir a los norteamericanos a las órdenes directas de Augusto C. Sandino.

Martí y otro dirigente comunista salvadoreño, Miguel Mármol, se reunieron en secreto el 7 de enero de 1932 con líderes populares para preparar la inevitable sublevación, que fue fijada para el día 16 de ese mes, aunque finalmente estalló el 22. Al parecer, la postergación de la fecha permitió al gobierno adelantar la persecución contra sus dirigentes. El propio Farabundo Martí fue detenido, en compañía de los estudiantes Alfonso Luna y Mario Zapata, editores del periódico Estrella Roja, y fusilados (1 de febrero); mientras Mármol era ametrallado, junto a varias personas, y dado por muerto, aunque milagrosamente sobrevivió, según testimonió que dio a Roque Dalton y que aparece en su libro Miguel Mármol, los sucesos de 1932 (1972).

La criminal ofensiva gubernamental no impidió el levantamiento campesino-indígena y la ocupación durante varios días de los poblados de Juayúa, Izalco, Nahuizalco, Salcoatitán y Tacuba, mientras las guarniciones de Sonsonate, Ahuachapán y Santa Tecla eran rodeadas por los encolerizados rebeldes, armados con machetes, que quemaban alcaldías, correos y puestos militares. Al parecer, en determinados sitios se intentó vertebrar soviets, siguiendo las consignas entonces en boga de la Internacional Comunista. Durante semanas, el ejército y la aviación del régimen se dedicaron a aplastar a sangre y fuego a los insurgentes.

Alarmados por la magnitud de la sublevación, barcos de guerra ingleses y norteamericanos se presentaron en el puerto de Acajutla para ayudar al dictador a controlar la situación, quien les agradeció, informándoles que “hasta hoy, cuarto día de operaciones, están liquidados cuatro mil ochocientos bolcheviques”. La derrota de la revolución de 1932 dejó como trágico saldo más de treinta mil muertos, sobre todo entre los pueblos originarios, contra la que se cometió un verdadero etnocidio, que aceleró el proceso de ladinización de la población indígena de El Salvador, hoy prácticamente desaparecida, pues todo el que tuviera esa apariencia podía ser golpeado, encarcelado o incluso asesinado.

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Maíz e Historia en El Salvador

René Villaboy

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Precisamente en 1989, cuando la Guerra Civil que azotaba a El Salvador llegaba a su momento de mayor intensidad un novedoso esfuerzo editorial que mostró a los habitantes del llamado “pulgarcito de América” una visión progresista y popular de su propio pasado y de su presente inmediato. En medio de las balas cruzadas- que enfrentaban a las guerrillas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) contra los regímenes oligárquicos de turno que ingobernaban la patria del gran Roque Dalton- hace ya 30 años el Equipo Maíz publicó por primera vez su Historia de El Salvador. De cómo la gente guanaca no sucumbió ante los infames ultrajes de españoles, criollos, gringos y otras plagas. Aquel texto que tenía y conserva aún el propósito de:“mantener al pueblo como protagonista de la historia y escribir una historia sencilla que pueda ser entendida por todas y todos, y no solo por la gente estudiada”.

El Equipo Maíz surgió en 1983, como esfuerzo de un grupo de mujeres y hombres jóvenes de El Salvador, que querían ayudar a crear conciencia entre la población sobre las causas de la guerra, a pesar de vivir diariamente sus consecuencias en las condiciones de extrema pobreza y la represión imperante de esos años. Precisamente por el cierre de espacios a la crítica y el debate, Maíz focalizó los primeros procesos formativos en las comunidades eclesiales de base en algunas parroquias donde todavía se ofrecían ciertas condiciones para poder reunir grupos de personas a conversar – aunque fuera furtivamente – sobre la realidad del país. Así se comprendió que para entender el presente había que recurrir al pasado, a la historia.

 De esa manera se gestó la idea del primer texto de la Historia de El Salvador, a partir de un esfuerzo colectivo, de personas formadas en ciencias sociales, aunque sin formación específica como historiadores, pero que se nutrieron además de la experiencia militante y del contacto con las poblaciones pobres y muchas veces analfabetas. A partir de lecturas y el estudio de materiales y diversas fuentes un pequeño grupo de 6 personas discutió y elaboró la obra que contó inicialmente con 18 capítulos.

El texto Historia de El Salvador del Equipo Maíz, esboza de manera didáctica el desarrollo del país desde sus primeros pobladores, y si bien en su primera edición llegó hasta 1984 y en su séptima llega  al 2009. Para ello utiliza como valioso recurso la imagen caricaturizada de los diferentes momentos y personajes de la historia salvadoreña. En abierta ruptura con las ilustraciones edulcoradas y ficticias que acompañan los textos oficiales y los manuales escolares que se encargan de difundir el pasado de la nación centroamericana. A pesar de sus numerosas reimpresiones la obra ha mantenido líneas conceptuales y metodológicas invariables.  De ella es imprescindible destacar en este comentario al menos tres de ellas.  La primera es su visión de una historia desde los vencidos o los oprimidos, que incluye la constante presencia de la explotación, la agresión e invasión externa, la exclusión social y las luchas populares como elementos de continuidad. Para ello utilizan como símbolos la conquista y colonización, la dominación interna de las oligarquías criollas conservadoras y liberales y la presencia de los Estados Unidos. Una segunda línea de la Historia de El Salvador del Equipo Maíz ha sido su enfoque de género, al presentarse desde las primeras páginas no como una historia de y para varones, sino que incorpora a las mujeres y su activo papel dentro de los cambios y dinámicas de la sociedad salvadoreña desde los tiempos precolombinos. La tercera es la visión de historia total que proyecta el discurso narrativo del texto. Para esto último se entrelazan de manera sencilla pero acertada la economía, la política y sus efectos en la sociedad; articulando como bloque histórico la base y la superestructura teorizada por el marxismo.

La Historia de El Salvador de Maíz con el lenguaje cotidiano y las expresiones de los sectores populares a los cuales se dirige ha logrado en definitiva, a lo largo de 30 años, llevar un mensaje emancipador a las lectoras y los lectores que no tienen acceso a la academia, o los cuales los medios confunden y enajenan a cada minuto. Maíz con su “texto líder” ha mostrado la utilidad de la historia para la lucha política y sobre todo para el combate contra las injusticias de nuestro presente.

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Monseñor Óscar Romero en la memoria de El Salvador

René Villaboy

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Desde que se aterriza en el principal aeropuerto de la República de El Salvador, un nombre acompañará de manera reiterada al que visita este país centroamericano. La más importante terminal aérea se llama, San Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, (1917-1980) en honor a quien fuera Arzobispo de San Salvador, asesinado mientras celebraba la Eucaristía y considerado Santo por la Iglesia Católica, desde octubre de 2018. A partir de ese primer acercamiento a un hombre inseparable de la historia reciente de aquel país, será difícil no encontrar su imagen, su nombre y sus huellas por los más disimiles rincones de San Salvador, y seguramente por muchos otros lugares de los departamentos que conforman al llamado Pulgarcito de América. 

Y es que Monseñor Óscar Arnulfo Romero es un símbolo que se inmortaliza en la memoria de los salvadoreños y las salvadoreñas, y de todos los pueblos de América Latina y el Caribe, a causa del martirio provocado por la cruenta historia del enfrentamiento armado, la represión y la abierta violación de los derechos humanos provocados por el estado salvadoreño contra su población, entre 1980 y 1992. Como otros líderes y movimientos sociales que se organizaron para combatir con la lucha cívica y luego con las armas, Monseñor Romero levantó la voz desde el púlpito,  pronunciándose contra la oligarquía local, el mando castrense, y la impiedad de querer eliminar a sangre y fuego la resistencia de un pueblo ante la opresión y la pobreza. 

Óscar Romero nació el 15 de agosto de 1917, en la ciudad de Barrios, del Departamento oriental de San Miguel. Después de practicar varios oficios, en función del sustento familiar, abrazó la vocación religiosa en 1937 como seminarista del Seminario Menor de San Miguel de los padres Claretianos y en el Seminario San José de la Montaña con los jesuitas. Completó sus estudios en Roma, al recibir la ordenación sacerdotal en la sede pontificia cinco años después. De regreso a su país, se consagró al servicio de los otros a través del sacerdocio y se acercó a las calamidades de su pueblo, sin romper vínculos con los sectores poderosos que conformaban la élite económica local.

Al quedar vacante el arzobispado de San Salvador, Monseñor Romero es ya una figura destacada de la curia salvadoreña, y fue nombrado para ocupar el cargo episcopal en 1977. En cambio, el Obispo apoyado desde el poder por sus visiones conservadoras y por el acercamiento a las llamadas 14 familias que controlaban la nación, no tardó en revelar su alejamiento total en obra y palabra de la causa de los oprimidos, de los excluidos y sobre de todos con aquellos que sentían la represión de las armas que cobraba más víctimas. En este entorno adverso, Romero y Galdámez convirtió las homilías que ofrecía desde la Catedral Metropolitana de la ciudad capital en auténticas “balas” morales contra el totalitarismo y la impunidad de los uniformes que apoyaban a los gobiernos de facto usurpadores de las instalaciones del Palacio Nacional.

La riqueza, el poder y el irrespeto a la vida se convirtieron en los argumentos de Romero para acusar a los sectores de poder salvadoreño. Encarnado éste en un ejército que a nombre de la libertad y el anticomunismo se ensañó contra su propio pueblo. A ese cuerpo castrense un día Monseñor Romero exigió: les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión ¡ Fue además un difusor de la situación trágica que tenía lugar en su país ante mundo! Por eso el gobierno del General Carlos Humberto Romero desató una campaña de desprestigio y difamación en su contra, que caló profundo en los sectores oligárquicos más conservadores de El Salvador. De ahí que el Arzobispo Romero se convirtió para ellos en un peligro tan temible como el marxismo, la impronta de la Revolución Cubana o la Teología de la Liberación. Con esa saña fraguaron su suplicio, llevado a efecto el 24 de marzo de 1980, al recibir un mortal disparo en el justo momento en que oficiaba una misa en la capilla del hospital La Divina Providencia, en la capital salvadoreña.

Después de aquel día funesto, el nombre de Romero, se convirtió en símbolo de rebeldía y oposición, que debió ocultarse en la privacidad de los armarios o al resguardo de la ropa interior.  Después de los acuerdos de Paz en 1992, se inició la causa de su canonización, que no pudo contener su posición al lado de los pobres, de la justicia y del derecho a la vida. Y se convirtió en Santo, San Romero de El Salvador y de América que aún habita por todos los rincones de las ciudades y pueblos salvadoreños en una eterna lucha por la reconciliación, la no violencia y un nuevo rostro para el gran pueblo salvadoreño.  

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