“El miedo y yo nacimos gemelos”
Hobbes
Podemos aseverar
que en general los mexicanos dudamos de nuestras capacidades para solucionar
los problemas. Ha sido una duda histórica, agudizada en los últimos dos siglos.
Cuando los seres
humanos nacemos estamos impregnados de originalidad, pero con el paso del
tiempo nos convertimos en copias de todo y para todo. Por eso cuando un niño
realiza una acción genuina, algo que le sale del fondo de su esencia de ser
humano y muchas personas lo festejan. Pero conforme pasa el tiempo ese niño
inocente en su actuar, se amaña y empieza a comportarse de forma diferente,
influido por los convencionalismos sociales y las influencias internas y
externas que hacen que actúe de tal o cual forma no producto de un
comportamiento genuino.
Justificaríamos que
copiar para mejorar es aceptado ética y socialmente, empero, hay ocasiones que
copiamos para empeorar, porque creemos que lo viene de afuera es mejor que lo
que hacemos dentro del país.
Somos un país con
grandes talentos en el arte, la pintura, las letras, el deporte, la medicina,
las ciencias y cualquier otra disciplina. Hemos tenido mujeres y hombres de
intelecto, de avanzada que no necesitaron, ni necesitan, copiar a alguien. No
obstante, nuestra mexicanidad se ha caracterizado, en varias ocasiones, por
copiar muchas cosas. Copiamos a los extranjeros sus conductas e incluso formas
de ser y hasta de pensar. Por algo se nos ha dicho que la Malinche prefirió al
español que a sus hermanos aztecas, al indicarle a Hernán Cortés el camino a la
gran Tenochtitlan y, en consecuencia, sometiera a esa cultura del altiplano.
Los mexicanos en
masa somos muy diferentes que en lo individual. En palabras de Octavio Paz: “La clase es más fuerte que el individuo y la
persona se disuelve en lo genérico. El hombre es absorbido por la gente, no es
el hombre el que habla, sino la masa. Lo dice nuestro glorioso himno nacional:
“Mexicanos al grito de guerra…”.
La esperanza sigue
siendo un ideal para los mexicanos. Aunque en los últimos años se cumple a
cabalidad el “destrozamiento de la
esperanza” a que se refiere Erick Fromm. Finalmente, el futuro nos alcanzó
y nos encontró pensando en el pasado.
Lo único que
tenemos que hacer los mexicanos es creer realmente en nosotros. Hacer
finalmente realidad nuestra grandeza, que ha esperado tanto tiempo en ser
detonada.
Paul Ambroise Valery
tenía razón: “El problema de nuestros
tiempos es que el futuro ya no es lo que era.”
Por otra parte, en
la historia de la filosofía política ha habido grandes pensadores, de liberales
a estatistas, pasando por eclécticos y religiosos. Un autor que influyó en
forma muy importante sobre el pensamiento contemporáneo en la forma de percibir
al Estado es Thomas Hobbes. Hombre de altísima cultura, tradujo magistralmente
la obra de Homero. En la actualidad, sus ideas son estudiadas en muchas
universidades, en escuelas de ciencia política, derecho, economía, sociología y
otras profesiones afines.
El
Manifiesto del Partido Comunista es
el título de la obra escrita por Friedrich Engels y Karl Marx publicada en
1848. Empieza con una expresión paradigmática: Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. ¿Fantasma?
Si, porque aterra. Es algo que no se sabe bien a bien que es. A todo fantasma
se le teme. No se le conoce, pero se le tiene miedo.
Una regla
no escrita del sistema político mexicano es “hacerse respetar” encarcelando gente. Al acceder al poder, lo
primero que hacen es lograr que la gente les tema, ya sea mediante la
intimidación o simplemente “entancar a un
pez gordo”. Por lo menos los últimos 6 presidentes lo han hecho. Como dice
el argot popular: “El miedo no anda en
burro.”
El miedo es
una sensación de angustia, sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que
ocurrirá un hecho contrario a lo que deseamos. Todos tenemos miedo de algo, a
morir, a contraer enfermedades, a perder tu empleo o algún valor material,
tenemos miedo de cómo las otras personas interactúan con nosotros, le tenemos
miedo a la alteridad, al otro, miedo entre nosotros. Incluso muchos temen a
Dios. El miedo en general es un común denominador de nuestros días. Ahora todos
tenemos miedo al Covid-19. Es el
miedo colectivo. El miedo en sí, no es malo, hay que saber manejarlo e incluso para
algunos sería una posibilidad de potencializarse.
Thomas Hobbes es autor del miedo para justificar al
Estado. Para él, los hombres crean un pacto de temor entre ellos para crear al
gobernante. ¡Es mejor temerle a un Calígula (el gobernante) que a mil Calígulas
(que pudiéramos ser todos nosotros)! Contrario a Rousseau que sostiene que ese “pacto social” es por tener seguridad a
cambio de una parte de la libertad personal de los individuos.
Para Hobbes tres causas provocan la disputa entre
los hombres. La desconfianza, la gloria y la competencia. La desconfianza para
nosotros los mexicanos es del día a día. Desconfiamos de todos y por todo.
Somos por sistema desconfiados. Una gran parte de nuestra vida social la
desarrollamos bajo la premisa de la desconfianza. Creemos que siempre el
interlocutor quiere sacar ventaja en relación a nosotros. Es difícil confiar en
las personas. Para muchos confiar es sinónimo de debilidad. De gente tonta. Se
piensa que los fuertes son incrédulos por naturaleza. Son sagaces.
En este mundo posmoderno, de redes sociales, de homo
cibernéticus, el deseo de fama (gloria), juega un papel fundamental en las
relaciones humanas. ¡Hazte famoso y podrás decir lo que quieras! sean argumentos
congruentes o no. Muchos consideran que fama es igual a razón, también a la congruencia. Los famosos pasan por ser
lógicos, imponen modas, criterios, sean adecuados o no. Los famosos tienen
mayor derecho a decir “verdades” o
tonterías mediáticas distantes de cualquier lógica.
Desde niños nos enseñan a competir. Las sociedades
de hoy son alentadoras para generar toda una cultura de la competencia. Se
compite para todo. En ocasiones sin contenido ético. Los programas televisivos
de éxito de hoy, son competencias. Los partidos políticos son muestra de competir
por acceder al poder. La lucha es encarnizada. La democracia misma es
competencia.
De este panorama hobbesiano, ¿Qué papel juega la naturaleza humana? ¿Somos los individuos malos por naturaleza? o ¿Es la sociedad la que nos convierte en hombres imperfectos desprovistos de bondad? Para Hobbes: “El hombre es el lobo del hombre.” En cambio, para Rousseau nacemos buenos, es la sociedad la que nos hace villanos. Nosotros consideramos que ambos tienen razón. Nuestra postura es ecléctica. La sociedad impacta en nosotros como sujetos, influye en nuestra forma de ser y de comportarnos, pero es verdad que hay algo de maldad genética en algunos individuos. ¡Más vale temer a uno que a todos! es mejor, diría Hobbes, temer a un Calígula que temerle a mil. Por eso se justifica la idea de Estado. Para controlar estos tres males es necesario un monstruo en forma de serpiente demoniaca marina llamada Leviatán que representa al Estado. Es decir, es un mal necesario. Sin un Estado que ejerza su poder sobre todos, los hombres vivirían en guerra unos con otros.
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